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Gabrielle Ashe siguió sentada en la oscuridad frente al escritorio del senador Sexton y le dedicó una descorazonada mirada burlona al ordenador.

CONTRASEÑA NO VÁLIDA - ACCESO DENEGADO.


Había intentado unas cuantas contraseñas que le parecieron posibles, pero ninguna de ellas había funcionado. Tras registrar el despacho en busca de cajones abiertos o de alguna otra pista, se había dado por vencida. Estaba a punto de marcharse cuando vio algo extraño que brillaba en el calendario que estaba sobre el escritorio de Sexton. Alguien había subrayado la fecha de las elecciones con tinta fluorescente de color rojo, azul y blanco. Sin duda no había sido el senador. Gabrielle se inclinó sobre el calendario. Encima de la fecha se leía una recargada y relumbrante exclamación: ¡POTUS!

Aparentemente, la entusiasta secretaria de Sexton había pintado con colores brillantes una leve muestra de pensamiento positivo para el senador de cara al día de las elecciones. Las siglas POTUS eran el código empleado por el Servicio Secreto para referirse al Presidente de la nación. Si todo salía bien, el día de las elecciones, Sexton se convertiría en el nuevo POTUS.

Cuando se preparaba para marcharse, Gabrielle volvió a poner el calendario en su sitio sobre el escritorio y se levantó. De pronto se detuvo, y volvió a mirar la pantalla del ordenador.


INTRODUZCA CONTRASEÑA:


Volvió a mirar el calendario. POTUS

Sintió una repentina oleada de esperanza. Había algo en aquel POTUS que se le antojó como la contraseña perfecta para Sexton. Simple, positiva y autorreferente. Tecleó las letras rápidamente. POTUS

Contuvo el aliento y pulsó «intro». El ordenador emitió un pitido.


CONTRASEÑA NO VÁLIDA - ACCESO DENEGADO.


Desanimada, ahora sí se dio por vencida. Regresó a la puerta del cuarto de baño para salir por donde había entrado. Estaba justo en el centro de la habitación cuando le sonó el móvil. Ya estaba muy nerviosa y el sonido del teléfono la sobresaltó. Se detuvo de golpe, cogió el móvil y levantó los ojos para mirar la hora en el preciado reloj Jourdain del abuelo de Sexton. «Son casi las 04:00». A esa hora, Gabrielle sabía que quien llamaba no podía ser otro que Sexton. Obviamente estaría preguntándose dónde demonios estaba. «¿Lo cojo o dejo que suene?» Si contestaba, tendría que mentir, pero si no lo hacía, Sexton empezaría a sospechar.

Contestó.

—¿Hola?

—¿Gabrielle? —Sexton sonaba impaciente—. ¿Qué es lo que la retiene?

—El monumento a FDR —dijo Gabrielle—. He estado atascada aquí con el taxi y ahora estamos en...

—Pues por cómo suena, no parece estar en un taxi.

—No —dijo Gabrielle, que ahora notaba cómo se le aceleraba el pulso—. No estoy en el taxi. Decidí pasar por mi despacho y coger algunos documentos de la NASA que pueden resultar relevantes para el EDOP. Pero no doy con ellos.

—Bueno, dése prisa. Quiero convocar una rueda de prensa para esta mañana y tenemos que concretar los detalles.

—No tardaré —dijo Gabrielle.

Se produjo una pausa en la línea.

—¿Está usted en su despacho? —preguntó el senador, que de pronto parecía confundido.

—Sí. Diez minutos más y estaré de camino.

Otra pausa.

—Muy bien. La veo luego.


Gabrielle colgó, demasiado preocupada para percibir el fuerte y claro triple tictac del valioso reloj del abuelo del senador, situado a tan sólo unos metros de ella.