Capítulo 50

Después de que la policía los identificara, Hércules y sus amigos se informaron sobre el hospital dónde habían llevado a los heridos y lograron coger una carroza que les acercó hasta allí. En la entrada, varios soldados hacían guardia. Los coches permanecían con sus chóferes parados frente a la puerta principal.

—¿Cómo vamos a entrar? —preguntó Alicia.

Hércules examinó el edificio junto a Lincoln y unos minutos más tarde se reunieron con Alicia que seguía junto al cochero.

—Hay una entrada por uno de esos callejones. No será difícil acceder al edificio, pero llegar hasta el archiduque será muy complicado.

—Al menos sabemos que él no es el Mesías Ario —dijo Lincoln.

—Todavía no está muerto.

—Hércules, usted es incorregible.

Los dos hombres se metieron en el callejón y forzaron una pequeña puerta que debía usarse para sacar la basura del centro. No pudieron evitar que la puerta de madera chasqueara al hacer palanca, pero en la fachada principal había un gran alboroto. Mucha gente se había acercado al hospital para interesarse por la salud del príncipe, entre ellos un buen número de periodistas.

Una vez dentro, los dos agentes subieron por una de las escaleras de servicio. Revisaron varias plantas pero no vieron nada anormal. Después de llegar a la última, decidieron bajar hasta el sótano. Si el archiduque ya había muerto, su cuerpo estaría en algún tipo de depósito. Antes de llegar al sótano escucharon un grito agudo pero corto. Corrieron escaleras abajo y observaron como dos individuos corrían al fondo del pasillo. Hércules sacó la pistola y apuntó a los dos blancos en movimiento, pero antes de que pudiera disparar los dos hombres se perdieron escaleras arriba. Pasaron entre los soldados muertos y penetraron en una gran sala llena de camillas. Tan sólo tres estaban ocupadas. En una, la gran figura del archiduque, con la guerrera abierta y ensangrentada. A su lado, su esposa con el vestido manchado de sangre en el vientre. El otro cuerpo era el de uno de los oficiales de su escolta. Escucharon ruido a sus espaldas y corrieron por una puerta lateral justo antes de que los soldados austríacos llegaran a la sala.

Una vez en la calle caminaron despacio hasta su carruaje. La gente estaba alborotada. Se había corrido el rumor de la muerte de los archiduques y muchos de los periodistas corrían hacia la oficina de telégrafos para transmitir la noticia a sus periódicos. Cuando llegaron, Alicia les hizo un gesto interrogativo, pero ellos negaron con la cabeza. Una vez más el manuscrito de las profecías del Artabán desaparecía sin dejar rastro.

El mesías ario
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