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Rachel Sexton sintió como si una neblina de ensueño girara a su alrededor cuando salía del habisferio flanqueada por Michael Tolland. Corky y Ming iban detrás.

—¿Está usted bien? —preguntó Tolland, observándola.

Rachel se giró para mirarle y esbozó una débil sonrisa.

—Gracias. Es sólo que... es demasiado.

Su mente volvió tambaleándose al ALH84001, el infame descubrimiento de la NASA que había tenido lugar en 1997: un meteorito procedente de Marte que según la NASA contenía rastros de fósiles que demostraban la existencia de vida bacteriana. Desgraciadamente, pocas semanas después de la triunfal rueda de prensa de la NASA, varios científicos civiles demostraron que los «signos de vida» de la roca no eran más que querogeno producido por la contaminación terrestre. La credibilidad de la NASA había experimentado un inmenso traspié después de tamaña metedura de pata. The New York Times aprovechó la oportunidad para redefinir sarcásticamente el acrónimo de la agencia:


NASA: NOT ALWAYS SCIENTIFICALLY ACURATE.[5]


En esa misma edición, el paleobiólogo Stephen Jay Gould resumió los problemas con el ALH84001 apuntando que la evidencia hallada en el meteorito era química e interferencial, y no «sólida» como en el caso de un inequívoco hueso o caparazón.

Ahora, no obstante, Rachel era consciente de que la NASA había hallado una prueba irrefutable. Ningún científico escéptico podía atreverse a cuestionar esos fósiles. La NASA ya no se limitaba a mostrar unas fotos borrosas y ampliadas de supuestas bacterias microscópicas, sino que ofrecía auténticas muestras de meteorito en las que bio-organismos visibles al ojo humano habían quedado empotrados en la piedra. «¡Piojos de medio metro de longitud!»

Rachel tuvo que reírse cuando se dio cuenta de que durante su infancia había sido una fanática de una canción de David Bowie que hablaba de las «arañas de Marte». Muy pocos habrían podido imaginar lo cerca que la andrógina estrella del pop británico iba a estar de prever el momento de mayor gloria de la astrobiología.


Mientras las lejanas notas de la canción resonaban en la mente de Rachel, Corky aceleró el paso tras ella.

—¿Ya ha fanfarroneado Mike sobre su documental?

—No, pero me encantaría saber de qué se trata —respondió Rachel.

Corky le dio a Tolland una palmada en la espalda.

—Adelante, grandullón. Dile por qué el Presidente decidió que el momento más importante de la historia de la ciencia debía dejarse en manos de una estrella de televisión especialista en esnórquel.

Tolland soltó un gemido.

—Corky, si no te importa...

—De acuerdo, yo me encargo —dijo Corky, abriéndose paso entre ambos—. Como probablemente ya sabe usted, señorita Sexton, el Presidente dará una rueda de prensa esta noche para hablarle al mundo del meteorito.

Como la gran mayoría del planeta está compuesta de idiotas, el Presidente le ha pedido a Mike que suba a bordo y lo simplifique todo para que el mundo pueda entenderlo.

—Gracias, Corky —dijo Tolland—. Muy bonito —añadió, mirando a Rachel—. Lo que Corky intenta decir es que, como hay tantos datos científicos por comunicar, el Presidente ha pensado que un breve documental visual sobre el meteorito puede ayudar a que la información resulte más accesible a los norteamericanos de a pie, muchos de los cuales, por muy extraño que parezca, no cuentan con titulaciones superiores en astrofísica.

—¿Sabía que acabo de enterarme de que el Presidente de nuestra nación es un gran fan de Mares Asombrosos? —le dijo Corky a Rachel, negando con la cabeza en una fingida mueca de pesar—. Zach Herney, el gobernador del mundo libre, ordena a su secretaria que le grabe el programa de Mike para poder relajarse después de una larga jornada.

Tolland se encogió de hombros.

¿Qué quieres que haga si el hombre tiene buen gusto?

Rachel estaba empezando a entender lo magistral que era el plan del Presidente. La política era un juego de medios de comunicación y Rachel ya podía imaginar el entusiasmo y la credibilidad científica que el rostro de Michael Tolland iba a aportar a la rueda de prensa. Zach Herney había reclutado al hombre ideal para apoyar su pequeño golpe de apoyo a la NASA. Los escépticos iban a tenerlo muy difícil a la hora de poner en duda los datos del Presidente sí éstos procedían de la personalidad científica televisiva número uno de la nación, así como de varios respetados científicos civiles.

