Capítulo 8
Madrid, 11 de junio de 1914
La historia de los tres profesores automutilados no dejaba de dar vueltas en la cabeza de Hércules y Lincoln. Hacía varias horas que habían dejado el hospital y tomado un provechoso almuerzo y un café en un tranquilo restaurante exento de lujos y platos sofisticados. La mayor parte de la sobremesa permanecieron en silencio. Con la mirada perdida, con la mente en otra cosa. Hércules pagó la cuenta y los dos se dirigieron al alojamiento de los profesores. Naturalmente el español había estado con anterioridad en las habitaciones de Michael Proust, pero deseaba que Lincoln echara un vistazo. Su mirada policial podía ver cosas que él podía haber pasado por alto. Por otro lado, las pertenencias del profesor François Arouet se encontraban en el mismo edificio que las del profesor austríaco. Por desgracia, los papeles de von Humboldt se encontraban en la embajada austríaca.
El calor a mediodía era espantoso. Las calles permanecían desiertas y el tránsito de vehículos se reducía hasta convertirse en un goteo intermitente. Llegaron hasta un edificio de enormes dimensiones y subieron por una cuesta bordeada de árboles. Su sombra alivió por unos momentos el calor de los hombres. Se aproximaron a un edificio nuevo de forma rectangular.
—Es aquí, la Residencia de Estudiantes —señaló Hércules.
Lincoln asintió extrañado, aquello no parecía un campus universitario. Se aproximaron a la entrada y un conserje les recibió con mucha cortesía. Enseguida reconoció a Hércules y, tras hacer un par de comentarios sobre la desgraciada suerte de los profesores les facilitó las llaves de las habitaciones.
—El edificio está recién terminado. Esta institución es algo, que seguramente en su país no entenderán.
—Explíquemelo, querido Hércules.
—Bueno. Esta institución se creó para protestar por la expulsión de varios profesores de la universidad por una ley. Desde entonces muchos hombres ilustres han estudiado aquí.
—Es una universidad extraoficial.
—Oh no, Lincoln. Nuestro país es un poco complejo. Ahora es un tentáculo más de la enseñanza oficial, aunque mantiene alguna de sus tradiciones.
—Entiendo.
Después de subir dos tramos de escalera cruzaron un pasillo amplio repleto de puertas a ambos lados, todas ellas cerradas.
—En estas fechas el edificio se encuentra medio vacío, por eso los profesores pudieron hospedarse con toda tranquilidad.
—El profesor François Arouet y el profesor Michael Proust debían de conocerse —concluyó Lincoln.
—Con toda probabilidad, pero los dos profesores eran especialistas en ramas muy distintas. El profesor Michael Proust es antropólogo y el profesor François Arouet es filólogo de lenguas muertas. Creo que es especialista en lenguas caldeas.
—Muy interesante. ¿Cuál es la especialidad del profesor von Humboldt?
—Su especialidad es la Historia. Un verdadero erudito sobre Portugal, sobre todo en el siglo XV.
—Un historiador, un antropólogo y un filólogo. ¿No parecen tener muchas cosas en común?
—No —dijo Hércules. —Fíjese. Von Humboldt es un profesor de más de sesenta años, alemán, pero de origen austríaco. Michael Proust es británico y tiene cuarenta y cinco años y François Arouet, es francés y su edad es de treinta y tres.
—El nexo de unión principal es la Biblioteca Nacional —dijo Lincoln.
—También su comportamiento extraño y el estado catatónico.
Los dos hombres se detuvieron ante el umbral de la puerta. Hércules sacó la llave y empujó la puerta levemente. La habitación estaba en penumbra. Levantaron la persiana y la luz atravesó la espesa capa de polvo y tuvieron la sensación de estar rodeados por miles de minúsculas partículas. El cuarto estaba obsesivamente ordenado. No había muchos libros. Poco más de una docena en un estante sobre el escritorio. La cama estaba hecha con meticulosidad y, menos la capa acumulada en las últimas semanas, todo estaba limpio. En la mesa descansaban lo que parecían apuntes manuscritos en inglés.
