Capítulo 73

Viena, 1 de julio de 1914

La nota era muy escueta, pero no dejaba lugar a dudas. El Círculo Ario se ofrecía a entregar a la chica a cambio del libro de las profecías de Artabán. La entrega tendría que ser esa misma noche, en uno de los parques más famosos de la ciudad, el Stadtpark. Allí, cerca de la estatua levantada en memoria a Johann Strauss, se produciría el intercambio.

Hércules y Lincoln aprovecharon la larga espera para recuperar un poco de fuerza. Se turnaron para dormir y, cuando llegó la hora estaban listos para dirigirse al parque. Lincoln había trazado un minucioso plan para liberar a Alicia, no se fiaba mucho de las intenciones del Círculo Ario.

Caminaron hacia el punto de encuentro cuando el sol se puso. Las calles parecían más animadas que la noche anterior. El calor había invadido por fin Viena y muchos de sus habitantes caminaban despreocupados por las suntuosas avenidas. Algunos eran conscientes de que aquellos eran los últimos días antes de que la guerra estallara, tal vez en unos meses la vida habría cambiado mucho y la oportunidad de disfrutar una noche cálida y despejada como aquella se esfumaría para siempre.

El parque Stadtpark estaba lleno. La hierba desprendía un agradable frescor y muchas parejas paseaban del brazo. El susurro de las fuentes y las luces mortecinas de las farolas convertían aquel lugar en un maravilloso sitio de recreo. Hércules y Lincoln se sentaron impacientes. Debían esperar varias horas antes de que los vieneses regresaran a sus confortables casas y dejaran libre la pequeña placita donde estaba la estatua del compositor Johann Strauss tocando el violín.

El tiempo pasaba muy despacio. La gente les miraba extrañada pero no les decían nada. Se acercaba la media noche y las últimas parejas se resistían a abandonar el parque. La soledad les protegía de las miradas indiscretas y les proporcionaba su ansiada intimidad. Cuando se escucharon a los lejos las campanas anunciando las doce de la noche, los últimos transeúntes abandonaron el parque. Hércules y Lincoln se pusieron en guardia. Se ocultaron detrás de unos frondosos arbustos y esperaron a que aparecieran sus interlocutores. No tuvieron que hacerlo durante mucho tiempo. Diez minutos después aparecieron dos hombres vestidos con largos abrigos y con la cara cubierta. No parecía aquel un atuendo muy apropiado para una noche de verano. Los hombres registraron la pequeña plaza y con una indicación, uno de ellos llamó al resto. Otros cuatro hombres se unieron al grupo, junto a ellos había una mujer, que también llevaba una prenda larga que le tapaba las manos y en parte la cara. Sentaron a la mujer en uno de los bancos. Cuatro de los hombres se escondieron y dos permanecieron junto a ella.

—¿Cómo actuamos? —preguntó Hércules, que sabía que su amigo tenía experiencia en este tipo de asuntos.

—Hay dos maneras de hacerlo. Entregarles lo que quieren y arriesgarnos a que una vez con el libro en sus manos eliminen a Alicia y después a nosotros; la otra es poner en marcha el plan.

—No tenemos ninguna oportunidad si vamos de frente. Ellos son seis o más y están armados. El parque está tranquilo y podrían matarnos sin que nadie se entecase. ¿Cree que esos hombres no nos traicionarán?

—Es difícil predecirlo. Al fin y al cabo arriesgan la vida.

—Ya es demasiado tarde, por allí aparecen.

Dos hombres, uno negro y otro alto, entraron en la pequeña plaza. Sus ropas eran tan exageradas para aquella época del año como la de sus interlocutores. Se mantuvieron a cierta distancia del grupo y esperaron a que alguno de sus miembros se acercara.

—¿Cuánto piensa que tardarán en descubrir que no se trata de nosotros?

—No lo sé. Le dije a ese hombre y su amigo que no hablaran. Por el acento podrían sospechar que no somos nosotros.

—Sí, aunque nos haya vendido las armas y haya aceptado hacerse pasar por nosotros, todavía puede traicionarnos. Sólo es un ratero.

Uno de los secuestradores dijo algo a los hombres disfrazados y estos se pusieron en pie. Sacaron algo de su chaqueta y el secuestrador hizo un gesto para que acercaran a la mujer.

—¿Actuamos ya? —preguntó impaciente Hércules.

—Todavía no. Hay que esperar a que se la entreguen.

—Y, ¿cómo sabremos que es ella? Los secuestradores pueden intentar engañarnos.

—Esperemos que no.

Uno de los hombres le entregó un paquete al secuestrador y éste lo examinó tranquilamente. Entonces Hércules y Lincoln observaron un extraño movimiento justo detrás del banco en donde se estaba desarrollando la escena. Lincoln hizo un gesto a Hércules y se acercaron sigilosamente a los dos secuestradores que se encontraban a punto de atacar a sus suplantadores. Les cogieron por la espalda y con un cuchillo les rebanaron el cuello. Los dos secuestradores cayeron sobre la hierba sin hacer ruido. Mientras, los otros dos secuestradores dejaron a la chica y comenzaron a alejarse sin dar la espalada. De repente, de la nada salieron más hombres embozados que se habían ocultado y encañonaron desde el otro lado a los dos hombres y a la mujer. Hércules y Lincoln salieron de los arbustos y dispararon sobre ellos, el fuego cruzado derribó a uno de los secuestradores y a los dos suplantadores. La mujer se agachó, pero dos de los secuestradores se lanzaron sobre ella y la arrastraron a un lado. Lincoln y Hércules no se atrevieron a dispararles. Además desde el otro lado, el otro secuestrador les disparaba sin parar.

—¡Se escapan! —dijo Hércules señalando a los dos hombres que habían vuelto a agarrar a la chica.

Lincoln comenzó a correr tras ellos. Escuchó el silbido de varias balas, pero continuó acercándose a los dos hombres. De repente notó un dolor intenso en una de las piernas y cayó al suelo.

—¿Está bien, Lincoln?

El agente se retorcía de dolor. Intentó ponerse en pie, pero no podía. Los dos secuestradores se alejaban cada vez más y Hércules tenía que cubrir a Lincoln o el otro secuestrador lo remataría en el suelo. Al final, su plan había resultado ser un completo desastre. No sólo no iban a recuperar a Alicia, sino que también iban a perder el manuscrito, lo único que impedía que el Círculo Ario realizara sus planes y se deshiciera de la chica.

Cuando los dos secuestradores estaban a punto de abandonar la placita arrastrando a la mujer a la fuerza. Una sombra apareció delante de ellos y los disparó a bocajarro. Los dos hombres cayeron muertos al instante. La sombra agarró a la mujer y la lanzó al suelo, corriendo después hacia Hércules sin dejar de disparar. Hércules le apuntó, pero antes de dispararle comprendió que los tiros no iban dirigidos ni a Lincoln ni a él. El único secuestrador que quedaba vivo le respondía con su pistola y había dejado de apuntar al español. Hércules se dio la vuelta y alcanzó al secuestrador. Éste soltó la pistola y salió corriendo. Cuando la sombra estuvo cerca de ellos. Guardó la pistola y se agachó para atender a Lincoln. Hércules se acercó al hombre desconocido sin dejar de apuntarle. Le miró de cerca, pero tenía la cara oculta detrás de un pañuelo negro. Entonces el hombre levantó la vista y le hincó sus ojos negros antes de decir:

—Creo que está bien, Hércules. Su amigo se recuperará.

El mesías ario
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