Capítulo 78
Múnich, 15 de julio de 1914
Los Popp cumplían los ideales raciales de la familia alemana. El marido era un hombre todavía joven, de aspecto saludable, con los rasgos arios, el pelo rubio y los ojos azules. La esposa era una mujer que a pesar de haber entrado en los cincuenta, conservaba las virtudes de la madre aria; pecho prominente, tez clara, fuerza y energía naturales, exenta de todo tipo de coquetería artificial. Sus hijos, un niño y una niña perfectos, eran buenos estudiantes, obedientes y disciplinados. Alemania podía sentirse orgullosa de ellos, en cambio la Schteissheimerstrasse, donde tenían su modesto piso, no era el barrio que una familia aria merecía. Cuando Adolfo pasaba entre las mansiones y palacetes que lindaban con el río, una sensación de furia le invadía. Aquellas casas estaban ocupadas por judíos; extranjeros que traían sus costumbres degeneradas, su arte obsceno y sus ideas comunistas.
Adolfo subió por la Maximilianstrasse hasta la Residenzstrasse. La fachada del palacio de los reyes de Baviera y el aire italiano de los pórticos le hizo recuperar un poco la calma. Después se encaminó a la Marientplatz, en el corazón mismo de la ciudad. La estatua dorada de la virgen brillaba bajo el sol resplandeciente de verano. Podía verse gente por todas partes y las cervecerías rebosaban de visitantes que querían probar la famosa cerveza bávara. Entró en el impresionante templo de la cerveza, la Hofbräuhaus y buscó entre la multitud a von Liebenfelds, al final lo vio al fondo, se dirigió a su mesa en un rincón, enfrente de la banda de música y se olvidó por unos instantes de su indignación por mezclarse con la muchedumbre que llenaba la cervecería.