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—Mierda —dijo el taxista, mirando a Gabrielle por encima del hombro—. Al parecer ha habido un accidente un poco más adelante. No vamos a poder movernos. Al menos durante un rato.

Gabrielle miró por la ventanilla y vio las luces giratorias de las ambulancias rasgando la noche. Más allá, había varios policías de pie en la carretera deteniendo el tráfico alrededor del Malí.

—Debe de haber sido un accidente importante —dijo el taxista, señalando unas llamas que se veían cerca del monumento a FDR.

Gabrielle frunció el ceño al ver el parpadeante brillo de las llamas. «Justo ahora». Necesitaba reunirse con el senador Sexton con la nueva información sobre el EDOP y el geólogo canadiense. Se preguntaba si las mentiras de la NASA sobre cómo habían hallado el meteorito serían un escándalo lo suficientemente grande como para volver a insuflar vida a la campaña de Sexton. «Quizá no para la mayoría de políticos», pensó Gabrielle, pero se trataba de Sedgewick Sexton, un hombre que había construido su campaña a base de magnificar los fracasos de los demás.

Gabrielle no siempre estaba orgullosa de la capacidad del senador para dar un giro ético negativo a las desgracias políticas de sus oponentes, aunque resultara efectivo. El dominio que Sexton mostraba sobre la indignidad y la insinuación podía a buen seguro transformar esa mentirijilla parcial de la NASA en una cuestión fundamental que infectara a toda la agencia espacial... y por ende, al Presidente.

Al otro lado de la ventanilla, las llamas procedentes del monumento a FDR parecían cada vez más altas. Algunos árboles cercanos habían prendido y los coches de bomberos estaban ya regándolos con sus mangueras. El taxista encendió la radio del coche y empezó a cambiar de emisora.

Con un suspiro, Gabrielle cerró los ojos y sintió el agotamiento recorriéndola en oleadas.


Al llegar a Washington por primera vez, había soñado con trabajar en el mundo de la política para siempre, quizás algún día en la Casa Blanca. Sin embargo, en aquel momento sentía que había tenido política para toda una vida: el duelo con Marjorie Tench, las comprometedoras fotografías del senador y ella, todas las mentiras de la NASA...

Un locutor de radio estaba diciendo algo sobre un coche bomba y sobre una posible acción terrorista.

«Tengo que irme de esta ciudad», pensó Gabrielle por primera vez desde su llegada a la capital.