Capítulo 71

Cuando llegaron al hotel Lincoln se encontraba hecho un manojo de nervios. Caminaba de un lado para otro de la habitación sin dejar de refunfuñar. Hércules logró mantener la cabeza fría, lo más importante era rescatar a Alicia y para eso debían buscar una solución rápida. Al menos tenían el libro de las profecías de Artabán y con el libro en su poder, von List y el Círculo Ario entrarían en razón.

No pudieron dormir en toda la noche a pesar de estar agotados. La sola idea de que Alicia pudiera estar sufriendo en ese momento les mantenía en tensión constante. ¿Qué era mejor, esperar que ellos se pusiesen en contacto o buscar la manera de llegar a un acuerdo? Si entregaban el libro, ¿Cómo podrían forzar al Círculo Ario para que soltara a la chica?

—Tenemos que volver a la casa de von List con el libro y entregárselo —dijo Lincoln parándose en seco. Llevaba toda la noche recorriendo los escasos tres metros de largo de la habitación y ya no podía más.

—Entiendo su ansiedad por ver liberada a Alicia, pero si realmente queremos rescatarla, debemos pensar todo fríamente. Si vamos allí sin más y les damos el libro, se quedarán con él y nada nos garantiza que después no la maten a ella. Incluso que nos capturen a nosotros.

—Podría ofrecerme en su lugar. Pedir que la liberen y que hagan lo que quieran conmigo —dijo Lincoln sentándose en un sillón.

—Es una propuesta que le honra, pero no consentiría que usted se sacrificara por ella. Alicia es mi ahijada. Su padre está muerto y yo tengo el deber de cuidarla.

—Lo sé Hércules, pero yo tengo sentimientos hacia ella difíciles de explicar.

—Y lo había notado —contestó el español. Lincoln le miró sorprendido y apoyó la cara entre sus manos nerviosas, después le dijo:

—Nunca había experimentado esto antes. Otras mujeres me habían atraído, pero no de esta forma. Alicia tiene algo especial.

—Sabe que su historia podría fracasar. Son muchas las diferencias entre ustedes y la más difícil de salvar es la de la raza. Vivimos en un mundo, en el que dos personas de distinto color no pueden estar juntas sin que la sociedad los castigue por ello.

—Lo he pensado muchas veces. Yo estoy acostumbrado a sufrir el rechazo de los demás. He vivido como un hombre blanco todo este tiempo. Los blancos me han visto como a un inferior y los negros como a un traidor, pero yo siempre he querido que los demás vieran a la persona y no el color de su piel.

—Quiero que sepa que yo apruebo su amor. Sinceramente creo que ella también le ama. Nunca la había visto así con otro hombre.

Lincoln se levantó y se acercó a su amigo. Tuvo ganas de abrazarle, de descargar su tensión y derrumbarse, pero en el último momento tragó saliva y se alejó hacia la puerta de la habitación.

—¿A dónde va? Será mejor que nos quedemos quietos. Si nos buscan sabrán dónde encontrarnos.

—No puedo quedarme cruzado de brazos, Hércules. Necesitamos comprar o hacernos con dos armas. Sin armas estamos a merced de esos asesinos.

—¿Y dónde va a conseguir armas?

—En el mismo sitio que se consiguen armas en cualquier ciudad.

—¿En el barrio chino?

—Sí.

—Y, ¿si ellos vienen y no estamos?

—Nos buscarán, pero nosotros saldremos a su encuentro y para entonces tendremos que tener un plan y llevarlo a cabo.

Hércules y Lincoln dejaron la habitación. Al llegar al hall de la entrada salieron por la puerta trasera, querían asegurarse de que nadie les seguía, para poder llevar en todo momento la iniciativa. Caminaron sin rumbo gran parte de la noche. Viena parecía una ciudad desierta, pero al final encontraron lo que buscaban. Muy cerca de la estación vieron un grupo de fulanas medio adormiladas y muy cerca algunos garitos y un cabaret de baja categoría. Entraron en uno de los locales e intentaron comprar sus armas. No hubo suerte en dos de ellos, pero en el tercero, algo parecido a un cabaret de tercera, donde las mujeres más que bailar simplemente se desnudaban, encontraron al tipo adecuado.

