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El atronador SeaHawk de la Marina había abandonado la base que la Fuerza Aérea tenía en Thule, en el norte de Groenlandia, bajo un estatus de operación secreta. Volaba bajo, fuera de la frecuencia de radar, cruzando los vientos de tormenta que azotaban las setenta millas de mar abierto. Luego, ejecutando las extrañas órdenes que habían recibido, los pilotos hicieron frente al viento y dejaron la nave suspendida sobre una serie de coordenadas preestablecidas sobre el océano desierto.
—¿Dónde debe tener lugar el encuentro? —gritó el copiloto, confundido. Habían recibido instrucciones de llevar un helicóptero con un cabestrante de rescate, por lo que pensaba enfrentarse a una operación de búsqueda y rescate.
—¿Estás seguro de que éstas son las coordenadas correctas?
Escrutó el mar picado con un foco de búsqueda, pero debajo de ellos no había nada excepto...
—¡Joder! —exclamó el piloto, tirando de la palanca de mando y ascendiendo bruscamente.
La negra montaña de acero emergió ante ellos de las olas sin previo aviso. Un inmenso submarino sin identificar soltó lastre y se elevó en medio de una nube de burbujas.
Los pilotos intercambiaron risas incómodas.
—Supongo que son ellos.
Como rezaban sus órdenes, la «Transacción» se llevó a cabo en un absoluto silencio radiofónico. Se abrió el portal de doble hoja situado en uno de los extremos de la nave y un marinero les hizo señales luminosas con un estroboscopio. El helicóptero se movió hasta quedar situado encima del submarino y soltó un arnés de rescate de tres plazas: se trataba básicamente de tres gazas cubiertas de goma sujetas a un cable retráctil. Sesenta segundos después, los tres «colgantes» desconocidos se balanceaban bajo el helicóptero, ascendiendo lentamente contra la fuerza del aire que despedían los rotores.
Cuando el copiloto por fin los izó a bordo —dos hombres y una mujer—, el piloto envió al submarino una señal luminosa de «todo en orden». Segundos más tarde, el enorme buque desapareció bajo el mar barrido por el viento sin dejar el menor rastro.
En cuanto los pasajeros estuvieron sanos y salvos a bordo, el piloto del helicóptero miró hacia delante, inclinó el morro del aparato y aceleró en dirección sur para completar la misión. La tormenta se cerraba rápidamente y aquellos tres desconocidos debían ser trasladados a la base de Thule para ser transferidos allí a un reactor. El piloto no tenía la menor idea de adonde se dirigían. Lo único que sabía era que sus órdenes venían de muy arriba y que estaba transportando una carga muy preciada.