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El senador Sexton no estaba seguro del tiempo que llevaba con la mirada perdida en el vacío cuando oyó los golpes. Cuando se dio cuenta de que el retumbar que le llenaba los oídos no era obra del alcohol sino de alguien que golpeaba la puerta de su apartamento, se levantó del sofá, escondió la botella de Courvoisier, y se dirigió al vestíbulo. —¿Quién es? —gritó, ya que no estaba de humor para visitas. La voz de su guardaespaldas anunció desde fuera la identidad de un invitado inesperado. Sexton recuperó la sobriedad inmediatamente. «Qué rápido». Había esperado no tener que mantener esa conversación hasta la mañana siguiente.
Después de dar un profundo suspiro y de retocarse el pelo, abrió la puerta. El rostro que tenía ante él le era más que familiar: duro y curtido a pesar de los setenta y tantos años del hombre. Sexton se acababa de encontrar con él esa misma mañana en el monovolumen blanco Ford Windstar, en el garaje de un hotel. «¿Ha sido esta mañana?», se preguntó. Dios, cuánto habían cambiado las cosas desde entonces.
—¿Puedo entrar? —preguntó el hombre de pelo oscuro.
Sexton se hizo a un lado, permitiéndole el paso al presidente de la Fundación para las Fronteras Espaciales.
—¿Ha ido bien la reunión? —le preguntó, cuando él cerraba la puerta.
«¿Que si ha ido bien?» Sexton se preguntó si aquel hombre vivía envuelto en un capullo de seda.
—Las cosas no podían ir mejor hasta que el Presidente ha aparecido en televisión.
El anciano asintió, al parecer disgustado.
—Sí. Una increíble victoria. Perjudicará enormemente nuestra causa.
«¿Perjudicar nuestra causa?» Eso sí que era optimismo. Con el triunfo que la NASA acababa de apuntarse esa noche, aquel tipo estaría muerto y enterrado antes de que la Fundación para las Fronteras Espaciales lograra sus objetivos de privatización.
—Durante años he sospechado que muy pronto tendríamos pruebas —dijo el anciano—. No sabía cómo ni cuándo, pero antes o después teníamos que saberlo con seguridad.
Sexton estaba perplejo.
—¿No le sorprende?
—Las matemáticas del cosmos prácticamente requieren otras formas de vida —dijo el hombre, dirigiéndose al estudio de Sexton—. No me sorprende que se haya producido este descubrimiento. Intelectualmente, estoy encantado. Espiritualmente, estoy maravillado. Políticamente, estoy muy disgustado. El momento no podía ser peor.
Sexton se preguntaba por qué hombre había ido a verle. Sin duda no era para animarle.
—Como ya sabe —le dijo el hombre—, las empresas que pertenecen a la FFE han invertido millones en intentar abrir la frontera del espacio a la iniciativa privada. Gran parte de ese dinero ha ido a parar a su campaña.
Sexton se vio repentinamente adoptando una actitud defensiva.
—¡Cómo iba yo a saber lo de esta noche! ¡Ha sido la Casa Blanca la que me ha espoleado a que atacara a la NASA!
—Sí. El Presidente ha jugado bien sus cartas. Sin embargo, puede que no todo esté perdido —añadió. Había un extraño destello de esperanza en los ojos del anciano.
«Debilidad senil», decidió Sexton. Todo estaba definitivamente perdido. Todas las cadenas de televisión hablaban en ese momento del hundimiento de la campaña de Sexton.
El anciano entró en el estudio, se sentó en el sofá y clavó sus cansados ojos en el senador.
—¿Recuerda usted los problemas que tuvo inicialmente la NASA con las anomalías del software a bordo del satélite EDOP? —le preguntó.
Sexton no podía ni imaginar adonde quería ir a parar el anciano. «¿Y qué más da eso ahora? ¡El EDOP ha encontrado un maldito meteorito con fósiles!»
—Si lo recuerda —le dijo—, el software de a bordo no funcionaba correctamente al principio. Ya se encargó usted de hacer que los medios de comunicación se hicieran eco de ello.
—¡Qué menos! —dijo Sexton, sentándose frente a él—. ¡Fue otro fracaso de la NASA!
El hombre asintió.
—Estoy de acuerdo con usted. Pero muy poco tiempo después, la NASA dio una rueda de prensa en la que anunció que había encontrado una solución al problema... una especie de apaño para el software.
En realidad Sexton no había visto la rueda de prensa, pero sí había oído que había sido breve y poco noticiable: el director del proyecto EDOP se limitó a dar una aburrida descripción técnica sobre cómo la NASA había solucionado un fallo menor en el software de detección de anomalías del EDOP y cómo lo había solucionado sin más problemas.
—Llevo observando el EDOP con gran interés desde que falló —dijo el hombre. Sacó una cinta de vídeo y fue hacia la televisión de Sexton. Metió la cinta en el reproductor—. Esto le interesará.