—No es fácil encontrar una pistola en Viena —les dijo un hombre mal encarado, medio tuerto de un ojo y con aspecto mestizo.

—Nosotros estamos dispuestos a pagar lo que sea por una — contestó Hércules. Lincoln le miró de reojo para que le dejara a él la negociación. En las calles de Nueva York trataba con tipos como aquel todos los días.

—Cómo consigas el material nos es del todo indiferente —dijo el agente norteamericano en inglés. Hércules se limitó a traducir.

—Bueno, en los últimos tiempos nos han llegado algunas pistolas del ejército. Con todo esto de la movilización hay mucho caos y, nadie echa en falta unas pocas pistolas.

—Necesitamos dos y las necesitamos ahora —dijo Lincoln cortante.

—Tendrán que venir conmigo.

—Vamos.

Los tres hombres dejaron el garito y se encaminaron por un callejón sucio hasta lo que parecía un hotel viejo. Entraron en lo que en otros tiempos debió ser una recepción elegante y subieron hasta la planta primera. El tuerto llamó a una puerta y pasaron a la habitación. El cuartucho tenía unos muebles viejos y ajados, pero estaba en perfecto orden y limpio. Una cama grande, un pequeño escritorio y un armario eran casi todo el mobiliario. Una mujer de cincuenta años les abrió, habrían pensado que era la madre del hombre, de no haber sido por la forma en la que ella le trataba.

—¿Quieren pasar un buen rato? —les dijo el hombre señalando a la cama. Hércules y Lincoln negaron con la cabeza.

El hombre abrió el armario y sacó dos pistolas nuevas del ejército. Apenas parecían usadas, después les dio unas doscientas balas.

—¿Tendrán suficiente con esto? Podrían hacer su guerra particular.

—Será suficiente —dijo cortante Lincoln.

—Quiero dinero alemán.

—¿Alemán?

—Sí, dejaremos Viena antes de que la guerra estalle.

Hércules sacó un fajo de billetes y pagó al hombre, que con cuidado comenzó a contarlos.

—¿Conoce a un grupo denominado el Círculo Ario? —preguntó Hércules. El hombre paró de contar los billetes y les miró fijamente.

—¿El Círculo Ario? ¿Qué tienen que ver ustedes con ellos?

—Eso no importa, los conoce entonces.

—Todo el mundo ha oído hablar de ellos, pero es mejor no meterse con el Círculo Ario, son muy poderosos y pueden llegar a ser muy peligrosos.

—Eso ya lo sabemos —refunfuñó Lincoln—. Si nos das información importante, te pagaremos bien.

—¿Qué puedo decirles? Son unos tipos racistas que mueven mucho dinero en la ciudad. Extorsionan a gente de la alta sociedad, primero les engatusan con su verborrea nacionalista y después les introducen en un mundo de desenfreno, cuando han caído en su red los chantajean y les piden fuertes sumas de dinero. También se rumorea que secuestran a niños y adolescentes pobres, pero eso son sólo rumores.

—¿Conoce a un tal von List?

—Bueno, hoy en día cualquiera puede poner en su apellido lo de "von", pero el señor List no es muy distinto de mí, lo único es que tiene el negocio mejor montado.

Los dos hombres pagaron la información y abandonaron la habitación, cuando estaban cruzando el umbral el tuerto les dijo:

—Von List y su gente tienen un edificio cerca del río.

—Gracias —dijo Hércules dándose la vuelta.

—Pero será mejor que no se metan con ellos, pueden joderles la vida, se lo aseguro.

Hércules y Lincoln caminaron por las callejuelas hasta salir a una gran avenida ajardinada. Mientras caminaban cansados y somnolientos, un sol rojizo apareció en el horizonte. La noche había concluido por fin, pero ellos seguían estando a oscuras. ¿Dónde estaría Alicia? ¿Se encontraría bien? Esperaban que aquellos locos arios no le hubieran hecho nada. Si le tocaban un pelo se arrepentirían para siempre. Cuando llegaron al hotel, el recepcionista les llamó. Alguien les había dejado una nota, sólo podían ser ellos, se dijeron mientras subían impacientes las escaleras hasta su cuarto.

El mesías ario
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