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Incluso con el sistema de propulsión a base de vapor de metano de la aeronave Aurora a media potencia, los miembros del escuadrón de la Delta Force viajaban en la oscuridad de la noche a tres veces la velocidad del sonido: es decir, a más de tres mil kilómetros por hora. El repetitivo latido de los Motores de Onda por Detonación de Pulso daba al viaje un ritmo hipnótico. Cincuenta metros por debajo del aparato, el océano se revolvía enloquecidamente, removido por la fuerza de aspiración del Aurora, que formaba estelas de veinticinco metros de altura en largas cortinas paralelas desde la parte posterior del avión.

«Ahora entiendo por qué retiraron el Blackbird SR-71», pensaba Delta-Uno.

El Aurora era uno de esos aviones cuya existencia, a pesar de ser supuestamente un absoluto secreto, era conocida por todos. Hasta el Discovery Channel había firmado sus pruebas de funcionamiento en Groom Lake, Nevada. Nadie llegaría nunca a saber si los fallos de seguridad en los que se había visto implicado el aparato habían sido provocados por los repetidos «movimientos sísmicos del cielo» que se habían oído hasta en Los Ángeles, por la afortunada plataforma petrolífera que lo había visto volar mientras faenaba en el Mar del Norte o por el error administrativo de no eliminar una descripción del Aurora en una copia pública del presupuesto del Pentágono. En realidad, no tenía la menor importancia. La noticia se había propagado: el Ejército de Estados Unidos tenía un avión que podía volar a Mach 6, y ya no estaba en las mesas de diseño de proyectos. Estaba en el cielo.

Construido por Lockheed, el Aurora parecía una pelota de fútbol americano aplastada. Tenía una longitud de treinta y cuatro metros, una amplitud de diecinueve y el fuselaje lo formaba una pátina cristalina de baldosas térmicas muy parecidas a las de la lanzadera espacial. La velocidad era básicamente el resultado de un exótico sistema de propulsión nuevo conocido como Motor de Onda por Detonación de Pulso, que consumía hidrógeno líquido, limpio y vaporizado, y que dejaba una reveladora estela de pulsos en el cielo. Por esa razón, sólo volaba de noche.

Esa noche, con el lujo que proporcionaba volar a gran velocidad, la Delta Force había tomado el camino más largo de vuelta a casa, es decir, sobrevolando el océano abierto. Aún así, estaban dando alcance a su presa. A ese ritmo, llegarían a la costa oeste en menos de una hora, un par de horas antes que su objetivo. Se había hablado de seguir al avión en cuestión y de derribarlo en el aire, pero en un alarde de sabiduría, el controlador había temido que el incidente fuera captado por algún radar o que los restos carbonizados del aparato derribado pudieran ser objeto de una investigación a gran escala. El controlador había decidido que lo mejor era dejar que el avión aterrizara como estaba previsto. En cuanto quedara claro el lugar donde su presa tenía intención de aterrizar, la Delta Force entraría en acción.

Ahora, mientras el Aurora pasaba como un rayo sobre el desolado Mar del Labrador, el CrypTalk de Delta-Uno se activó, indicando una llamada entrante. Delta-Uno respondió.

—La situación ha cambiado —les informó la voz electrónica del controlador—. Tenéis otra misión antes de que Rachel Sexton y los científicos tomen tierra.

«Otra misión». Delta-Uno pudo sentirlo. Las cosas se estaban precipitando. El barco del controlador acababa de sufrir otra entrada de agua y el controlador necesitaba que la taponaran lo antes posible. «El barco sería estanco», se recordó Delta-Uno, «si hubiéramos cumplido con éxito nuestro objetivo en la Plataforma de Hielo Milne». Delta-Uno sabía muy bien que estaba limpiando su propia basura.

—Hay un cuarto elemento involucrado —dijo el controlador...

—¿Quién?

El controlador guardó unos instantes de silencio... y luego les dio el nombre.

Los tres hombres intercambiaron miradas de sorpresa. Era un nombre que conocían muy bien.

«¡No me extraña que el controlador se muestre tan reacio!»,

pensó Delta-Uno. Teniendo en cuenta que originalmente se trataba de una operación concebida como una misión «sin víctimas», el número de víctimas y el perfil de los objetivos aumentaba con rapidez. Notó que los tendones se le tensaban mientras el controlador se preparaba para informarles con exactitud de cómo y dónde iban a eliminar a aquel nuevo individuo.

—Los riesgos han aumentado considerablemente —dijo el controlador—. Escuchad con atención. Sólo os daré estas instrucciones una vez.