Capítulo 57

Viena, 29 de junio de 1914

La Meldemannstrasse era una calle bulliciosa en los arrabales de la ciudad. Muchas fruterías exponían sus productos en las aceras y el olor de las frutas se mezclaba con el de los cafés. El príncipe Stepan estaba frente a una taza bien cargada, pero su compañero se limitó a pedir una limonada. El sr. Schicklgruber no bebía alcohol ni tampoco fumaba. Según le había comentado al príncipe, el cuerpo era como un templo que había que cuidar.

—¿Ha practicado el yoga? —le preguntó el joven.

—Ni sé de qué se trata.

—Podríamos definirlo como una gimnasia espiritual que se creó en la India. La práctica del yoga puede modificar alguna de nuestras funciones vitales.

—Qué interesante —dijo el príncipe sorbiendo un poco de su humeante café vienés—. ¿Ahora vive en Alemania?

—En Múnich. ¿Conoce Múnich?

—No, la verdad es que éste es el primer viaje que hago fuera de Ucrania.

—Pues tiene que visitarla, es la ciudad alemana por excelencia.

—¿Sus padres viven allí?

—No, yo nací en Braunau-am-Inn. Un pequeño pueblo muy cerca de Baviera, pero en la parte austríaca.

—¿Sus padres siguen allí?

—Hace años que fallecieron.

—Lo lamento.

—No se preocupe, lo tengo superado. Pero hemos venido aquí para hablar del pueblo Ario, ¿no es verdad?

—Así es. En Ucrania no se habla de estos temas. Somos una pequeña comunidad de comerciantes a los que nos gusta guardar nuestras tradiciones, pero desconocemos la historia y el origen de nuestro pueblo.

—La ignorancia sobre todos los temas está a la orden del día. Si sale a la calle y le pregunta a cualquiera por el Gamaleón, el Libro de los cien capítulos o la Profecía del Monje Hermann, la mayor parte no sabrá de qué le está hablando.

—Me temo que yo soy parte de esos germanos ignorantes.

—Yo también era antes un ignorante, pero gracias a mis lecturas y al Círculo Ario, ahora sé muchas cosas sobre el pasado y sobre el futuro glorioso de nuestro pueblo.

—¿Sobre el futuro? —preguntó extrañado el príncipe.

—En el Gamaleón, por ejemplo, se habla de un emperador germano que derrotará a la monarquía francesa, al papado y que someterá a los eslavos y húngaros y aplastará a los judíos para siempre.

—¿Qué es el Gamaleón?

—Un libelo publicado en 1439. No he leído el original, pero lo reprodujeron hace unos años en la Ostara.

—¿La Ostara?

—¿No conoce la revista? La publica Georg Lanz von Lisbenfelds desde hace unos años.

—¿Y la Profecía del Monje Hermann?

—El manuscrito original es de 1240, pero no fue difundido hasta el siglo XVIII. En la profecía se habla del fin de las casas reales alemanas y el advenimiento de un gobernante que destruiría a los judíos. Antes de que me lo pregunte, el Libro de los cien capítulos, trata sobre la preparación del pueblo germano para recuperar su dignidad y ser llevados por un líder a derrotar a sus enemigos. Tal vez esta guerra remueva todo eso.

—¿Qué guerra?

—La que está a punto de comenzar. Alemania barrerá a Rusia y Francia en pocos días. Lo único que lamento es que el rey de Alemania y el emperador de Austria no vivan para verlo.

—¿No ha oído hablar de las profecías de Artabán?

El joven se quedó mudo. Toda su verborrea de la última hora se detuvo de repente.

—Nunca he escuchado tal cosa —contestó molesto, como si el príncipe le quisiera poner en evidencia.

—Tengo aquí el libro, dijo sacándose el manuscrito de la chaqueta.

—¿Puedo verlo? —preguntó el joven con la mirada encendida.

—Prefiero leerlo yo mismo.

El joven Schicklgruber asintió con la cabeza y se apoyó en la tosca mesa para escuchar mejor. A medida que el príncipe Stepan leía algunos párrafos del libro el rostro del joven se iluminaba.

