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Mientras Delta-Tres se quedaba atrás para hacerse con el cuerpo de Norah Mangor y con el trineo, los otros dos soldados aceleraron deslizándose por el glaciar tras sus presas.

Llevaban en los pies esquís propulsados por Elektro-Tread. Diseñados a imitación de los esquís motorizados Fast Trax, los Elektro Treads eran esencialmente esquís para la nieve a los que se había añadido unas cadenas de tanque en miniatura, como vehículos de nieve bajo los pies. La velocidad se controlaba accionando a la vez la punta del dedo índice y del pulgar, presionando dos placas dentro del guante de la mano derecha. Una potente batería de gel moldeada alrededor del pie, redoblaba el aislamiento y permitía que los esquís se deslizaran en silencio. La energía cinética generada por la gravedad y por las cadenas giratorias cuando se bajaba por una pendiente se aprovechaba para recargar las baterías.

Con el viento a su espalda, Delta-Uno se agachó cuanto pudo, deslizándose hacia el mar mientras exploraba el glaciar que se extendía ante él. Su sistema de visión nocturna consistía en una versión actualizada del modelo Patriot utilizado por los Marines. Delta-Uno observaba a través de una montura manos libres provista de lentes de seis elementos de 40 por 90 mm, un Magnification Doubler de tres elementos y unos superinfrarrojos de largo alcance. El mundo exterior aparecía cubierto de un tinte traslúcido de un frío azul y no del habitual tinte verde, el tono de color especialmente diseñado para terrenos muy reflectantes como el Ártico.

A medida que se aproximaba al primer banco de nieve, las gafas de Delta-Uno revelaron varías franjas brillantes de nieve recién removida que se elevaban por encima del banco como una flecha de neón en la noche. Al parecer, o a los tres fugitivos no se les había ocurrido desengancharse de la improvisada vela o no habían podido hacerlo. En cualquier caso, si no habían logrado soltarse antes de llegar al último banco de nieve, a esas horas ya debían de estar en el océano.

Delta-Uno sabía que los trajes protectores de sus presas prolongarían la habitual esperanza de vida en el agua, pero las implacables corrientes que azotaban la costa los arrastrarían a mar abierto. Nada podría evitar que terminaran ahogándose.

A pesar de esta certeza, Delta-Uno había sido adiestrado para no dar nunca nada por hecho. Necesitaba ver los cuerpos. Se agachó aún más, apretó los dedos y aceleró para ascender por la primera pendiente.

Michael Tolland estaba inmóvil en el suelo, haciendo inventario de sus heridas. Estaba molido, pero no le pareció que tuviera ningún hueso roto. No le cabía duda de que el traje Mark IX relleno de gel le había salvado de sufrir una lesión importante. Cuando abrió los ojos, le costó entender lo que veía. Todo parecía más blando a su alrededor... más silencioso. El viento seguía aullando, pero ahora lo hacía con menor ferocidad.

«Hemos saltado por el borde... ¿no?»

En cuanto consiguió enfocar de nuevo, se vio tumbado en el hielo sobre Rachel Sexton, dibujando un ángulo casi recto con su cuerpo y con los mosquetones enganchados y retorcidos. La sintió respirar debajo de su cuerpo, pero no logró verle la cara. Rodó hasta apartarse de ella, aun a pesar de que los músculos apenas le respondían.

—¿Rachel...? —preguntó sin estar seguro de si de sus labios salía algún sonido.

Recordó los últimos segundos del angustioso recorrido que habían hecho juntos: el ascenso del globo en el aire, el cable de carga partiéndose, sus cuerpos cayendo a plomo sobre la cara más alejada del banco de nieve, deslizándose pendiente arriba y sorteando la cumbre del último promontorio, resbalando hacia el borde... el hielo desapareciendo bajo sus pies. Tolland y Rachel habían caído, pero la caída había resultado extrañamente breve. En vez de la esperada caída al mar, habían caído solamente unos cinco metros antes de impactar contra otro bloque de hielo y deslizarse hasta detenerse gracias al peso muerto de Corky que todavía arrastraban.

Levantando la cabeza, Tolland miró hacia el mar. No lejos de allí, el hielo terminaba en un acusado acantilado más allá del cual pudo oír el rugido del océano. Al levantar la mirada hacia el glaciar, se esforzó por ver en la oscuridad de la noche. A diez metros a su espalda, sus ojos percibieron un alto muro de hielo que parecía cernirse sobre ellos. Fue entonces cuando se dio cuenta de lo que había ocurrido. De algún modo se habían deslizado desde el glaciar principal para caer en una terraza de hielo inferior. La sección en la que estaban era llana, del tamaño de una pista de hockey, y estaba parcialmente derrumbada, al parecer a punto de caer al océano en cualquier momento.

«Un desprendimiento de hielo», pensó mirando la precaria plataforma sobre la que ahora estaba tumbado. Se trataba de un amplio bloque cuadrado que colgaba del glaciar como un balcón de dimensiones colosales, rodeado por tres de sus caras de precipicios sobre el océano. La placa de hielo estaba sujeta al glaciar sólo por la cara posterior y Tolland vio que la conexión entre ambas masas de hielo no tardaría en romperse. El punto de unión donde la terraza inferior se aferraba a la Plataforma de Hielo Milne presentaba una fisura de casi dos metros de anchura. La gravedad estaba a punto de ganar esa batalla.

A Tolland no le aterró tanto ver la fisura como ver el cuerpo inmóvil de Corky Marlinson hecho un ovillo sobre el hielo. Estaba tumbado a unos diez metros de allí, en el extremo de la cuerda tensada que lo unía a ellos.

