79

En la cuarta planta de los estudios de televisión de la ABC, Gabrielle Ashe seguía sentada sola en el despacho de paredes de cristal de Yolanda con la mirada perdida en la alfombra deshilachada. Siempre se había vanagloriado de su buen instinto y de saber en quién podía confiar. Ahora, por primera vez en años, se sentía sola y sin saber qué camino tomar.

El pitido del móvil le obligó a levantar la mirada de la alfombra. Respondió a regañadientes.

—Gabrielle Ashe.

—Gabrielle, soy yo.

Reconoció el timbre de la voz del senador Sexton enseguida, aunque sonaba sorprendentemente calmado teniendo en cuenta por lo que acababa de pasar.

—He tenido una noche espantosa —dijo el senador—, de modo que déjeme hablar. Estoy seguro de que ha visto la rueda de prensa del Presidente. Demonios, hemos apostado al caballo perdedor. Y me asquea pensarlo. Probablemente se culpe usted. No lo haga. ¿Quién demonios podría haberlo imaginado? No es culpa suya. En cualquier caso, escúcheme bien. Creo que existe una forma de volver a recuperarnos.

Gabrielle se levantó, incapaz de imaginar a qué podía estar refiriéndose Sexton. Aquello nada tenía que ver con la reacción que había imaginado.

—Esta noche he tenido una reunión —dijo Sexton— con representantes de las industrias espaciales privadas y...

—¿Ah, sí? —soltó Gabrielle, perpleja al oírle admitirlo—. Quiero decir... no tenía la menor idea.

—Sí... nada importante. Le habría pedido que estuviera presente, pero esos tipos son muy celosos de su privacidad. Algunos están donando dinero para mi campaña. No es algo que les guste anunciar.

Gabrielle se vio totalmente desarmada.

—Pero... ¿eso no es ilegal?

—¿Ilegal? ¡No, por Dios! Ninguno de los donativos supera los dos mil dólares. Son nimiedades. Aunque esos tipos apenas dan nada, escucho sus quejas. Llámelo inversión de futuro. Prefiero no decir nada al respecto porque, francamente, tampoco tiene demasiada importancia. Si la Casa Blanca se enterara, le sacaría todo el jugo posible. En cualquier caso, no es de eso de lo que quería hablarle. Le llamo para decirle que tras la reunión de esta noche, he hablado con el director de la FFE...

Durante varios segundos, y a pesar de que Sexton seguía hablando, lo único que Gabrielle podía percibir era que la sangre se le agolpaba en las sienes. Sin haber tenido que hacer la menor referencia al asunto, el senador había admitido sin inmutarse la reunión de esa noche con las compañías espaciales privadas. «Absolutamente legal». ¡Y pensar en lo que ella había estado a punto de hacer! Gracias a Dios que su amiga Yolanda la había detenido. «¡Casi he saltado al barco de Marjorie Tench!»

—... entonces le he dicho al director de la FFE —continuó zalamero el senador— que, sin duda, usted podría conseguirnos esa información.

Gabrielle volvió a la conversación.

—De acuerdo.

—El contacto del que ha estado obteniendo la información interna de la NASA durante estos últimos meses... supongo que todavía tiene acceso a él.

«Marjorie Tench». Gabrielle se encogió, sabiendo que nunca podría decirle al senador que el informador la había estado manipulando desde el principio.

—Hum... eso creo —mintió Gabrielle.

—Bien. Necesito que me dé cierta información. Ahora mismo.

Mientras le escuchaba, Gabrielle se dio cuenta de lo equivocada que había estado al subestimar al senador Sedgewick Sexton últimamente. Parte del lustre de aquel hombre se había evaporado desde que había empezado a seguir su carrera, pero esa noche, el senador lo había recuperado con creces. Ante lo que parecía ser el golpe mortal a su campaña, Sexton urdía un contraataque. Y, aunque había sido Gabrielle quien le había llevado por ese camino desfavorable, no la estaba castigando. En vez de eso, le estaba dando la oportunidad de redimirse.

Y eso es lo que iba a hacer.

A cualquier precio.