71

Dentro de la cámara insonorizada del Charlotte, Rachel Sexton le presentó a Pickering a Michael Tolland y a Corky Marlinson. Luego tomó las riendas de la situación y se lanzó a contar brevemente la cadena de acontecimientos que se habían sucedido durante el día.

El director de la ONR siguió sentado e inmóvil mientras la escuchaba.

Rachel le habló del plancton luminiscente de la fosa de extracción, del viaje que habían emprendido por la plataforma de hielo y del descubrimiento de un túnel de inserción debajo del meteorito, para terminar hablándole del repentino ataque que habían sufrido por un equipo militar que, según sus sospechas, era un grupo de operaciones especiales.

William Pickering era famoso por su capacidad de escuchar información preocupante sin apenas inmutarse. Sin embargo, su mirada fue volviéndose cada vez más sombría a medida que Rachel iba contando la historia. Ella percibió en él una sombra de incredulidad y también de rabia cuando le habló del asesinato de Norah Mangor y de cómo habían logrado escapar a una muerte casi segura. Aunque deseaba articular sus sospechas sobre la implicación del director de la NASA, conocía a Pickering lo suficiente como para no atreverse a formular una acusación sin pruebas contundentes. Relató la historia limitándose a los hechos puros y duros. Cuando terminó, Pickering no dijo nada durante varios segundos.

—Señorita Sexton —dijo por fin—. Ustedes tres... —añadió, posando la mirada en cada uno de ellos—. Si lo que están diciendo es cierto, y no sé me ocurre qué podría llevarles a los tres a mentir sobre esto, son muy afortunados de seguir aún con vida.

Ellos asintieron en silencio. El Presidente había reclamado el apoyo de cuatro científicos civiles... y dos de ellos estaban muertos.

Pickering soltó un suspiro desconsolado, como si no supiera qué decir. Sin duda los acontecimientos tenían poco sentido.

—¿Existe alguna posibilidad —preguntó Pickering— de que ese túnel de inserción que están viendo en la copia impresa generada por el RPT sea un fenómeno natural?

Rachel negó con la cabeza.

—Es demasiado perfecto —dijo, desdoblando la maltrecha copia impresa del RPT y sosteniéndola delante de la cámara—. Impecable.

Pickering estudió la imagen, frunciendo el ceño en señal de asentimiento.

—No se separe de esa copia impresa en ningún momento.

—He llamado a Marjorie Tench para advertirle de que debía detener al Presidente —dijo Rachel—. Pero me ha colgado.

—Lo sé. Me lo ha dicho.

Rachel levantó la vista, perpleja.

—¿Que Marjorie Tench le ha llamado? «Menuda rapidez».

—Acaba de hacerlo. Está muy preocupada. Cree que está usted intentando alguna clase de maniobra publicitaria para desacreditar al Presidente y a la NASA. Quizá para ayudar a su padre.

Rachel se levantó. Agitó la copia impresa del RPT e indicó con un gesto a sus dos compañeros.

—¡Han estado a punto de matarnos! ¿Acaso eso le parece una maniobra publicitaria? ¿Y por qué iba yo a...?

Pickering levantó las manos.

—Tranquila. Lo que la señorita Tench no me ha dicho es que se trataba de tres personas.

Rachel no recordaba si Tench le había llegado a dar tiempo para mencionar a Corky y a Tolland.

—Tampoco me ha dicho que tenía en su poder pruebas —dijo Pickering—. Lo cierto es que me he mostrado escéptico con sus afirmaciones hasta que he hablado con usted, y ahora estoy convencido de que está en un error. No pongo en duda sus palabras, Rachel. La cuestión, llegados a este punto, es averiguar qué significa todo esto.

Se produjo un largo silencio.


Aunque William Pickering muy pocas veces parecía confundido, en aquel momento sacudió la cabeza, visiblemente perdido.

—Imaginemos por un instante que alguien ha insertado el meteorito bajo el hielo. Eso nos lleva a plantearnos la pregunta obvia de por qué. Si la NASA tiene un meteorito que contiene fósiles, ¿por qué iba a importarle a ellos, o a cualquier otra persona, dónde ha sido encontrado?

—Al parecer —dijo Rachel—, la inserción se llevó a cabo para que el EDOP hiciera el descubrimiento de modo que el meteorito pareciera un fragmento de un impacto ya conocido.

—El Jungersol Fall —intervino Corky.

—Pero ¿qué valor tiene la asociación del meteorito con un impacto conocido? —preguntó Pickering, que ahora sonaba casi enfurecido—. ¿Acaso esos fósiles no son un increíble descubrimiento en cualquier lugar y en cualquier momento, independientemente del fenómeno meteorítico con el que se les asocie? Los tres asintieron.

Pickering vaciló, al parecer disgustado. —Amenos... claro...

