26
A Gabrielle Ashe el camino de regreso en limusina desde los estudios de la CNN hasta el despacho de Sexton se le hizo eterno. El senador iba sentado delante de ella, mirando por la ventana, obviamente recreándose en el debate.
—Han enviado a Tench a un programa de tarde de televisión por cable —dijo, volviéndose con una hermosa sonrisa en el rostro—. La Casa Blanca se está desesperando.
Gabrielle asintió, reservada. Había percibido una expresión de autocomplacencia en el rostro de Marjorie Tench cuando ésta se marchaba y eso le había puesto nerviosa.
El móvil personal de Sexton sonó y el senador se llevó la mano al bolsillo para cogerlo. Como muchos políticos, disponía de una serie de números de teléfono donde sus contactos podían comunicarse con él dependiendo de lo relevantes que dichos contactos fueran. Quienquiera que le estuviera llamando en ese momento, estaba en lo alto de su lista. Llamaba a la línea privada del político, un número al que incluso Gabrielle tenía aconsejado no llamar.
—Senador Sedgewick Sexton —canturreó el hombre, acentuando la musicalidad de su nombre.
Gabrielle no pudo oír la voz de quien llamaba debido al ruido que hacía la limusina, pero Sexton escuchaba con toda atención, respondiendo con entusiasmo.
Fantástico. Encantado de que haya llamado. ¿Le parece a las seis? Cena. Tengo un apartamento aquí, en Washington D. C. Privado. Cómodo. Tiene la dirección, ¿verdad? De acuerdo. Estoy ansioso Por conocerle. Le veré está noche.
Sexton colgó, claramente satisfecho consigo mismo. ¿Un nuevo fan? —preguntó Gabrielle.
Se están multiplicando —dijo el senador—. Este tipo es un Peso pesado.
Debe de serlo. ¿Va a reunirse con él en su apartamento?
Sexton normalmente defendía su santificada privacidad como un león que protegiera su último escondite.
El senador se encogió de hombros.
—Sí. Me ha parecido que debía darle un toque personal. Puede que este tipo sea definitivo para la recta final. Tengo que seguir manteniendo estos contactos personales, ya me entiende. Todo sea por mantener la confianza.
Gabrielle asintió y cogió la agenda de Sexton.
—¿Quiere que apunte la cita?
—No hace falta. De todos modos había pensado pasar la noche en casa.
Gabrielle encontró la página de la agenda correspondiente a esa noche y se dio cuenta de que ya la había marcado con dos únicas letras: «C.P.», la abreviatura que Sexton utilizaba para señalar una cita personal, una celebración privada o un «cierro la puerta a todo el mundo». Nadie sabía con total seguridad cuál de las tres alternativas correspondía a cada uno de los diferentes «C.P.». De vez en cuando, el senador se autoprogramaba una noche «C.P.» para poder refugiarse en su apartamento, desconectar todos los teléfonos y dedicarse a lo que más le gustaba: beber brandy con sus viejos amigos y fingir que se olvidaba de la política durante el resto de la noche.
Gabrielle le dedicó una mirada de sorpresa.
—¿De modo que va usted a permitir que el trabajo interfiera con una velada «C.P.» ya programada? Estoy impresionada.
—Este tipo me ha pillado en una noche en que dispongo de un poco de tiempo. Hablaré con él un rato, a ver qué es lo que tiene que decir.
Gabrielle estuvo tentada de preguntar quién era aquel hombre misterioso que acababa de llamarle, pero no había duda de que el senador no estaba dispuesto a dar más detalles. Gabrielle había aprendido a distinguir aquellas ocasiones en que era mejor no entrometerse en los asuntos de su jefe.
Cuando dieron la vuelta al anillo de circunvalación y pusieron rumbo al edificio de oficinas de Sexton, Gabrielle volvió a mirar la agenda del senador y tuvo la extraña sensación de que él sabía de antemano que iba a recibir esa llamada.