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Marjorie Tench estaba lívida cuando se alejó del caos jovial que reinaba fuera del Salón de Comunicados y volvió a paso decidido a su rincón privado del Ala Oeste. No estaba de humor para celebraciones. La llamada de Rachel Sexton había sido de lo más inesperada.
Y verdaderamente decepcionante.
Cerró dando un portazo la puerta de su despacho, llegó hasta su escritorio y marcó el número de la operadora de la Casa Blanca.
—William Pickering. ONR.
Encendió un cigarrillo y caminó de un lado a otro de la habitación mientras esperaba que la operadora localizara a Pickering. En circunstancias normales, éste ya estaría en casa, pero con la gran relevancia que se había dado a la rueda de prensa de esa noche llevada a cabo por la Casa Blanca, Tench supuso que Pickering había estado en su despacho toda la tarde, pegado a la pantalla de su televisor, preguntándose qué diantre podía estar ocurriendo en el mundo sobre lo que el director de la ONR no tuviera conocimiento alguno.
Tench se maldijo por no confiar en su instinto cuando el Presidente había dicho que quería enviar a Rachel Sexton a Milne. Se había mostrado recelosa. Tenía la sensación de que estaban corriendo un riesgo innecesario. Pero el Presidente había estado persuasivo y la había convencido de que el personal de la Casa Blanca se había mostrado cada vez más escéptico en las últimas semanas y que no se fiarían del descubrimiento de la NASA si la noticia les llegaba por boca de uno de sus miembros. Como Herney había prometido, la ratificación de Rachel Sexton había terminado con toda sombra de sospecha, evitando así cualquier discusión provocada por el recelo ante la utilización de una fuente interna y obligando al personal de la Casa Blanca a dar un paso adelante en un frente común. Tench había tenido que reconocer que la decisión del Presidente había sido inestimable. Sin embargo, Rachel Sexton había terminado por cambiar de registro.
«La muy zorra me ha llamado desde una línea desprotegida».
Obviamente, Rachel Sexton pretendía destruir la credibilidad del hallazgo y el único consuelo que le quedaba era saber que el Presidente tenía grabado el informe anterior de Rachel en vídeo. «Gracias a Dios». Al menos a Herney se le había ocurrido obtener esa pequeña garantía. Tench estaba empezando a temer que iban a necesitarla.
No obstante, por el momento intentaba controlar la situación utilizando otros métodos. Rachel Sexton era una mujer inteligente, y si de verdad tenía intención de enfrentarse a la Casa Blanca y a la NASA, necesitaría reclutar a algunos aliados poderosos. Su primera elección lógica sería William Pickering. Tench estaba al corriente de los sentimientos que Pickering albergaba hacia la NASA. Tenía que ponerse en contacto con él antes de que lo hiciera Rachel.
—¿Señora Tench? —dijo la voz transparente al otro lado de la línea—. Soy William Pickering. ¿A qué debo el honor?
Tench oyó el murmullo del televisor a lo lejos: comentarios de la NASA. Podía percibir en el tono de voz de Pickering que seguía conmocionado por la rueda de prensa.
—¿Dispone de un minuto, director?
—Creía que estaría usted celebrándolo. Una gran noche para ustedes. Al parecer la NASA y el Presidente han vuelto a la lucha.
Tench percibió en su voz una mezcla de indisimulado asombro y un leve deje de amargura provocada, sin duda, por la legendaria aversión que le producía a aquel hombre enterarse de cualquier noticia al mismo tiempo que el resto del mundo.
—Lamento —dijo Tench, intentando construir un puente inmediato entre ambos— que la Casa Blanca y la NASA se hayan visto obligadas a mantenerle desinformado.
—¿Es usted consciente —dijo Pickering— de que la ONR detectó la actividad de la NASA ahí arriba hace un par de semanas y abrió una investigación?
Tench frunció el ceño. «Está cabreado».
—Sí, lo soy. Y aun así...
—La NASA nos dijo que no era nada. Nos dijeron que estaban ejecutando una serie de ejercicios de adiestramiento sobre entornos extremos. Que estaban poniendo a prueba equipos, ese tipo de cosas —añadió Pickering antes de hacer una pausa—. Y nos tragamos la mentira.
—Yo no lo llamaría mentira —dijo Tench—. Ha sido más bien una información errónea y necesaria. Teniendo en cuenta la magnitud de este hallazgo, confío en que comprenda la necesidad de la NASA de mantenerlo en secreto.
—Quizá del público.
Enfurruñarse no formaba parte del repertorio de hombres como William Pickering y Tench presintió que el director no iba a llevar las cosas más allá.
—Tengo sólo un minuto —dijo Tench, intentando conservar su posición dominante—, aunque he creído que debía llamarle para advertirle.
—¿Advertirme? —Durante un instante Pickering se mostró irónico—. ¿Acaso Zach Herney ha decidido nombrar a un nuevo director de la ONR afín a la NASA?
—Por supuesto que no. El Presidente entiende sus críticas a la NASA como simples asuntos de seguridad y está haciendo lo posible por tapar esos agujeros. De hecho, le llamo para hablarle de una de sus empleadas —anunció, haciendo una pausa—. Rachel Sexton. ¿Ha hablado con ella esta tarde?
—No. La he enviado a la Casa Blanca esta mañana por petición del Presidente. Obviamente la han mantenido ocupada. Todavía no se ha puesto en contacto conmigo.
Tench sintió un gran alivio al saber que había sido la primera en hablar con Pickering. Le dio una calada al cigarrillo y habló lo más calmadamente que le fue posible.
—Sospecho que muy pronto recibirá usted una llamada de la señorita Sexton.
