22
El célebre astrofísico Corky Marlinson llevó a Rachel y a Tolland a su área de trabajo y empezó a rebuscar entre sus herramientas y sus muestras de roca. El hombre se movía como un muelle fuertemente contraído a punto de estallar.
—Muy bien —dijo, temblando de excitación—. Señorita Sexton, está usted a punto de recibir el curso sobre meteoritos de treinta segundos de Corky Marlinson.
Tolland le dedicó a Rachel un guiño con el que le recomendaba paciencia.
—Tenga paciencia con él. En realidad este hombre quería ser actor.
—Sí. Y Mike quería ser un científico respetable. —Corky rebuscó en una caja de zapatos, sacó tres pequeñas muestras de roca y las alineó sobre su escritorio—. Éstos son los tres principales tipos de meteoritos que existen en el mundo.
Rachel miró las tres muestras. Todas parecían extraños esferoides del tamaño de una bola de golf. Cada una de ellas se había dividido en dos para dejar a la vista su corte transversal.
—Todos los meteoritos —dijo Corky— constan de varias cantidades de aleaciones de níquel-hierro, silicatos y sulfuros. Los clasificamos según la proporción de metal y silicato que contienen.
Rachel tenía la sensación de que el «curso» sobre meteoritos de Corky Marlinson iba a prolongarse más de treinta segundos.
—Esta primera muestra de aquí —dijo Corky, señalando a una piedra brillante y negra como el carbón— es un meteorito de núcleo de hierro. Muy pesado. Este tipejo aterrizó en la Antártida hace unos cuantos años.
Rachel estudió el meteorito. Indudablemente procedía de otro mundo: un bulto de pesado hierro grisáceo con la corteza exterior quemada y ennegrecida.
—Esa capa exterior chamuscada recibe el nombre de corteza de fusión —dijo Corky—. Es el resultado de un calentamiento extremo que se produce cuando el meteoro cruza nuestra atmósfera. Todos los meteoritos muestran este aspecto chamuscado. —Corky pasó rápidamente a ocuparse de la siguiente muestra—. Este es lo que llamamos un meteorito de hierro pétreo.
Rachel estudió la muestra, percibiendo que también ésta estaba chamuscada por fuera. Tenía, sin embargo, una patina de color verdoso claro y el corte transversal parecía un colage de fragmentos coloridos y angulares comparables a un rompecabezas caleidoscópico.
—Muy bonito —dijo Rachel.
—¿Bromea? ¡Es precioso!
Corky siguió hablando durante un minuto sobre el alto contenido de olivina en la muestra (origen y causante de la pátina de color verde) y a continuación alargó la mano con gesto teatral para coger la tercera y última muestra y se la dio a Rachel.
Rachel sostuvo el último meteorito en la palma de la mano. Era de un color marrón grisáceo, parecido al granito. Parecía más pesado que una piedra terrestre, aunque no sustancialmente. La única indicación que sugería que era distinto a una roca normal era su corteza de fusión: la superficie exterior abrasada.
—Esto —dijo Corky con determinación— se conoce como meteorito pétreo. Es el tipo de meteorito más común. Más del noventa por ciento de los meteoritos encontrados en la Tierra pertenecen a esta categoría.
Rachel estaba sorprendida. Siempre se había imaginado los meteoritos como los de la primera muestra: bultos metálicos y de aspecto alienígena. El meteorito que sostenía en la mano parecía cualquier cosa menos extraterrestre. Aparte de la superficie exterior abrasada, no se diferenciaba en nada de algo que hubiera podido pisar caminando por la arena de la playa.
Corky estaba tan entusiasmado que los ojos se le habían abultado aún más.
—El meteorito que está enterrado aquí, en el hielo de Milne, es un meteorito pétreo, muy parecido al que tiene usted en la mano. Los meteoritos pétreos son casi idénticos a nuestras rocas ígneas terrestres, lo cual hace que resulte difícil reconocerlos. Normalmente son una mezcla de silicatos ligeros: feldespato, olivina y piroxeno. Nada demasiado emocionante.