—Mike ya ha grabado en vídeo declaraciones de todos los civiles para su documental, así como de la mayor parte de los grandes especialistas de la NASA. Y apuesto mi Medalla Nacional a que usted es la siguiente de su lista —dijo Corky.

Rachel se giró a mirarle.

—¿Yo? ¿Qué está diciendo? No tengo credenciales. No soy más que un enlace con la comunidad de inteligencia.

—Entonces, ¿para qué la ha hecho venir el Presidente?

—Todavía no me lo ha dicho.

Una sonrisa divertida se dibujó en los labios de Corky.

—Es usted un enlace con la inteligencia de la Casa Blanca que se dedica a la clarificación y autentificación de datos, ¿me equivoco?

—Así es, pero nunca nada relativo a la ciencia.

—Y además es la hija del hombre que ha construido su campaña en base a criticar el dinero que la NASA se ha gastado en el espacio.

Rachel intuyó lo que venía a continuación.

—Reconozca, señorita Sexton —intervino Ming— que su intervención daría a este documental una nueva dimensión de credibilidad. Si el Presidente la ha enviado aquí, sin duda querrá que participe de algún modo.

Rachel volvió a recordar la preocupación expresada por William Pickering ante la posibilidad de que fuera a ser utilizada.

Tolland miró su reloj.

—Probablemente deberíamos irnos ya —dijo, indicando al centro del habisferio—. Deben de estar a punto.

—¿A punto de qué? —preguntó Rachel.

—De llevar a cabo la extracción. La NASA va a sacar el meteorito a la superficie. Puede emerger en cualquier momento.

Rachel se quedó de piedra.

—Me está usted diciendo que están extrayendo a la superficie una roca de ocho toneladas que está enterrada bajo sesenta metros de hielo?

Corky estaba más que radiante.

—No pensaría usted que la NASA iba a dejar un descubrimiento como este enterrado en el hielo, ¿verdad?

—No, pero... —Rachel no había visto signos que indicaran la existencia de un equipo de excavación a gran escala en ningún punto del habisferio—. ¿Cómo diantre planea la NASA extraer el meteorito?

Corky estaba de pronto henchido de orgullo.

—Eso no es ningún problema. ¡Está usted en una habitación llena de científicos espaciales!

—Bobadas —se burló Ming, mirando a Rachel—. El doctor Marlinson disfruta fanfarroneando de su fuerza. Lo cierto es que todos los que estamos aquí hemos estado devanándonos los sesos para conseguir extraer el meteorito. Ha sido Mangor quien ha propuesto una solución viable.

—No conozco a Mangor.

—Especialista en glaciología de la Universidad de New Hampshire —dijo Tolland—. El cuarto y último científico reclutado por el Presidente. Y Ming tiene razón, ha sido Mangor quien ha dado con la solución.

—De acuerdo —dijo Rachel—. ¿Y cuál es la propuesta de ese tipo en cuestión?

—Tipa —la corrigió Ming, que pareció derrumbarse—. Mangor es una mujer.

—Eso es discutible —gruñó Corky, volviéndose para mirar a Rachel—. Y, por cierto, la doctora Mangor la odiará.

Tolland lanzó a Corky una mirada enojada.

—¡Es verdad! —se defendió Corky—. Odiará que alguien le "haga la competencia”.

Rachel estaba perdida.

—¿Cómo dice? ¿Competencia?

—No le haga caso —dijo Tolland—. Desgraciadamente, el hecho de que Corky sea un imbécil es algo que le pasó inadvertido al Comité Científico Nacional. La doctora Mangor y usted se llevarán bien. La doctora es una profesional. Es una de las mejores glaciólogas del mundo. De hecho, se ha mudado a la Antártida para dedicarse unos años al estudio del desplazamiento de los glaciares.

—¿Seguro? —dijo Corky—. Según tengo entendido, la Universidad de New Hampshire recibió una donación y la envió aquí para poder gozar de un poco de paz y de tranquilidad en el campus.

—¿Es usted consciente —le soltó Ming, que al parecer se había tomado el comentario como algo personal— de que la doctora Mangor casi se dejó la vida ahí abajo? Se perdió durante una tormenta y vivió durante cinco semanas a base de grasa de foca hasta que la encontraron.

—Se dice que nadie la fue a buscar —le susurró Corky a Rachel.