Capítulo 45
Sarajevo, 27 de junio de 1914
El hotel se encontraba situado en una de las calles céntricas de la ciudad. Los tres hombres entraron con un ligero equipaje de mano y esperaron en la recepción. Parecían tres jóvenes estudiantes de regreso a su casa que hacían noche en la ciudad. Subrilovic, Grabege y Gavrilo Princip mostraron sus falsos papeles y el recepcionista les entregó la habitación convenida. El dueño del hotel, Spalajkovic el tío del embajador de Serbia en Rusia, les había buscado una habitación desde la que pudieran observar en todo momento la calle principal de la ciudad y uno de los puntos por donde iba a pasar el archiduque y su comitiva. Cuando los tres hombres estuvieron arriba se quitaron las chaquetas y se sentaron en las camas y en la única silla de la habitación.
—Estoy nervioso. Vosotros parecéis muy tranquilos —dijo Subrilovic.
Sus dos compañeros se miraron y Grabege se levantó de la cama y corrió la cortina de la habitación.
—Pues será mejor que te tranquilices. No podemos permitirnos equivocaciones, ya sabes como se las gasta Dimitrijevic. Ahora no puedes echarte para atrás.
—¿Quién habla de echarse para atrás? Yo estoy en la joven Bosnia desde antes que tú. Pero soy humano y me pongo nervioso.
Gavrilo permanecía sentado sin decir palabra. Llevaba días sintiéndose mal, la tuberculosis se extendía rápidamente y tenía miedo de morir antes de ver terminada la misión.
—¿Acaso no tienes miedo a morir, Grabege?
—¿Quién no lo tiene? Pero hay algo más importante que mi vida o la tuya.
—Una Bosnia libre. Ya lo sé. Aun así me gustaría estar vivo para contarlo.
—Entonces no haberte metido en esto, camarada.
Gavrilo se levantó pesadamente y se puso enfrente de sus dos compañeros.
—Dejad de pelearos. Si tanto miedo tenéis a morir, puedo hacerlo yo sólo.
—Mira lo que dice el lisiado. Da gracias a que Dimitrijevic no sabe que estás enfermo, de otro modo hace tiempo que estarías fuera de la misión.
—Subrilovic, por favor —dijo Grabege.
Los tres se quedaron en silencio hasta que Subrilovic se acercó a su compañero y le dijo:
—Discúlpame, Gavrilo. Estamos todos nerviosos.
—Lo entiendo. Yo también tengo una madre y un padre, hermanos y alguien que prefiere verme volver a casa. Pero tenemos que hacerlo, los austríacos llevan años oprimiendo a los bosnios. No nos quitamos el yugo de los turcos para que ahora esos germanos nos pisoteen.
—¿A qué hora empieza la visita mañana? —preguntó Gragebe.
—A las diez en punto —contestó Gavrilo.
—Pues será mejor que descansemos. Tenemos que estar despejados y fuertes para mañana.