Rachel vio la resolución del enigma tras la mirada del director. Pickering había dado con la explicación más sencilla para que la colocación del meteorito coincidiera con los estratos del Jungersol, aunque la más sencilla era también la más preocupante.

—A menos que —continuó Pickering— la cuidadosa colocación del meteorito pretendiera dar credibilidad a datos totalmente falsos —concluyó con un suspiro y girándose hacia Corky—. Doctor Marlinson, ¿cuáles son las posibilidades de que el meteorito sea un fraude?

—¿Un fraude, señor?

—Sí. Un engaño. Un montaje.

—¿Un falso meteorito? —Corky soltó una carcajada incómoda—. ¡Totalmente imposible! Ese meteorito ha sido examinado por innumerables profesionales entre los que me incluyo. Estudios químicos, espectografías, cálculo de niveles de rubidio y de estroncio. No tiene nada en común con ninguna roca encontrada en la Tierra. El meteorito es auténtico. Cualquier astrogeólogo estaría de acuerdo conmigo.

Pickering pareció sopesar las palabras de Corky durante un buen rato, acariciándose suavemente la corbata.

—Aún así, teniendo en cuenta lo mucho que la NASA tiene que ganar con el descubrimiento en este momento, los signos aparentes de manipulación de pruebas y el ataque sufrido por ustedes... la primera y más lógica conclusión a la que puedo llegar es que este meteorito es un fraude perfectamente ejecutado.

—¡Imposible! —exclamó Corky, que ahora parecía realmente enfadado—. Con todos mis respetos, señor, los meteoritos no son uno de esos efectos especiales creados en Hollywood que se puedan hacer aparecer en un laboratorio para engañar a un hatajo de inocentes astrofísicos. ¡Son objetos de gran complejidad química con estructuras cristalinas y proporciones de elementos únicas!

—No estoy poniendo en duda su credibilidad, doctor Marlinson. Simplemente sigo una cadena de análisis lógico. Teniendo en cuenta que alguien ha querido matarles para impedir que revelen que el meteorito ha sido insertado bajo el hielo, me inclino a considerar cualquier posibilidad, por impensable que parezca. ¿Qué es exactamente lo que le hace estar tan seguro de que la roca es un meteorito?

—¿Exactamente? —La voz de Corky crepitó en los auriculares—. Una perfecta corteza de fusión, la presencia de cóndrulos, un contenido en níquel no comparable a ninguno de los encontrados en la Tierra. Si lo que sugiere es que alguien nos ha engañado fabricando esa roca en un laboratorio, lo único que puedo decir es que el laboratorio tiene ciento noventa millones de años —afirmó, buscando en su bolsillo y sacando una piedra con forma de CD. La sostuvo delante de la cámara—. Hemos datado muestras como ésta químicamente con numerosos métodos. ¡El cálculo del nivel de rubidio y de estroncio no es algo que pueda falsificarse!

Pickering pareció sorprendido.

—¿Tiene usted una muestra?

Corky se encogió de hombros.

—La NASA tiene docenas de ellas flotando por ahí.

—¿Pretende usted decirme —dijo Pickering, ahora mirando a Rachel— que la NASA ha descubierto un meteorito que, según creen, contiene vida y que permiten que la gente se lleve muestras de la roca?

—La cuestión —dijo Corky— es que la muestra que tengo en la mano es auténtica —afirmó, acercándola más a la cámara—. Podría dársela a cualquier petrólogo, geólogo o astrónomo para que la sometieran a las pruebas que creyeran pertinentes y todos le dirían dos cosas: una, que tiene ciento noventa millones de años; y dos, que es químicamente distinta de la clase de rocas que tenemos aquí en la Tierra.

Pickering se inclinó hacia delante, estudiando el fósil empotrado en la roca. Pareció momentáneamente paralizado. Por fin, suspiró.

—No soy científico. Lo único que puedo decir es que si ese meteorito es auténtico, y así lo parece, me gustaría saber por qué la NASA no lo presentó ante el mundo tal como apareció. ¿Por qué alguien lo ha colocado cuidadosamente bajo el hielo como si quisiera convencernos de su autenticidad?

En ese mismo instante, en la Casa Blanca un oficial de seguridad estaba marcando el número de Marjorie Tench.

La asesora principal contestó al oír el primer timbre.

-¿Sí?

—Señora Tench —dijo el oficial—. Tengo la información que me ha pedido. La llamada vía radiófono que le ha hecho Rachel Sexton esta noche. Hemos logrado rastrearla.

—Dígame.

—El Servicio Secreto dice que la señal se ha producido a bordo del submarino U.S.S. Charlotte.

—¿Qué?

—No disponen de coordenadas, señora, pero sí están seguros del código de la nave.

—¡Oh, por el amor de Dios! —exclamó Tench, estampando el auricular contra el aparato sin decir una sola palabra más.