Capítulo 62

El coche se detuvo en una casa en medio del campo. Los serbios se apearon primero y después Hércules y sus compañeros. Los focos de los coches iluminaban la fachada de la casa y en una de las ventanas se veía luz. Los serbios les escoltaron hasta la casa y se quedaron en la puerta haciendo guardia. La entrada daba directamente a un salón pequeño, que parecía una de las dos únicas habitaciones de la fachada. En uno de los lados un viejo conocido de Hércules estaba sentado frente a una mesa. Al verles entrar apenas hizo un gesto con su cabeza para que se aproximaran. Alicia se aferró al brazo de Hércules y éste le acarició la mano. Lincoln miró al hombre sentado y se dirigió a él en tono despectivo, pero su amigo le pidió que se callara.

—A lo mejor pensaba que no volvería a verme —dijo el hombre dirigiéndose al español.

—La verdad es que no tenía intención de hacerle una visita.

—En eso tiene razón, fui yo el que acudí a usted. Esperaba que me ayudara a encontrar al príncipe Stepan y el libro. Les tuve vigilados en todo momento, pero lo que no podía ni imaginar es que, a la primera de cambio iban a llamar a la policía.

—Que plan tan sencillo. Un grupo de extranjeros neutrales recorren Viena buscando a su hombre y sus esbirros sólo tienen que esperar a que le encuentren para atraparle a él y al libro.

—Muy agudo —dijo Dimitrijevic.

—Entonces, ¿Por qué nos ha sacado de la cárcel?

Dimitrijevic se levantó de la silla y comenzó a dar vueltas alrededor de sus tres prisioneros. A veces se paraba delante de alguno de ellos y les miraba detenidamente.

—No quería a tres bocazas diciéndole a la policía de Viena que la Mano Negra mató al archiduque, que los rusos colaboraron, que uno de los cómplices rusos está delante de sus propias narices y, sobre todo, que no dijeran nada acerca del libro de las profecías —dijo levantando la voz a medida que iba hablando.

—Pues creo que asaltar una comisaría no es una forma discreta de solucionar las cosas.

—No es fácil sacar a unos imbéciles del sitio donde ellos mismos se han metido sin armar algo de ruido.

—Me temo que sus métodos siempre son algo... ruidosos.

Dimitrijevic resopló. No estaba acostumbrado a que le tratasen de aquella manera. Todos temían a Apis. Hasta el Gobierno de Serbia y los propios rusos. Aquel español estaba agotando su paciencia.

—No conoce la historia de mi país. Lo que hemos sufrido durante cientos de años, primero con los turcos y luego con los austríacos.

—Pero eso no les autoriza a matar reyes a su antojo.

—Usted se refiere al asesinato, ¿verdad? —preguntó Dimitrijevic enfadado.

—Lo que sucedió en 1903 nada tiene que ver con esto. Aquella conjura para asesinar al último Obrenovic e instaurar a la nueva dinastía de los Karageorgevic, fue organizada por los ingleses. El Ejército no estaba sometido a la autoridad del rey ni a la del Gobierno. Los líderes de la conjura militar subyugaron totalmente al Ejército a su autoridad y el rey Pedro I, que no tenía una personalidad fuerte, capaz de enfrentarlos, aceptó su tutela. El Gobierno tampoco intervino, estaba persuadido de que los conjurados eran casi el único elemento en el Ejército en que podían apoyarse.

—¡Su grupo es tan sólo un grupo terrorista! —dijo Hércules en un exabrupto.

—Nosotros no somos terroristas, somos soldados. Pero como los políticos no hacían nada por Serbia, tuvimos que crear en 1911 la organización revolucionaria secreta Unión o Muerte. Había muchos hermanos serbios atrapados en territorios bajo jurisdicción turca y austríaca. Nosotros queríamos la unión panserbia bajo la dinastía de los Karageorgevic. Muy pronto el Gobierno supo que existía la organización en Belgrado, y la denominaron la Mano Negra. Pero el príncipe Alejandro nos apoyaba al principio.

—Por eso le mataron.

—Hace unos años, de repente, el rey Alejandro intentó cortar con la Mano Negra. En aquella época La Mano Negra estaba en malos términos con el Gobierno de Pasic. Sabíamos de su intención de introducir en Macedonia una administración policial dictatorial en beneficio de su partido. Los miembros de la Mano Negra apoyábamos a los partidos opositores y la política expansionista del rey Pedro I. Pero Rusia intervino con vigor a favor de Pasic y ésta fue una de las razones por las que el rey Pedro I tuvo que transferir el poder real a su hijo Alejandro. Probablemente el embajador ruso Hartvig influyó sobre Alejandro para separarse de la Mano Negra y presionó para que se uniera a Pasic. La intervención de las fuerzas extranjeras sobre nuestro país ha sido constante.

—Pero su Gobierno es el que tiene que tomar las decisiones políticas no ustedes —contestó Hércules.

—El Gobierno lo que quiere es exterminarnos. Nosotros sólo nos defendemos. Nos hemos enterado que el rey acaba de crear la organización la Mano Blanca. Por eso ésta misión era tan importante. Cuando el rey entre en guerra no podrá prescindir de nosotros.

—Entonces, ¿la única razón para seguir matando es su propia supervivencia? —preguntó Hércules.

Dimitrijevic se quedó callado. La última pregunta le había revuelto las tripas. Luchar para salvar su propio pellejo y no por la liberación de su pueblo np tenía nada que ver con sus ideales, pero en los últimos tiempos ya nadie se ocupaba de los ideales.