Tolland intentó levantarse, pero seguía unido a Rachel. Volvió a recuperar su posición y empezó a desenganchar los mosquetones entrelazados entre los dos.

Rachel parecía débil cuando intentó sentarse.

—¿No hemos... caído al agua? —preguntó con voz perpleja.

—Hemos caído sobre un bloque de hielo inferior —dijo Tolland, desenganchándose por fin de ella—. Tengo que ayudar a Corky.

Quiso ponerse en pie a pesar del dolor que le recorría el cuerpo, pero sintió las piernas demasiado débiles. Se agarró de la cuerda y tiró de ella. El cuerpo de Corky empezó a deslizarse sobre el hielo. Después de unos doce tirones, siguió acostado en el hielo a tan sólo unos metros de distancia.

Corky Marlinson estaba molido. Había perdido las gafas, tenía un profundo corte en la mejilla y le sangraba la nariz. Tolland se sintió aliviado cuando le vio rodar hasta quedar boca arriba y le lanzó una mirada indignada y desafiante.

—Jesús —tartamudeó—. ¿Qué demonios ha sido ese pequeño truco?

Tolland sintió una oleada de alivio.

Rachel por fin logró sentarse, estremeciéndose. Miró a su alrededor.

—Tenemos que... salir de aquí. Este bloque de hielo tiene todo el aspecto de estar a punto de desprenderse.

Tolland no podía estar más de acuerdo con ella. Sólo había que averiguar cómo hacerlo.

No tuvieron tiempo para pensar en una solución. Un agudo zumbido se hizo audible en el glaciar sobre sus cabezas. Tolland alzó bruscamente la mirada y pudo ver dos figuras de blanco esquiando sin el menor esfuerzo hasta el borde del glaciar y detenerse al unísono. Los dos hombres se quedaron allí un instante, mirando desde arriba a sus maltrechas presas como maestros de ajedrez saboreando el jaque mate antes de la estocada final.

Delta-Uno se sorprendió al ver a los tres fugitivos con vida. Sin embargo, sabía que aquello no era más que cuestión de tiempo. Habían aterrizado en una sección del glaciar que ya había iniciado su inevitable caída al mar. Las víctimas podían quedar mutiladas y morir del mismo modo que había muerto la otra mujer; sin duda ésta era una solución mucho más limpia. Una alternativa gracias a la cual los cuerpos jamás serían encontrados.

Se asomó al borde del acantilado y concentró la mirada en la fisura cada vez más pronunciada que ya había empezado a extenderse como una cuña entre la plataforma de hielo y el bloque colgante pegado a ella. La sección de hielo sobre la que estaban los tres fugitivos colgaba peligrosamente... a punto de desprenderse y de caer en el océano cualquier día de estos.

«¿Por qué no hoy...?»

En la plataforma de hielo, la noche se veía sacudida cada cierto numero de horas por estallidos ensordecedores: el sonido del hielo al resquebrajarse y separarse del glaciar, cayendo a plomo en el océano. ¿Quién iba a darse cuenta?

Presa del conocido y cálido subidón de adrenalina que acompañaba a la preparación de un asesinato, Delta-Uno metió la mano en su paquete de provisiones y sacó un pesado objeto con forma de limón. El objeto en cuestión, un elemento de lo más común para los equipos militares de asalto, recibía el nombre de «estallido-cegador»: una granada «no-mortal» que provocaba una conmoción cerebral en la víctima y que desorientaba temporalmente al enemigo, produciendo un destello cegador y una ensordecedora oleada con la que se provocaba la conmoción cerebral. Sin embargo, esa noche Delta-Uno sabía que el «estallido-cegador» iba a resultar mortal.

Se colocó cerca del borde y se preguntó cuan profunda era la fisura. ¿Diez metros? ¿Veinticinco? Sabía que no importaba. Su plan sería efectivo de todas formas.

Con la calma que le procuraban las innumerables ejecuciones a las que había asistido, Delta-Uno marcó un retraso de diez segundos en el temporizador de la granada, tiró de la anilla y la lanzó al interior de la grieta. El explosivo cayó en picado en la oscuridad y desapareció.

A continuación, su compañero y él regresaron a la cumbre del banco de nieve y esperaron. Iba a ser un espectáculo digno de verse.

Incluso a pesar del delirante estado de su mente, Rachel Sexton era perfectamente consciente de lo que los atacantes habían lanzado en la grieta. No tuvo claro si Michael Tolland también lo sabía o si estaba leyendo el miedo en sus ojos, pero Rachel le vio palidecer y echar una horrorizada mirada al descomunal bloque de hielo sobre el que estaban, claramente consciente de lo inevitable.

Como una nube de tormenta iluminada por un relámpago interno, el hielo bajo los pies de Rachel se iluminó desde dentro. La horripilante traslucidez blanca salió disparada en todas direcciones. En un radio de doscientos metros, el glaciar se vio envuelto en un blanco destello. La colisión se produjo a continuación. No fue un rugido como el de un terremoto, sino una oleada ensordecedora de fuerza descomunal. Rachel notó cómo el impacto se abría paso entre el hielo hasta su cuerpo.

Inmediatamente, como si se hubiera abierto una cuña entre la plataforma de hielo y el bloque sobre el que estaban, el acantilado empezó a desprenderse con un espantoso crujido. Rachel clavó en los ojos de Tolland una mirada aterrada. Cerca de ellos, Corky soltó un grito.

El suelo se desplomó bajo sus pies.

Rachel experimentó una total sensación de ingravidez durante un instante, suspendida como estaba sobre los millones de kilos que conformaban el bloque de hielo. Instantes después, los tres se encontraron cayendo con el iceberg al mar helado.