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Norah Mangor estaba junto a la fosa de extracción junto a Tolland, Rachel y Corky, y miraba fijamente el agujero negro dejado por el meteorito.

—Mike —dijo—. Eres un hombre guapo, pero has perdido la cabeza. Aquí no hay ni rastro de bioluminiscencia.

Tolland se arrepintió entonces de no haberlo grabado en vídeo. Mientras Corky había ido a buscar a Norah y a Ming, la bioluminiscencia había empezado a desvanecerse a toda prisa. En un par de minutos, todo aquel parpadeo había desaparecido sin más.

Tolland lanzó un nuevo fragmento de hielo al agua, pero no ocurrió nada. Ninguna mancha verde.

—¿Dónde están las partículas de plancton? —preguntó Corky.

Tolland tuvo una buena idea. La bioluminescencia, uno de los mecanismos de defensa más ingeniosos de la naturaleza, era una respuesta natural para el plancton en peligro. Un plancton que percibía la amenaza de ser consumido por organismos mayores empezaba a destellar con la esperanza de atraer a depredadores más grandes que pudieran asustar a los atacantes originales. En este caso, el plancton, después de entrar a la fosa por una grieta, se encontraba de pronto en un entorno básicamente de agua dulce y, presa del pánico, activaba su bioluminiscencia a medida que el agua dulce terminaba lentamente con él.

—Creo que han muerto.

—Las han asesinado —se burló Norah—. El Conejito de Pascua se ha tirado al agua y se las ha comido todas.

Corky le clavó una mirada glacial.

—Yo también he visto la luminiscencia, Norah.

—¿Eso ha sido antes o después de tomar LSD?

—¿Por qué íbamos a mentir sobre esto? —preguntó Corky.

—Los hombres siempre mienten.

—Sí, sobre sí se acuestan o no con otras mujeres, pero nunca sobre el plancton bioluminiscente.

Tolland suspiró.

—Norah, sabes perfectamente que el plancton vive en los océanos bajo el hielo.

—Mike —replicó la glacióloga con una mirada helada—, te ruego que no me hables de mi trabajo. Por si te interesa, existen más de doscientas especies de diátomos que crecen bajo las cornisas de hielo del Ártico. Catorce especies de nanoflageladas autotrópicas, veinte de flageladas heterotrópicas, cuarenta de dinoflageladas heterotrópicas y varios metazoos, incluyendo, poliquetos, anfípodos, copépodos, aufásidos y peces. ¿Alguna pregunta?

Tolland frunció el ceño.

—No hay duda de que sabes más sobre la fauna del Ártico que yo, y de que estás de acuerdo en que hay gran cantidad de vida debajo de nosotros. Entonces, ¿por qué te muestras tan escéptica ante la posibilidad de que hayamos visto plancton bioluminiscente?

—Porque esta fosa está sellada, Mike. Es un entorno cerrado de agua dulce. ¡Es imposible que haya podido entrar en él plancton oceánico!

—-He probado el agua y estaba salada —insistió Tolland—, Aunque no mucho. No sé cómo, pero el agua salada se está metiendo en la fosa.

—Seguro —dijo Norah, escéptica—. El agua te ha sabido a sal. Has chupado la manga de un anorak viejo y sudado y has llegado a la conclusión de que las pruebas de densidad del EDOP y los quince análisis diferentes del núcleo no son exactos.

Tolland le tendió la manga mojada de su anorak a modo de prueba.

—Mike, no pienso chupar tu asquerosa chaqueta —dijo Norah mirando al agujero—. ¿Puedo preguntar por qué una masa de supuesto plancton iba a decidir introducirse nadando por esta supuesta grieta?

—¿Por el calor? —se aventuró a decir Tolland—. Hay muchas criaturas marinas que se sienten atraídas por el calor. Cuando extrajimos el meteorito, lo calentamos. Quizás el plancton se haya visto atraído instintivamente hacia el entorno temporalmente más cálido existente dentro de la fosa.

Corky asintió.

—Suena lógico.

—¿Lógico? —dijo Norah, poniendo los ojos en blanco—. ¿Sabéis?, para tratarse de un físico tan laureado y de un oceanógrafo de fama mundial sois un par de especímenes considerablemente densos. ¿Se os ha pasado por la cabeza que incluso aunque existiera una grieta, posibilidad más que improbable, creedme, es físicamente imposible que el agua de mar se introduzca en esta fosa? —declaró, mirándolos con patético desprecio.

—Pero, Norah... —empezó Corky.

—¡Señores! Estamos situados sobre el nivel del mar —dijo, pateando el hielo con el pie—. ¡Vamos a ver! Esta placa de hielo se eleva a cincuenta metros sobre el mar. ¿Es que nadie se acuerda ya del acantilado que se levanta sobre el océano al final de esta plataforma? Estamos a mayor altura que el océano. Si en esta fosa hubiese una fisura, el agua saldría fuera de la fosa, y no entraría desde el exterior. Es un fenómeno llamado gravedad.

Tolland y Corky se miraron.

—Mierda —dijo Corky—. No se me había ocurrido.

Norah señaló la fosa llena de agua.

—Quizá también os hayáis dado cuenta de que el nivel del agua no cambia.

Tolland se sentía como un idiota. Norah estaba en lo cierto. De haber existido una grieta, el agua se filtraría hacia el exterior y no de fuera a dentro. Se quedó un buen rato en silencio, preguntándose qué hacer.