«...cuando llegué a Egipto y contemplé la hermosa ciudad de Alejandría, supe que el niño de Belén estaba en la ciudad. Después de meses de viajes y búsqueda, por fin vería al Salvador del Mundo, al Mesías... Cuando por fin encontré la casa del carpintero me dirigí inmediatamente hasta ella. Allí había una hermosa mujer lavando ropa y un niño como de dos años que jugaba con la arena a su lado. Entonces, el niño me miró. Sus ojos negros y su pelo moreno me repugnaron. Aquel niño de piel cetrina, de rasgos bastos y aspecto vulgar no podía ser el Mesías. La mujer se me acercó y me habló en arameo. Parecía una campesina judía de las muchas que se veían en Palestina, vestida con una túnica vieja y raída, con la cabeza cubierta con un pañuelo descolorido por los muchos lavados. Miré a mis criados y me alejé de aquel lugar...».

El joven estaba sorprendido. Miró al príncipe Stepan y sonriendo le dijo:

—Es justo tal y como yo pensaba. Aquel judío no podía ser el verdadero Mesías.

—¿Por qué no? —dijo el ruso sintiendo un escalofrío que le recorrió toda la espalda.

—Schopenhauer lo argumenta muy bien. Para qué iba a venir un Mesías que muriera en una cruz. La crucifixión personifica la misma negación de la voluntad de vivir. Por eso el cristianismo es tan débil, capaz de autodestruirse antes de defenderse.

—Lo que dice es muy serio —apuntó el ruso.

—Los católicos son parásitos malignos y los protestantes perros sumisos, pero los peores de todos son los judíos. Ellos son culpables de todos los males que asolan a Alemania y a la humanidad —dijo el joven alzando la voz. Algunas personas se dieron la vuelta y se entretuvieron observando la dura diatriba del austríaco.

—Pero sr. Schicklgruber, sus acusaciones son muy graves.

—El cristianismo no es válido ni tampoco su sistema, de una mala semilla no puede salir un buen árbol y el judaísmo es la mala semilla de la que salió el cristianismo. Es indecente ser cristiano en la actualidad.

—¿Por qué? —preguntó el príncipe.

—El cristianismo es indecente. Alzo contra la Iglesia Cristiana la más cruel de las acusaciones que se haya alzado jamás. A mi juicio, es la corrupción más terrible que uno pueda imaginar. Con sus ideales de anemia, de santidad, de dar toda la sangre, todo el amor, toda la esperanza por la vida; la cruz es la marca que identifica a la conspiración más subterránea que ha existido jamás: contra la salud, la belleza, contra cualquier cosa que haya salido bien, contra el coraje, el espíritu, la amabilidad, contra la vida misma.

El príncipe Stepan comenzó a sudar. Una idea terrible le rondaba por la cabeza. ¿Y si aquel austríaco vulgar era el hombre que estaba buscando? ¿Dios o el Destino lo habían puesto en su camino para que acabara con él?

—¿No ha leído a Nietzsche?, ese sí que es un gran hombre y un gran filósofo. Sé de memoria sus palabras: «Decir que la doma de un animal es su mejora suena casi como un chiste...Lo mismo sucede con el hombre domesticado al que el sacerdote ha "mejorado". Al principio de la Edad Media, cuando la Iglesia era de hecho y por encima de todo una casa de fieras, los especímenes más bellos de la "bestia rubia" fueron cazados, y de los nobles teutones, por ejemplo, fueron "mejorados". Pero, ¿qué aspecto tenían los teutones mejorados...? Tenían el aspecto de una caricatura, un aborto, se había convertido en un pecador...En resumen, un cristiano».

—Pero, ¿por qué echarle la culpa de todo a los cristianos? — preguntó el príncipe Stepan.

—¿Todavía no lo entiende? Igual que el Mesías judío llegó para debilitar a las razas y destruir a la raza aria, Nietzsche habla de un Uebermensch.

—Un superhombre —tradujo el ruso.

—Un superhombre. ¿No ha leído el libro Así habló Zaratustra?.

—Sí, lo he leído.

—¿Recuerda las palabras del profeta?: «Yo os enseñaré el superhombre.. .Yo os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la Tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobreterrenales». En eso creo.

—La religión del hombre moderno.

—Sí, no en las patrañas de las que habla Wagner.

—¿El músico?

—¿No ha leído nunca la disputa entre Wagner y Nietzche?

—La verdad es que es la primera vez que oigo sobre ella.

El joven se colocó su pelo negro hacia atrás. Su manera vehemente de hablar y su continua gesticulación le habían despeinado por completo.