—He estudiado los libros, pero no han aportado mucho. Hay obras de Edward Sapir, Alfred Kroeber y un tal Robert Lowie, todos ellos antropólogos norteamericanos —dijo Hércules.
—Y los apuntes, ¿no los ha leído?
—Le confieso que mi inglés ha perdido mucho en estos años. Me gustaría que los pudiera leer usted.
—De acuerdo —dijo Lincoln tomando las hojas—. ¿No ha encontrado nada sospechoso?
—El conserje me informó que el día del desgraciado incidente, el profesor Proust parecía relajado e incluso alegre.
—¿Recibió alguna visita ese día o en los días anteriores?
—No recibía visitas, pero el conserje me comentó que un día antes de la tragedia, un caballero de aspecto extranjero y con un fuerte acento, que no ha sabido identificar, visitó brevemente al profesor.
—¿No hay forma de que logremos identificar a la visita del profesor Proust?
—La descripción del conserje era bastante vaga. Un hombre alto, delgado, rubio, con un bigote prominente; de mediana edad, porte distinguido. Un caballero extranjero —terminó de enumerar Hércules.
—Entiendo. No es mucho, la verdad. ¿Qué sabemos del profesor Arouet? ¿Ha visitado su cuarto?
—No. Será mejor que le echemos un vistazo.
Los dos hombres abandonaron la habitación y cruzaron el pasillo, a unos tres metros Hércules se detuvo y probó con varias llaves hasta dar con la correcta. Lincoln se volvió y observó el breve espacio recorrido.
—¿Qué piensa Lincoln?
—Es casi imposible que los dos profesores no hayan coincidido alguna vez en el pasillo. Usted me ha dicho que el edificio está casi vacío. Dos investigadores solos, no podrían menos que saludarse o incluso cruzar alguna conversación. ¿No cree?
—Es más que probable —dijo Hércules mirando en la misma dirección que el norteamericano.
—¿En que fecha llegó el profesor Proust?
—Llegó el 27 de mayo, según nos informó la Residencia, aunque desconocemos si vino directamente a Madrid o estuvo en otras ciudades.
—Y el profesor Arouet, ¿llegó por la misma fecha? —preguntó Lincoln.
—Una semana más tarde. Hacia el 2 o el 3 de junio. Antes de que me lo pregunte, he de informarle que el profesor von Humboldt lleva aquí desde el mes de abril.
Lincoln no hizo ningún comentario más y penetró en la habitación. La persiana estaba subida y el desorden era evidente. Ropa sucia sobre la cama, libros apilados por el suelo, algunos de ellos abiertos y con las hojas dobladas. Pero lo que más chocaba era el fuerte olor a incienso de la habitación. Sobre un escritorio completamente vacío, una pequeña lamparita dorada y restos de cenizas. Hércules tomó uno de los libros del suelo y leyó en alto.
—«Ueber das Konjugationssystem der Sanskritsprache in Vergleichung mit jenem der griechischen, lateinischen, persischen und germanischen Schpracbe», Frankfort, 1816. Franz Bopp. El libro es alemán. Parece que es de gramática.
—El profesor Arouet es profesor en lenguas indoeuropeas.
—Sí, especialista en lenguas indoeuropeas orientales.
—No se ven apuntes ni anotaciones.
—Al parecer sus apuntes se encontraban en la Biblioteca Nacional y los tiene la policía.
—No tenemos mucho para empezar.
—Lo cierto es que no —dijo Hércules frunciendo el ceño.
—Ahora queda conseguir los papeles de Arouet y del profesor von Humboldt.
—Los del francés sólo tenemos que cogerlos de la comisaría central o llamar a Mantorella para que nos los facilite, pero los de von Humboldt están fuera de nuestro alcance. Están en la embajada austríaca y la embajada austríaca es suelo de Austria.