La cinta se puso en marcha. Mostraba la sala de prensa que la NASA tenía en su cuartel general de Washington. Un hombre elegantemente vestido había subido al podio y estaba saludando a la audiencia. El subtítulo que aparecía bajo el podio rezaba así:
CHRIS HARPER,
Director de Sección Satélite de Escaneo de Densidad Orbital Polar (EDOP)
Chris Harper era un hombre alto y refinado que hablaba con la tranquila dignidad propia de un norteamericano de descendencia europea que todavía se aferraba orgullosamente a sus raíces. Su acento era impecable. Se dirigía a la prensa seguro de sí, dando a los medios de comunicación malas noticias sobre el EDOP.
—Aunque el satélite EDOP está en órbita y funcionando perfectamente, tenemos un problema menor con los ordenadores de a bordo. Se trata de un pequeño error de programación por el que asumo toda la responsabilidad. Específicamente, el filtro del FIR muestra un índice de vóxel erróneo, lo que significa que el software de detección de anomalías del EDOP no está funcionando adecuadamente. Estamos trabajando para dar con una solución.
La multitud suspiró, al parecer acostumbrada a los fiascos de la NASA.
—¿Qué significa eso para la actual efectividad del satélite? —preguntó alguien.
Harper reaccionó como un auténtico profesional. Seguro de sí y directo al grano.
—Imagine un par de ojos en perfecto estado que carezcan de un cerebro en funcionamiento. Básicamente, el satélite del EDOP ve perfectamente, pero no tiene la menor idea de lo que está viendo. El propósito de la misión EDOP es buscar bolsas de deshielo en la masa polar, pero sin un ordenador que analice los datos de densidad que recibe de sus escáneres, el EDOP no sabe discernir dónde están los puntos de interés. Deberíamos tener resuelta la situación después de que la próxima misión de la lanzadera pueda llevar a cabo ciertos ajustes en el ordenador de a bordo.
Un gemido de decepción se elevó en la sala.
El anciano miró a Sexton.
—Presenta bastante bien las malas noticias, ¿no le parece, senador?
—Es de la NASA —gruñó Sexton—. Se dedican a eso.
La cinta de vídeo se quedó en blanco durante un instante y a continuación mostró otra rueda de prensa de la NASA.
—Esta segunda rueda de prensa —le dijo el anciano a Sexton— tuvo lugar hace sólo unas semanas. A última hora de la noche. Muy poca gente la vio. En esta ocasión, el doctor Harper está anunciando buenas noticias.
Apareció en pantalla la grabación. Esta vez, Chris Harper aparecía despeinado e inquieto.
—Es para mí un placer anunciar —dijo Harper, al parecer sintiéndose cualquier cosa menos encantado—, que la NASA ha encontrado una solución para el problema de software del satélite EDOP.
A continuación farfulló una explicación de la solución: algo relacionado con la redirección de los datos originales del EDOP y su envío a través de ordenadores situados aquí, en la Tierra, en vez de confiar en el ordenador colocado a bordo del EDOP. Todo el mundo pareció impresionado. Sonaba bastante factible y excitante. Cuando Harper terminó, la sala le dedicó una entusiasta ronda de aplausos.
—Entonces, ¿podemos esperar datos pronto? —preguntó alguien del público.
Harper asintió, sudoroso.
—En un par de semanas.
Más aplausos. Manos alzadas por toda la sala.
—Es todo lo que puedo decirles por ahora —dijo Harper con cara de enfermo mientras recogía sus papeles—. El EDOP funciona correctamente. Muy pronto tendremos datos —afirmó, abandonando el escenario casi a la carrera.
Sexton frunció el ceño. Tenía que reconocer que todo aquello resultaba muy raro. ¿Por qué parecía tan cómodo Chris Harper dando malas noticias y tan incómodo dando buenas noticias? Tendría que haber sido al contrario. De hecho, Sexton no había visto esa rueda de prensa, aunque sí había leído algo sobre la reparación del software. En aquel momento, la solución al problema se había tomado como una inconsecuente salvación de la NASA. La opinión pública siguió sin dejarse impresionar: el EDOP era otro proyecto de la NASA que había funcionado mal y que estaba siendo extrañamente reparado mediante una solución que distaba mucho de ser la ideal.
El anciano apagó la televisión.
—La NASA afirmó que el doctor Harper no se encontraba bien esa noche —dijo, antes de hacer una breve pausa—. Por mi parte, yo creo que Harper estaba mintiendo.
«¿Que Harper mentía?» Sexton miró fijamente a su interlocutor al tiempo que sus confusos pensamientos eran totalmente incapaces de dar con alguna explicación lógica que justificara el hecho de que Harper hubiera mentido sobre el software. Sin embargo, él mismo había contado en su vida bastantes mentiras como para reconocer a un mal mentiroso cuando lo veía. No podía dejar de admitir que el doctor Harper realmente parecía sospechoso.
—¿Es que no se da usted cuenta? —dijo el anciano—. Este pequeño anuncio que acaba de oír de Chris Harper es la rueda de prensa más importante de la historia de la NASA —afirmó, volviendo a hacer una pausa—. Esa oportuna solución al problema del software que acaba de describir es lo que ha permitido al EDOP encontrar el meteorito.
Sexton se devanaba los sesos. «¿Y usted cree que miente al respecto?»
—Pero si Harper mintió y el software del EDOP no funciona realmente, entonces, ¿cómo demonios ha podido la NASA encontrar el meteorito?
El anciano sonrió.
—Exacto.