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El despacho del senador Sedgewick Sexton estaba ubicado en el Philip A. Hart Senate Office Building, en la calle C, hacia el nordeste del Capitolio. El edifico era una parrilla neomoderna de rectángulos blancos que, según los críticos, parecía más una prisión que un edificio de oficinas. Muchos de los que trabajaban allí pensaban lo mismo.

En la tercera planta, las largas piernas de Gabrielle Ashe se paseaban alegremente de un lado a otro delante del monitor de su ordenador. En pantalla tenía un nuevo e-mail. No estaba segura de qué hacer con él.

Las primeras dos líneas decían así:

SEDGEWICK HA ESTADO IMPRESIONANTE EN LA CNN.

TENGO MÁS INFORMACIÓN PARA USTED.

Gabrielle había estado recibiendo mensajes como aquél durante las últimas semanas. La dirección del remitente era falsa, aunque había logrado seguirle la pista hasta el dominio «whitehouse.org». Al parecer, su misterioso informador era un elemento interno de la Casa Blanca y, fuera quien fuera, se había convertido recientemente en la fuente de valiosa información política de Rachel, incluyendo la noticia de un encuentro secreto entre el director de la NASA y el Presidente.

Al principio Gabrielle se había mostrado recelosa con los e-mail pero cuando quiso comprobar la veracidad de la información le asombró descubrir que era muy precisa y de gran ayuda: información secreta sobre los gastos extraordinarios de la NASA, costosas misiones de próxima fecha, datos que mostraban que la búsqueda por parte de la NASA de vida extraterrestre estaba claramente sobremanciada y resultaba patéticamente improductiva, hasta sondeos de opinión internos en los que se advertía que la NASA era el tema que estaba apartando a los votantes del Presidente. Para incrementar su valía ante el senador, Gabrielle no le había informado de que estaba recibiendo ayuda no solicitada vía e-mail procedente del interior de la Casa Blanca. En vez de eso, se limitó a pasarle la información después de recibirla de «una de sus fuentes». Sexton siempre se mostró muy agradecido, además de no preguntar quién era su fuente. A Gabrielle no se le escapaba que el senador sospechaba que estaba haciendo favores sexuales. Lo peor es que al senador eso no parecía importarle en absoluto.

Gabrielle dejó de caminar de un lado a otro y volvió a mirar el mensaje que acababa de recibir. Las connotaciones de todos los e-mails estaban claras: alguien de la Casa Blanca quería que el senador Sexton ganara esas elecciones y estaba ayudándole a conseguirlo apoyando su ataque contra la NASA.

Pero ¿quién? Y ¿por qué?

«Una rata que abandona el barco que se hunde», decidió Gabrielle. En Washington no era extraño que un empleado de la Casa Blanca, temeroso de que su Presidente estuviera a punto de ser expulsado de su despacho, ofreciera silenciosos favores al aparente sucesor con la esperanza de asegurarse poder u otro puesto una vez tuviera lugar el cambio. Al parecer, alguien se olía la victoria de Sexton y estaba ya comprando acciones por adelantado.

El mensaje que aparecía ahora en la pantalla de Gabrielle la puso nerviosa. No se parecía a ninguno de los que había recibido hasta entonces. Las primeras dos líneas no la preocupaban demasiado. Eran las dos últimas:

PUERTA DE RECEPCIÓN ESTE, 16:30.

VENGA SOLA.


Su informador nunca le había pedido encontrarse en persona. Aún así, Gabrielle habría esperado un lugar más sutil para un encuentro cara a cara. «¿La Puerta de Recepción Este?» Por lo que sabía, en Washington sólo había una Puerta de Recepción Este. «¿Junto a la Casa Blanca? ¿Se trata de una broma?»

Gabrielle sabía que no podía responder con un e-mail. Sus mensajes le eran siempre devueltos con un mensaje de destino inexistente. La cuenta de correo de su corresponsal era anónima. No le sorprendió «¿Debería consultarlo con Sexton?» Decidió sin demora que no. Sexton estaba en una reunión. Además, si le hablaba de aquel e-mail, tendría que hablarle de los demás. Decidió que lo que su informador buscaba ofreciéndole una cita en público a plena luz del día era tranquilizarla. Al fin y al cabo, esa persona no había hecho sino ayudarla durante las dos últimas semanas. El o ella era sin ninguna duda un amigo.

Después de leer el e-mail por última vez, miró su reloj. Todavía tenía una hora.