Capítulo 90
Múnich, 15 de julio de 1914
El viaje de Hércules y sus amigos a Múnich se convirtió en un verdadero calvario. Encontrar un transporte fue casi imposible; los que no estaban requisados por el Ejército, se encontraban averiados. Además fueron retenidos en la frontera entre Alemania y Austria durante más de una semana hasta que gracias a la intervención de Ericeira lograron finalmente pasar. Las complicaciones continuaron al otro lado de la frontera y tardaron casi diez días en un trayecto de poco más de dos. La espera no sólo les angustiaba por su deseo de terminar por fin con una agotadora y larga misión, si no sobre todo porque sabían que el tiempo se acababa y si era proclamada la guerra, sería imposible encontrar al Mesías Ario y después eliminarlo.
Lincoln experimentó su infierno particular con Alicia. Si en las últimas semanas se habían acercado y logrado una intimidad profunda, desde el retorno del portugués apenas hablaban entre ellos. El norteamericano evitaba estar a solas con ella y aunque Alicia intentaba charlar con él, Lincoln buscaba cualquier excusa para terminar la conversación y abortar cualquier intento de intimidad.
Tras su llegada a Múnich, se quedaron muy impresionados. La ciudad permanecía tranquila para la inusitada actividad bélica del país y del continente entero. Por las calles podían verse algunos grupos de soldados, pero su presencia era mínima y daba la sensación de que los bávaros no habían interrumpido sus vacaciones ni su vida cotidiana a causa de la inminente guerra. Era normal verles a todas horas en las calles y en las plazas comiendo, bebiendo o simplemente paseando.
La Viktualienmarkt o plaza del mercado se encontraba en plena actividad. El grupo se perdió entre las casitas que imitaban a un pequeño pueblo alemán y que estaban repletas de todo tipo de frutas exóticas y flores. Los españoles buscaron algo de fruta y Lincoln y Ericeira tomaron algo de café en una de las casitas.
Hércules no dejaba de pensar en la posibilidad de que el Mesías Ario hubiera salido de Múnich dirigiéndose a Berlín, pero si había un sitio tranquilo y discreto para esconder y proteger a alguien, la capital de Baviera era el lugar idóneo. Alejada de la frontera norte, cubierta en parte por la protección de Austria, con una salida fácil hacia Suiza e Italia en caso de emergencia, Múnich constituía un sitio claramente estratégico.
Antes de comenzar sus indagaciones buscaron un hotel céntrico. Eran las ocho de la tarde, primero descansarían un poco en el hotel, después cenarían algo y por la maña temprano acudirían a la dirección que les había facilitado el antiguo amigo de Adolf Hitler, el sr. Kubizek.
En la entrada del hotel Hércules se sentó en el hall de la planta baja y comenzó a leer uno de los periódicos locales, mientras sus amigos subían a sus habitaciones para asearse y relajarse un poco. Cuando miró los titulares principales de la tarde se quedó sorprendido. Austria, según anunciaba el periódico, había declarado la guerra a Serbia y había comenzado la invasión aquel mismo día. Aquello les dejaba un margen de poco más de veinticuatro o cuarenta y ocho horas para encontrar al Mesías Ario. Las profecías eran claras en eso, si el Mesías no era eliminado antes de que estallase la gran guerra de los arios, nadie podría detenerlo y su reino duraría mil años. Hércules entendía lo de mil años como una metáfora, pero de lo que no había duda era de que una vez comenzada la guerra les expulsarían del país y la pista del Mesías Ario desaparecería para siempre.
Media hora más tarde, cenaron en el tranquilo salón comedor del hotel casi completamente solos. No había muchos visitantes extranjeros en la ciudad. La fiesta de la cerveza atraía todos los años a cientos de miles de personas, pero los rumores de guerra impedirían que aquel año pudiera celebrarse. Alicia notó durante la cena la preocupación de Hércules y le preguntó lo que le sucedía.
—He leído en el periódico que Austria ha declarado la guerra a Serbia. Eso nos pone en un serio apuro; no creo que nos queden más de veinticuatro o cuarenta y ocho horas para encontrar a Adolf Hitler en Múnich.
—Tiempo de sobra, no cree —dijo Ericeira mientras cortaba un suculento bistec.
—No estoy tan seguro. El Círculo Ario también sabe que debe proteger a su Mesías hasta que la guerra sea proclamada y que después será imposible parar su advenimiento. Le protegerán con uñas y dientes. Incluso, puede que ya no esté en Múnich.
—Esta ciudad es una de las más seguras de Alemania. Está en un lugar estratégico que le protege en sus cuatro puntos cardinales y además tiene varias rutas de fuga posibles.
—Lo sé, Ericeira. Pero Múnich también es lo suficientemente grande como para esconder al Mesías Ario.
—Mi opinión es, —dijo Lincoln rompiendo la discusión— que el Círculo Ario está confiado. Hemos llegado aquí con casi doce días de retraso. Con toda seguridad deben pensar que les hemos perdido la pista o que nos han obligado a regresar a España. Si actuamos con celeridad y discreción lograremos nuestro objetivo.
—Estoy de acuerdo con usted —dijo Alicia cogiendo al americano de la mano.
—Gracias —contestó algo avergonzado pero sin retirar la mano.
—Pues será mejor que nos pongamos en marcha lo antes posible —dijo Hércules levantándose de la mesa.
El grupo abandonó la mesa y salió a la templada noche de Múnich. Cuando llegaron al ayuntamiento se quedaron sobrecogidos ante el deslumbrante edificio neogótico. Después cruzaron la ciudad hasta la Karlsplatz y tomaron un tranvía que les llevaba directos hasta la dirección de Adolf Hitler. Con un poco de suerte el austríaco se encontraría en ese momento en su habitación y en unas pocas horas toda aquella horrible pesadilla terminaría para siempre.