Capítulo 93

Múnich, 28 de julio de 1914

La Shleissheimerstrasse era una calle alargada de edificios de cuatro plantas totalmente desprovistos de vistosidad o encanto. Las anodinas fachadas rompían en apuntados tejados a dos aguas que alargaban más su desnudez. Las calles estaban totalmente desiertas y apenas se observaba movimiento de vehículos en la avenida próxima. Los tranquilos obreros de la ciudad ya estaban acostados o cenando en sus estrechas cocinas. Cuando llegaron frente a la puerta decidieron que mientras Hércules y Lincoln subían al piso, Ericeira y Alicia esperarían en la calle. Por muy peligroso que pudiera ser Adolf Hitler, no dejaba de ser sólo un hombre mortal.

—Lo que temo es que no esté sólo —dijo Lincoln preocupado.

—Tendremos que arriesgarnos —contestó Hércules.

—Si en media hora no han bajado, subiremos a buscarles —dijo Ericeira cogiendo a Alicia del brazo.

Hércules y Lincoln subieron hasta el piso de la familia Popp y llamaron a la puerta. Les abrió una mujer rubia muy atractiva.

—¿En qué puedo servirles?

—Disculpe la hora de nuestra visita, pero estamos buscando a un viejo amigo que creo que se aloja aquí—dijo Hércules intentando ser lo más cordial posible.

—¿Amigos de quién? No entiendo en qué puedo ayudarles.

—Buscamos al sr. Adolf Hitler. Nos conocimos en Viena hace un tiempo y nos dijo que si pasábamos por Múnich no dudáramos en hacerle una visita.

—¡Qué extraño! —dijo la mujer frunciendo el ceño.

—¿Por qué señora? —preguntó Hércules, temiendo que la mujer cerrara la puerta en cualquier momento.

—El sr. Hitler hace más de diez días que no utiliza su habitación. No nos avisó de que se iba a ausentar y ahora ustedes vienen buscándole.

—¿No está? ¿Y sabe dónde podríamos encontrarle?

—No sé decirles. El sr. Hitler no tiene muchos amigos en la ciudad. De hecho, apenas sale de su habitación.

—Es que es urgente que demos con él, tenemos algo muy importante que comunicarle.

—Prueben en la cervecería Sterneckerbráu o en la Alte Rosenbad. No se me ocurre otro sitio donde pueda encontrarse.

—Gracias señora, pero le tenemos que pedir un último favor — dijo Hércules intentando aprovechar todos sus encantos latinos.

—¿Ustedes dirán?

—¿Podríamos ver la habitación de Hitler?

—Eso es del todo imposible —dijo la señora Popp entornando la puerta.

—Es de vital importancia, el sr. Hitler tiene algo que nos pertenece y que necesitamos con toda urgencia.

—Estoy sola en casa y no puedo dejarles pasar, además debo proteger los objetos de mi inquilino. Espero que me comprendan.

—Por favor señora, sólo4 será un segundo —insistió Hércules, sacando varios billetes de la cartera. Cuando la mujer vio el dinero lo cogió rápidamente y se lo guardó en el escote.

—Cinco minutos. Ni uno más —dijo abriendo la puerta y señaló con el dedo—. Es la del fondo del pasillo.

Los hombres se movieron con rapidez. Entraron en el cuarto abuhardillado y cerraron la puerta. En la habitación apenas había unos pocos libros, una maleta vieja, algo de ropa y una pequeña libreta.

—Mire esto Hércules, parece un diario.

—Estupendo, puede sernos de utilidad, tal vez hable de su vida en Múnich.

—Señores tienen que irse —se escuchó la voz de la mujer desde el otro lado de la puerta.

Los hombres salieron del cuarto y se dirigieron directamente a la entrada.

—Muchas gracias por todo, señora Popp —dijo Hércules, tocando su sombrero con los dedos.

—De nada —dijo la mujer cerrando lentamente la puerta.

Bajaron las escaleras despacio. Las cosas se complicaban. No sería fácil encontrar a Hitler en Múnich. Hércules sacó la libreta y comenzó a hojearla impaciente.

—Es una lástima que Hitler ya no viva aquí —dijo Lincoln.

—Por lo menos tenemos esto —contestó Hércules señalando la libreta.

—¿Cree que nos proporcionará la información que necesitamos? —preguntó escéptico Lincoln.

—No lo sé. Espero que así sea. Sólo necesitamos un nombre, una dirección y comenzaremos de nuevo a tirar del hilo.

—El tiempo se agota.

—Sí, Lincoln. El tiempo se agota, pero estamos muy cerca de conseguir nuestro objetivo.

El mesías ario
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