«Ya veo», pensó Rachel, devolviéndole la muestra.
—Ésta parece una roca que alguien se haya dejado olvidada en una hoguera hasta quemarse.
Corky se echó a reír.
—¡Una tremenda hoguera! Ni el alto horno más monstruoso que se haya construido es capaz, ni de lejos, de reproducir el calor que experimenta un meteorito cuando entra en contacto con nuestra atmósfera. ¡Quedan destrozados!
Tolland dedicó a Rachel una sonrisa compasiva.
—Ésta es la mejor parte.
—Imagínese lo siguiente —dijo Corky, quitándole la muestra de meteorito a Rachel de las manos—. Imaginemos que este pequeño meteorito es del tamaño de una casa. —Sostuvo la muestra en alto sobre su cabeza—. Bien... está en el espacio... flotando hacia nuestro sistema solar... enfriado debido a la temperatura de menos cien grados Celsius del espacio.
Tolland se reía por lo bajo. Al parecer ya había sido testigo de la representación a cargo de Corky de la llegada del meteorito a Ellesmere Island.
Corky empezó a hacer descender la muestra.
—Nuestro meteorito se mueve hacia la Tierra... y se está acercando mucho, nuestra gravedad lo envuelve... acelerándolo... acelerándolo...
Rachel vio cómo Corky aceleraba la trayectoria de la muestra, imitando la aceleración de la gravedad.
—Ahora se mueve deprisa —exclamó Corky—. A más de quince kilómetros por segundo... ¡a cuarenta y ocho mil kilómetros por hora! A ciento treinta y cinco kilómetros sobre la superficie de la Tierra el meteorito empieza a experimentar fricción con la atmósfera. —Corky sacudió violentamente la muestra al tiempo que la hacía descender hacia el hielo—. ¡Al caer por debajo de los cien kilómetros empieza a encenderse! ¡Ahora la densidad atmosférica aumenta y la fricción es increíble! El aire que rodea al meteoroide se está volviendo incandescente a medida que el material de la superficie se funde a causa del calor. —Corky empezó a hacer ruidos que imitaban el arder y el crepitar del meteorito—. Ahora cae más allá del límite de los ochenta kilómetros ¡y el exterior se calienta a más de mil ochocientos grados Celsius!
Rachel veía sin dar crédito cómo aquel astrofísico tan apreciado por el Presidente sacudía el meteorito con más fuerza, emitiendo efectos sonoros dignos de un adolescente.
—¡Sesenta kilómetros! —gritaba ahora Corky—. Nuestro meteorito entra en contacto con la pared atmosférica. ¡El aire es demasiado denso! ¡Desacelera violentamente a más de trescientas veces la fuerza de la gravedad! —Corky imitó el chirrido de un frenazo y disminuyó bruscamente la velocidad de su descenso—. Ahora el meteorito se enfría y deja de resplandecer. ¡Entramos en zona de vuelo a oscuras! La superficie del meteoroide se endurece, pasando de su estado líquido a una corteza de fusión chamuscada.
Rachel oyó gemir a Tolland cuando Corky se arrodilló sobre el hielo para representar el golpe de gracia... el impacto con la Tierra.
—Ahora —dijo Corky— nuestro inmenso meteorito se desliza cruzando nuestra atmósfera inferior... —De rodillas, trazó un arco con el meteorito hacia el suelo, dibujando una inclinación poco acusada—. Se dirige hacia el Océano Ártico... desde un ángulo oblicuo... cayendo... casi dando la sensación de que evitará impactar con el océano... cayendo... y... —Hizo entrar en contacto la muestra con el hielo—. ¡BAM!
Rachel dio un respingo.