—Bien. La estaba esperando. Tengo que decirle que, cuando ha dado comienzo la rueda de prensa del Presidente, me preocupaba que Zach Herney hubiera convencido a la señorita Sexton para que participara en ella públicamente. Me alegra ver que no ha caído en la tentación.
—Zach Herney es una persona decente —dijo Tench—, lo cual es más de lo que puedo decir sobre Rachel Sexton. Se hizo una larga pausa en la línea.
—Espero haberla entendido mal. Tench soltó un profundo suspiro.
—No, señor. Me temo que no. Preferiría no tener que dar detalles por teléfono, pero al parecer Rachel ha decidido socavar la credibilidad de este comunicado de la NASA. No tengo la menor idea de qué puede haberla llevado a ello, pero después de haber ratificado los datos de la NASA a primera hora de la tarde, de pronto se ha echado atrás y está arrojando sobre la NASA las acusaciones más improbables que quepa imaginar, acusándola de fraude y traición.
Ahora Pickering parecía ponerse nervioso. —¿Cómo dice?
—Preocupante, sí. Odio ser yo quien tenga que decirle esto, pero la señorita Sexton se ha puesto en contacto conmigo dos minutos antes de la rueda de prensa para pedirme que cancelara el acto.
—¿Por qué motivo?
—Por cuestiones absurdas, francamente. Me ha dicho que había descubierto graves fallos en los datos.
El largo silencio de Pickering era más receloso de lo que a Tench le habría gustado.
—¿Fallos? —dijo por fin.
—Una verdadera ridiculez tras dos semanas enteras de experimentación por parte de la NASA y...
—Me cuesta mucho creer que alguien como Rachel Sexton le haya dicho que debía posponer la rueda de prensa del Presidente a menos que tuviera una razón de peso. —Pickering parecía preocupado—. Quizá tendría que haberla escuchado.
—¡Oh, por favor! —estalló Tench, tosiendo—. Usted ha visto la rueda de prensa. Los datos del meteorito estaban confirmados y reconfirmados por innumerables especialistas, incluidos civiles. ¿No le parece sospechoso que Rachel Sexton, hija del único hombre a quien perjudica este comunicado, de repente cambie de tercio?
—Parece sospechoso, señorita Tench, sólo porque resulta que estoy al corriente de que la señorita Sexton y su padre apenas se hablan. No puedo imaginar por qué razón Rachel Sexton, tras años de servicio al Presidente, iba a decidir de pronto cambiar de bando y contar mentiras para apoyar a su padre.
—¿Ambición, quizá? Realmente no lo sé. Quizá la oportunidad de convertirse en primera hija... —dijo Tench, dejando la posibilidad en el aire.
El tono de Pickering se endureció al instante.
—Cuidado, señora Tench. Mucho cuidado.
Tench frunció el ceño. ¿Qué demonios había esperado? Estaba acusando de traición al Presidente a un destacado miembro del equipo de Pickering. El hombre se iba a poner a la defensiva.
—Pásemela —exigió Pickering—. Me gustaría hablar personalmente con la señorita Sexton.
—Me temo que eso es imposible —respondió Tench—. No está en la Casa Blanca.
—¿Dónde está?
El Presidente la ha enviado a Milne esta mañana para que examinara los datos de primera mano. Todavía no ha regresado.
Ahora Pickering parecía lívido.
—En ningún momento se me ha informado...
—No tengo tiempo para orgullos heridos, Director. Simplemente he llamado por cortesía. Quería avisarle de que Rachel Sexton ha decidido seguir con sus propios planes respecto al comunicado de esta noche. Si se pone en contacto con usted, le conviene saber que la Casa Blanca está en posesión de un vídeo grabado hoy mismo en el que la señorita Sexton ratifica los datos del meteorito en su totalidad ante el Presidente, su gabinete y todo su equipo. Si ahora, al margen de cuáles sean los motivos que la lleven a ello, Rachel Sexton intenta manchar el buen nombre de Zach Herney o de la NASA, le juro que la Casa Blanca se encargará de que caiga para no volver a levantarse —añadió Tench. Acto seguido guardó silencio durante un instante para asegurarse de que el mensaje había quedado claro—. Espero que me devuelva la cortesía de esta llamada informándome de inmediato si Rachel Sexton se pone en contacto con usted. Está atacando directamente al Presidente y la Casa Blanca tiene intención de detenerla para interrogarla antes de que provoque males mayores. Estaré esperando su llamada, director. Eso es todo. Buenas noches.
Marjorie Tench colgó, segura de que nadie le había hablado así a William Pickering hasta ese momento. Al menos le había quedado claro que hablaba en serio.
En la planta superior de la ONR, William Pickering estaba de pie frente a la ventana con la mirada perdida en la noche de Virginia. La llamada de Marjorie Tench le había dejado profundamente preocupado. Se mordió el labio al tiempo que intentaba reordenar sus ideas.
—¿Director? —dijo su secretaria, llamando suavemente a la puerta—. Tiene otra llamada.
—Ahora no —dijo Pickering con aire ausente.
—Es Rachel Sexton.
Pickering giró sobre sus talones. Al parecer Tench era vidente.
—Muy bien. Pásemela. Ahora.
—De hecho, señor, es una emisión AV encriptada. ¿Desea recibirla en la sala de conferencias? .
«¿Una emisión AV?»
—¿Desde dónde llama?
La secretaria se lo dijo.
Pickering la miró fijamente. Sin salir de su asombro, corrió por el pasillo hacia la sala de conferencias. Eso era algo que tenía que ver con sus propios ojos.