Epílogo

El reactor de transporte de la NASA viró a gran altura sobre el Atlántico.

A bordo del reactor, el director Lawrence Ekstrom dedicó una última mirada a la enorme roca chamuscada que llevaban en la bodega de carga. «De regreso al mar», pensó. «Donde te encontraron».

Siguiendo las órdenes de Ekstrom, el piloto abrió las puertas de la bodega y dejó caer la roca. Vieron cómo la inmensa piedra caía a plomo al vacío desde la parte posterior del avión, arqueándose al cruzar el soleado cielo oceánico y desapareciendo bajo las olas en un pilar de rocío plateado.

La gigantesca piedra se hundió rápidamente.

Bajo el agua, a ciento cincuenta metros de profundidad, apenas quedaba luz suficiente para ver cómo giraba. Al rebasar los doscientos cincuenta metros, la roca se sumergió en una absoluta oscuridad.

Cayendo a toda velocidad.

Ganando profundidad.

Siguió cayendo durante casi veinte minutos.

Luego, como un meteorito al estrellarse contra la cara oculta de la luna, la roca impactó contra una vasta llanura de barro sobre el suelo oceánico, levantando una nube de cieno. Cuando el polvo por fin volvió a posarse, una de las mil especies desconocidas que pueblan el océano se acercó nadando hasta la roca para inspeccionar a la extraña recién llegada.

Sin mostrar el menor interés, la criatura siguió su camino.


FIN DE "LA CONSPIRACIÓN"