—Algunos cristianos alemanes dicen que Jesús no era judío, que era Ario.

—No puede ser. Todo el mundo sabe que era judío.

—Por eso, cuando me ha leído ese libro ha confirmado mis ideas. El Mesías todavía está por venir y será Ario. ¿Podría prestarme el libro para que lo leyese?

—Tiene un gran valor. No podría leerlo sin que yo estuviera presente —dijo el príncipe Stepan. Miró la hora y añadió—: Tenemos que irnos, he quedado a las nueve con el librero Ernst.

—¿Va usted a asistir a la reunión?

—El librero me invitó. «

—Pues entonces será mejor que nos marchemos; cuando todos sepan el libro que tiene entre manos, no le dejarán ni a sol ni a sombra.

Abandonaron el café y salieron a la calle. Ya era de noche, pero todavía mucha gente llenaba los bulevares y las cervecerías de la ciudad. Todo parecía tan vivo, pero el príncipe Stepan sentía una opresión en el pecho que apenas le dejaba respirar. Es él, escuchaba en su mente. Una y otra vez la misma frase. Una frase que le torturaba. Pidió a Dios que le diese fuerzas y acarició su cuchillo por debajo de la chaqueta.

El mesías ario
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
Se0001.xhtml
Se0002.xhtml
Se0003.xhtml
Se0004.xhtml
Se0005.xhtml
Se0006.xhtml
Se0007.xhtml
Se0008.xhtml
Se0009.xhtml
Se0010.xhtml
Se0011.xhtml
Se0012.xhtml
Se0013.xhtml
Se0014.xhtml
Se0015.xhtml
Se0016.xhtml
Se0017.xhtml
Se0018.xhtml
Se0019.xhtml
Se0020.xhtml
Se0021.xhtml
Se0022.xhtml
Se0023.xhtml
Se0024.xhtml
Se0025.xhtml
Se0026.xhtml
Se0027.xhtml
Se0028.xhtml
Se0029.xhtml
Se0030.xhtml
Se0031.xhtml
Se0032.xhtml
Se0033.xhtml
Se0034.xhtml
Se0035.xhtml
Se0036.xhtml
Se0037.xhtml
Se0038.xhtml
Se0039.xhtml
Se0040.xhtml
Se0041.xhtml
Se0042.xhtml
Se0043.xhtml
Se0044.xhtml
Se0045.xhtml
Se0046.xhtml
Se0047.xhtml
Se0048.xhtml
Se0049.xhtml
Se0050.xhtml
Se0051.xhtml
Se0052.xhtml
Se0053.xhtml
Se0054.xhtml
Se0055.xhtml
Se0056.xhtml
Se0057.xhtml
Se0058.xhtml
Se0059.xhtml
Se0060.xhtml
Se0061.xhtml
Se0062.xhtml
Se0063.xhtml
Se0064.xhtml
Se0065.xhtml
Se0066.xhtml
Se0067.xhtml
Se0068.xhtml
Se0069.xhtml
Se0070.xhtml
Se0071.xhtml
Se0072.xhtml
Se0073.xhtml
Se0074.xhtml
Se0075.xhtml
Se0076.xhtml
Se0077.xhtml
Se0078.xhtml
Se0079.xhtml
Se0080.xhtml
Se0081.xhtml
Se0082.xhtml
Se0083.xhtml
Se0084.xhtml
Se0085.xhtml
Se0086.xhtml
Se0087.xhtml
Se0088.xhtml
Se0089.xhtml
Se0090.xhtml
Se0091.xhtml
Se0092.xhtml
Se0093.xhtml
Se0094.xhtml
Se0095.xhtml
Se0096.xhtml
Se0097.xhtml
Se0098.xhtml
Se0099.xhtml
Se0100.xhtml
Se0101.xhtml
Se0102.xhtml
Se0103.xhtml
Se0104.xhtml
Se0105.xhtml
Se0106.xhtml
Se0107.xhtml
Se0108.xhtml
Se0109.xhtml
Se0110.xhtml
Se0111.xhtml
Se0112.xhtml
Se0113.xhtml
Se0114.xhtml
Se0115.xhtml
Se0116.xhtml
Se0117.xhtml
Se0118.xhtml
Se0119.xhtml
Se0120.xhtml
Se0121.xhtml
Se0122.xhtml
Se0123.xhtml
Se0124.xhtml
Se0125.xhtml
8-autor.xhtml