—Muy bien —dijo con un suspiro—. Está claro que la teoría de la fisura no tiene sentido. Pero hemos visto bioluminiscencia en el agua. La única conclusión es que no se trata de un entorno herméticamente cerrado. Entiendo que la mayoría de tus datos sobre el cálculo de fechas está basado en la premisa de que el glaciar es un bloque sólido, pero...

—¿Premisa? —Sin duda Norah estaba empezando a encenderse—. Recuerda, Mike, que no han sido sólo mis datos. La NASA ha llevado a cabo los mismos descubrimientos. Todos nosotros confirmamos que este glaciar es sólido. No hay ninguna grieta.

Tolland miró al otro extremo de la cúpula, hacia la multitud congregada alrededor del área de prensa.

—Pase lo que pase, creo que nuestra obligación es informar al director y...

—¡Tonterías! —siseó Norah—. Te estoy diciendo que esta matriz glacial es prístina. No tengo la menor intención de permitir que se cuestione la validez de mis datos de extracción por una manga mojada con sabor a sal y unas absurdas alucinaciones. —Norah se dirigió hecha una furia hasta una zona de material cercana y empezó a coger algunas herramientas—. Cogeré una muestra de agua apropiada y os demostraré que este agua no contiene plancton de agua salada, ¡ni vivo ni muerto!

Rachel y los demás miraron a Norah mientras ésta utilizaba una pipeta estéril que colgaba de un cordón para tomar una muestra de agua del pozo de agua derretida. Norah introdujo varias gotas en un diminuto dispositivo parecido a un telescopio en miniatura. A continuación miró por la lente, apuntando el dispositivo hacia la luz que manaba del otro extremo de la cúpula. En cuestión de segundos, se la oyó maldecir.

—¡Jesús! —exclamó, agitando el dispositivo y volviendo a mirar—. ¡Maldita sea! ¡Tiene que haber algún fallo en este refractómetro!

—¿Agua salada? —dijo Corky, refocilándose.

Norah frunció el ceño.

—En parte. Está registrando un tres por ciento de agua de mar, lo cual es totalmente imposible. Este glaciar es un bloque de nieve. Pura agua dulce. No tendría que haber en él el menor rastro de sal.

Norah llevó la muestra hasta un microscopio cercano y la examinó. Soltó un gemido.

—¿Plancton? —preguntó Tolland.

—G. Polyhedra —respondió Norah con voz sedada—. Es uno de los plancton que los geólogos solemos ver en los océanos bajo las plataformas de hielo —dijo, mirando hacia donde estaba Tolland—. Están muertos. Obviamente no han sobrevivido mucho tiempo en un entorno compuesto por un tres por ciento de agua salada.

Los cuatro se quedaron un instante en silencio junto a la profunda fosa, Rachel se preguntó cuáles eran las ramificaciones que implicaba tal paradoja para el descubrimiento. Parecía tratarse de un dilema menor comparado con la dimensión global del meteorito y, sin embargo, en calidad de analista de inteligencia, había sido testigo del colapso de teorías completas basadas en impedimentos más insignificantes que aquél.

—¿Qué está ocurriendo aquí?

La voz sonó como un sordo rugido.

Todos levantaron la mirada. La figura de oso del director de la NASA emergió de la oscuridad.

—Un problema de índole menor con el agua de la fosa —dijo Tolland—. Estamos intentando resolverlo.

Corky sonó casi jubiloso al hablar.

—Los datos de Norah sobre el hielo son incorrectos.

—Cierra el pico —susurró Norah.

El director se acercó mientras fruncía sus pobladas cejas.

—¿Qué pasa con los datos sobre el hielo?

Tolland soltó un vacilante suspiro.

—Hemos descubierto un contenido del tres por ciento de agua salada en la fosa del meteorito, lo cual contradice el informe glaciológico según el cual el meteorito estaba encerrado en un glaciar prístino de agua dulce —explicó. Hizo entonces una pausa—. También hemos detectado la presencia de plancton.

Ekstrom parecía casi enojado.

—Obviamente, eso es imposible. No hay fisuras en el glaciar. Las mediciones llevadas a cabo por el EDOP así lo confirman. Este meteorito estaba sellado en una matriz sólida de hielo.

Rachel sabía que Ekstrom estaba en lo cierto. De acuerdo con las mediciones de densidad de la NASA, la placa de hielo era sólida como una roca: cientos de metros de glaciar helado envolviendo el meteorito por todos sus ángulos. Y ninguna grieta. Sin embargo, Rachel imaginó cómo se llevaban a cabo las mediciones de densidad y una extraña idea se le pasó por la cabeza...

—Además —decía Ekstrom—, las muestras extraídas por la doctora Mangor confirmaron la solidez del glaciar.

—¡Exacto! —dijo Norah, dejando el refractómetro sobre un escritorio—. Doble corroboración. No hay líneas de falla en el hielo, lo cual nos deja sin explicación para la presencia de sal y de plancton.

—De hecho —dijo Rachel, sorprendida por la crudeza de su propia voz—, existe otra posibilidad —declaró. La inspiración le había llegado desde el recuerdo más inverosímil.

Todos la miraron. El escepticismo de los presentes era obvio.

Rachel sonrió.

—Hay una explicación perfectamente racional para la presencia de sal y de plancton en el agua —empezó, dedicando a Tolland una mirada torcida—. Y francamente, Mike, me sorprende que no se le haya ocurrido.