—He cambiado de opinión, será mejor que desaparezcan de mi vista antes de que me arrepienta. Les daré papeles falsos, pero tienen que dejar Viena de inmediato. No puedo arriesgarme a que la policía les encuentre.

—Gracias, Dimitrijevic, pero no nos iremos de la ciudad hasta que no terminemos lo que vinimos a hacer. Intentaremos ser lo más discretos posibles y salir de Viena a la primera oportunidad, pero tenemos que acabar la misión.

El serbio frunció el ceño y a punto estuvo de explotar, pero se contuvo y llamó a uno de sus hombres. Les dieron unos pasaportes nuevos. Después les montaron en los coches en mitad de la noche y esperaron con los motores arrancados. Hércules y sus amigos estaban visiblemente nerviosos. Hasta que no se alejaran de allí lo suficiente no se sentirían a salvo. Dimitrijevic se acercó a los vehículos, su sombra, proyectada por los faros, se hizo más grande hasta convertirse en gigantesca. Se asomó a la ventanilla y le dijo a Hércules.

—Quiero que destruyan ese maldito libro en cuanto lo encuentren. Al mundo no le conviene que le gobiernen unos locos arios.

—No se preocupe, en cuanto podamos el libro será destruido.

—¿Usted cree en todo eso del Mesías Ario? —preguntó Dimitrijevic.

—No importa mucho en lo que yo crea. Lo terrible es que la gente que si cree en ello está dispuesta a hace cualquier cosa por que ese Mesías venga a la tierra y gobierne.

—Espero no volver a verle. La próxima vez no saldrán tan bien parados —dijo Dimitrijevic con tono amenazante. Después dio una palmada en la puerta y el coche se puso en marcha.

Mientras el vehículo daba marcha atrás pudieron ver por unos instantes al militar serbio. Su gesto adusto y pendenciero había dejado paso a un rostro claramente angustiado. Hércules le observó mientras se preguntaba cuánto tiempo podría sobrevivir un tipo como Dimitrijevic. Esa clase de tipos que vienen bien a los gobiernos, pero luego se hacen figuras molestas. El sabía' muy bien lo que significaba eso; luchar por tu país para que luego un grupo de políticos intentara deshacerse de ti, cuando te convertías en un estorbo. El coche entró en el camino y a lo lejos pudieron ver las luces de Viena. La ciudad dormía, pero por sus calles la amenazante sombra del Mesías Ario esperaba su oportunidad para entrar en escena.

El mesías ario
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
Se0001.xhtml
Se0002.xhtml
Se0003.xhtml
Se0004.xhtml
Se0005.xhtml
Se0006.xhtml
Se0007.xhtml
Se0008.xhtml
Se0009.xhtml
Se0010.xhtml
Se0011.xhtml
Se0012.xhtml
Se0013.xhtml
Se0014.xhtml
Se0015.xhtml
Se0016.xhtml
Se0017.xhtml
Se0018.xhtml
Se0019.xhtml
Se0020.xhtml
Se0021.xhtml
Se0022.xhtml
Se0023.xhtml
Se0024.xhtml
Se0025.xhtml
Se0026.xhtml
Se0027.xhtml
Se0028.xhtml
Se0029.xhtml
Se0030.xhtml
Se0031.xhtml
Se0032.xhtml
Se0033.xhtml
Se0034.xhtml
Se0035.xhtml
Se0036.xhtml
Se0037.xhtml
Se0038.xhtml
Se0039.xhtml
Se0040.xhtml
Se0041.xhtml
Se0042.xhtml
Se0043.xhtml
Se0044.xhtml
Se0045.xhtml
Se0046.xhtml
Se0047.xhtml
Se0048.xhtml
Se0049.xhtml
Se0050.xhtml
Se0051.xhtml
Se0052.xhtml
Se0053.xhtml
Se0054.xhtml
Se0055.xhtml
Se0056.xhtml
Se0057.xhtml
Se0058.xhtml
Se0059.xhtml
Se0060.xhtml
Se0061.xhtml
Se0062.xhtml
Se0063.xhtml
Se0064.xhtml
Se0065.xhtml
Se0066.xhtml
Se0067.xhtml
Se0068.xhtml
Se0069.xhtml
Se0070.xhtml
Se0071.xhtml
Se0072.xhtml
Se0073.xhtml
Se0074.xhtml
Se0075.xhtml
Se0076.xhtml
Se0077.xhtml
Se0078.xhtml
Se0079.xhtml
Se0080.xhtml
Se0081.xhtml
Se0082.xhtml
Se0083.xhtml
Se0084.xhtml
Se0085.xhtml
Se0086.xhtml
Se0087.xhtml
Se0088.xhtml
Se0089.xhtml
Se0090.xhtml
Se0091.xhtml
Se0092.xhtml
Se0093.xhtml
Se0094.xhtml
Se0095.xhtml
Se0096.xhtml
Se0097.xhtml
Se0098.xhtml
Se0099.xhtml
Se0100.xhtml
Se0101.xhtml
Se0102.xhtml
Se0103.xhtml
Se0104.xhtml
Se0105.xhtml
Se0106.xhtml
Se0107.xhtml
Se0108.xhtml
Se0109.xhtml
Se0110.xhtml
Se0111.xhtml
Se0112.xhtml
Se0113.xhtml
Se0114.xhtml
Se0115.xhtml
Se0116.xhtml
Se0117.xhtml
Se0118.xhtml
Se0119.xhtml
Se0120.xhtml
Se0121.xhtml
Se0122.xhtml
Se0123.xhtml
Se0124.xhtml
Se0125.xhtml
8-autor.xhtml