—¡El impacto es cataclísmico! El meteorito estalla. Algunos fragmentos salen despedidos en todas direcciones, deslizándose y girando por el océano. —Ahora Corky se movía a cámara lenta, haciendo rodar y dar tumbos a la muestra por el océano invisible hacia los pies de Rachel—. Uno de los fragmentos sigue deslizándose, dando tumbos hacia Ellesmere Island... —Llevó la muestra justo hasta el dedo gordo del pie de Rachel—. Sale deslizándose del océano, rebotando hasta tocar tierra... —Corky movió la muestra hasta hacerla subir y deslizarse sobre el zapato de Rachel y la hizo rodar hasta que se detuvo sobre su pie, cerca del tobillo—. Y por fin termina posándose en lo alto del Glaciar Milne, donde la nieve y el hielo no tardan en cubrirla, protegiéndola de la erosión atmosférica. —Corky se levantó con una sonrisa en los labios.
Rachel se había quedado con la boca abierta. Soltó una risa impresionada.
—Bien, doctor Marlinson, la explicación ha sido excepcionalmente...
—¿Lúcida?—intervino Corky.
Rachel sonrió.
—En una palabra.
Corky le devolvió la muestra.
—Mire el corte transversal.
Rachel estudió la roca durante un instante, sin ver nada.
—Inclínela hacia la luz —la apremió Tolland con voz cálida y amable—. Y fíjese bien.
Rachel se acercó la roca a los ojos y la inclinó contra los deslumbrantes halógenos que se reflejaban sobre su cabeza. Entonces lo vio: diminutos glóbulos metálicos que brillaban en la piedra. Había docenas de ellos salpicando el corte vertical como minúsculas gotas de mercurio, cada uno de ellos de aproximadamente un milímetro de diámetro.
—Esas pequeñas burbujas se llaman «cóndrulos» —dijo Corky— . Y sólo aparecen en los meteoritos.
Rachel entrecerró los ojos y clavó la mirada en las gotas.
—Sin duda nunca he visto nada semejante en una roca terrestre.
—¡Ni lo verá! —declaró Corky—. Los cóndrulos son una estructura geológica que no tenemos en la Tierra. Algunos son excepcionalmente antiguos... quizá formados por los materiales más antiguos del universo. Otros son mucho más jóvenes, como los que tiene en la mano. Los cóndrulos de ese meteorito apenas tienen ciento noventa millones de años.
—¿Ciento noventa millones de años es poco?
—¡Diantre, sí! En términos cosmológicos, eso es ayer. Sin embargo, lo que aquí nos interesa es que la muestra contiene cóndrulos, lo cual constituye una prueba meteórica concluyente.
—Bien —dijo Rachel—. Los cóndrulos son concluyentes. Lo he entendido.
—Y, por último —dijo Corky, soltando un suspiro—, si la corteza de fusión y los cóndrulos no la convencen, nosotros los astrónomos tenemos un método a prueba de errores para confirmar el origen meteórico.
—¿Que es?
Corky contestó su pregunta con un informal encogimiento de hombros.
—Simplemente utilizamos un microscopio polarizador petrogáfico, un espectrómetro de fluorescencia de rayos X, un analizador de activación de neutrones o un espectrómetro de plasma de inducción para medir las proporciones ferromagnéticas.
Tolland soltó un gemido.
—Ahora está fanfarroneando. Lo que Corky quiere decir es que podemos probar que una roca es un meteorito simplemente midiendo su contenido químico.
—¡Oye, niñito del océano! —le reprendió Corky—. Dejemos la ciencia a los científicos, ¿te parece? —De inmediato se giró hacia Rachel—. En las rocas terrestres, el níquel mineral se encuentra o bien en porcentajes muy elevados o bien extremadamente bajos; no hay término medio. Sin embargo, en los meteoritos, el contenido de níquel refleja un valor medio de valores. Así pues, si analizamos una muestra y descubrimos que el contenido de níquel refleja un valor medio, podemos garantizar sin la menor duda que la muestra es un meteorito.
Rachel estaba exasperada.
—Muy bien, caballeros: cortezas de fusión, cóndrulos, contenidos medios de níquel... todo ello prueba que la muestra procede del espacio. Ya me hago una idea. —Dejó la muestra sobre la mesa de Corky—. Pero ¿por qué estoy aquí?
Corky soltó un suspiro portentoso.
—¿Quiere ver una muestra del meteorito que la NASA ha encontrado en el hielo que tenemos bajo los pies?
«Antes de morir, por favor».
Esta vez, Corky se llevó la mano al bolsillo del pecho y sacó un pequeño trozo de piedra con forma de disco. El fragmento de roca tenía la misma forma que un CD de audio, un grosor de un centímetro y medio, y parecía similar por su composición al meteorito pétreo que Rachel acababa de ver.
—Esto es un fragmento de una muestra del núcleo que perforamos ayer —dijo Corky, dándole el disco a Rachel.
La apariencia sin duda no era arrebatadora. Como la muestra que había visto antes, se trataba de una roca pesada de color anaranjado y blanco. Parte del borde estaba chamuscado y era de color negro; al parecer se trataba de un segmento de la piel externa del meteorito.
—Veo la corteza de fusión —dijo Rachel.
Corky asintió.
—Sí. Esta muestra fue tomada de un punto cercano al exterior del meteorito, de modo que todavía conserva algo de corteza.
Rachel inclinó el disco hacia la luz y vio los diminutos glóbulos metálicos.
—Y veo los cóndrulos.
—Bien —dijo Corky con la voz tensa de entusiasmo—. Y puedo decirle, después de haber examinado esta cosa con un microscopio polarizador petrográfico, que su contenido medio de níquel nada tiene que ver con el de una roca terrestre. Felicidades, acaba usted de confirmar con éxito que la roca que tiene en la mano procede del espacio.
Rachel levantó la mirada, confundida.
—Doctor Marlinson, es un meteorito. Se supone que tiene que proceder del espacio. ¿Se me está escapando algo?
Corky y Tolland intercambiaron una mirada de complicidad. Tolland le puso a Rachel una mano en el hombro y susurró:
—Déle la vuelta.
Rachel dio la vuelta al disco para poder ver la otra cara. A su cerebro le llevó sólo un instante procesar lo que estaba mirando.
Entonces la verdad la golpeó como un camión.
«¡Imposible!», pensó soltando un jadeo. Sin embargo, mientras seguía observando la roca, se dio cuenta de que su definición de «imposible» acaba de cambiar para siempre. Clavado en la piedra había una forma que en un espécimen terrestre podría considerarse común, pero que en un meteorito era totalmente inconcebible.
—Es un... —Rachel tartamudeó, casi incapaz de pronunciar la palabra—. ¡Es... un bicho! ¡El meteorito contiene el fósil de un bicho!
Tanto Tolland como Corky estaban resplandecientes.
—Bienvenida a bordo —dijo Corky.
El torrente de emociones que embargó a Rachel la dejó momentáneamente muda y, sin embargo, y a pesar de lo perpleja que estaba, podía ver con claridad que aquel fósil había sido en su momento un organismo biológicamente vivo. La huella petrificada mediría unos seis centímetros y parecía ser el revés de algún tipo de escarabajo enorme o de algún insecto trepador. Tenía siete pares de patas articuladas agrupadas bajo un caparazón de protección externo, que a su vez parecía estar segmentado en placas como las de un armadillo.
Rachel estaba mareada.
—Un insecto procedente del espacio...
—Es un isópodo —dijo Corky—. Los insectos tienen tres pares de patas, no siete.
Rachel ni siquiera le oyó. Le daba vueltas la cabeza mientras estudiaba el fósil que tenía ante sus ojos.
—Podrá ver claramente —dijo Corky—, que el caparazón dorsal está segmentado en placas como las del escarabajo pelotero terrestre y, sin embargo, los dos apéndices prominentes a modo de cola lo diferencian, convirtiéndolo en algo más próximo a un piojo.
La mente de Rachel se había ya desconectado de Corky. La clasificación de la especie era totalmente irrelevante. Las piezas del rompecabezas ocuparon violentamente su lugar: el secretismo del Presidente, el entusiasmo de la NASA...
«¡Hay un fósil en el meteorito! ¡No es sólo una mota de bacterias o de microbios, sino una forma de vida avanzada! ¡Es una prueba de que hay vida en algún otro lugar del universo!»