23
Diez minutos después de haber dado comienzo el debate, el senador Sexton se preguntaba cómo había podido llegar a preocuparse. Marjorie Tench había sido insultantemente sobreestimada como posible adversaria. A pesar de ser una mujer reputada por su cruel sagacidad, estaba resultando más una oveja sacrificada que un contrincante digno de tenerse en cuenta.
Era cierto que al principio de la conversación Tench se había apuntado un buen tanto martilleando la plataforma pro-vida del senador por su predisposición contra las mujeres, pero entonces, justo cuando parecía que Tench estaba apretándole las tuercas, había cometido un error imperdonable. Mientras cuestionaba cómo esperaba el senador financiar las mejoras educacionales sin aumentar los impuestos, hizo una sarcástica alusión a las críticas constantes que Sexton dedicaba a la NASA.
Aunque la NASA era un tema que sin duda el senador esperaba tocar hacia el final de la discusión, Marjorie Tench había abierto la puerta antes de hora. «¡Menuda idiota!»
—Hablando de la NASA —empezó Sexton, cambiando de tema como sin darle importancia—. ¿Podría comentarnos algo sobre los constantes rumores según los cuales la NASA ha sufrido un nuevo fracaso? Marjorie Tench ni siquiera se inmutó.
—Me temo que no ha llegado a mis oídos ese rumor —respondió. Su voz de fumadora sonaba como el papel de lija.
—Entonces, ¿ningún comentario?
—Me temo que no.
Sexton no cabía en sí de gozo. En el mundo de golpes de efecto de los medios de comunicación, la expresión «sin comentario» se traducía fácilmente por «culpable de los cargos».
—Entiendo —dijo Sexton—. ¿Y qué hay de los rumores sobre una reunión secreta y de emergencia entre el Presidente y el director de la NASA?
Esta vez Tench pareció sorprendida.
—No estoy segura de a qué reunión se refiere. El Presidente tiene muchas reuniones.
—Por supuesto. —Sexton decidió ir por ella—. Señora Tench, usted es una gran defensora de la agencia espacial, ¿no es así?
Tench suspiró, al parecer cansada de las recurrentes alusiones de Sexton a su tema preferido.
—Creo en la importancia de preservar la supremacía tecnológica de Estados Unidos, ya sea militar, industrial o en el ámbito de la inteligencia o de las telecomunicaciones. Sin duda la NASA es parte de esa visión, sí.
En la cabina de producción, Sexton pudo ver los ojos de Gabrielle diciéndole que se mantuviera al margen, pero el senador saboreaba ya la sangre.
—Hay algo que despierta mi curiosidad, señora. Huelga decir que su influencia tiene mucho peso en el apoyo continuado que el Presidente ha demostrado por esta achacosa agencia.
Tench negó con la cabeza.
—No. El Presidente cree firmemente en la NASA. Toma sus propias decisiones.
Sexton no podía creer lo que estaba oyendo. Acababa de dar a Marjorie Tench una oportunidad de oro para exonerar parcialmente al Presidente aceptando personalmente parte de la culpa por la financiación de la NASA. En vez de eso, Tench se la había devuelto sin dudarlo al Presidente. «El Presidente toma sus propias decisiones». Al parecer, Tench ya se estaba intentando distanciar de una campaña que hacía aguas. A decir verdad, tampoco era nada sorprendente. Al fin y al cabo, cuando las cosas volvieran a su sitio, Marjorie Tench estaría buscando trabajo.
Durante los minutos siguientes, Sexton y Tench siguieron en la brecha. Tench formuló algunos débiles intentos por cambiar de tema mientras Sexton seguía presionándola sobre el presupuesto de la NASA.
Senador —arguyó Tench—. Usted pretende reducir el presupuesto de la NASA, pero ¿tiene idea de cuántos empleos en el sector de la alta tecnología se perderán?
Sexton a punto estuvo de reírse en la cara de aquella mujer. «¿Y a esta chiquilla la consideran una de las mentes más privilegiadas de Washington?» Obviamente, Tench tenía mucho que aprender sobre la demografía del país. Los empleos del ámbito de la alta tecnología no tenían la menor importancia en comparación con la inmensa cantidad de abnegados obreros norteamericanos.
Sexton atacó.
—Estamos hablando de un ahorro de millones, Marjorie, y si el resultado es que un hatajo de científicos de la NASA tienen que montarse en sus BMW y llevar sus currículos a otro sitio, que así sea. Por mi parte, yo me he comprometido a mantenerme inflexible con el gasto.
Marjorie Tench se quedó en silencio, como si aquel último golpe la hubiera dejado fuera de juego.
El moderador de la CNN la apremió.
—¿Alguna reacción por su parte, señora Tench?
Por fin, la mujer se aclaró la garganta y habló.
—Supongo que me sorprende oír que el señor Sexton está tan dispuesto a declararse tan abiertamente anti-NASA.
A Sexton se le entrecerraron los ojos. «Buen intento, señora».
—Yo no estoy en contra de la NASA y lamento profundamente su acusación. Simplemente estoy diciendo que el presupuesto de la agencia espacial indica la clase de gasto desproporcionado que su Presidente aplaude. La NASA dijo que podía construir el trasbordador espacial por cinco mil millones de dólares. Costó doce. Dijo también que podía construir la Estación Espacial por ocho. Ahora el precio asciende ya a cien.
—Si los norteamericanos somos un país líder —contraatacó Tench— es debido a que nos fijamos metas elevadas y nos mantenemos fieles a ellas en los momentos difíciles.
—Ese discurso de ensalzamiento del orgullo nacional no funciona conmigo, Marge. La NASA ha superado el presupuesto que le ha sido asignado tres veces en los últimos dos años y ha vuelto arrastrándose al Presidente con el rabo entre las piernas para pedir más dinero y así poder enmendar sus errores. ¿A eso le llama usted orgullo nacional? Si quiere hablar de orgullo nacional, hablemos de escuelas de peso. Hablemos de un sistema sanitario universal. Hablemos de niños inteligentes que crecen en un país de oportunidades. ¡A eso le llamo yo orgullo nacional!
Tench le clavó una mirada glacial. ¿Puedo hacerle una pregunta directa, senador?
Sexton no respondió. Simplemente esperó.
Las palabras de la mujer fueron pronunciadas deliberadamente, con una repentina infusión de firmeza.
—Senador, si yo le dijera que no podemos explorar el espacio por menos de lo que la NASA está gastando actualmente, ¿aboliría usted la agencia espacial?
La pregunta fue como si una piedra de río hubiera caído en las rodillas de Sexton. Quizá, después de todo, Tench no fuera tan estúpida. Simplemente había atacado a Sexton desde el ángulo menos esperado con un «rompevallas» (una pregunta cuidadosamente articulada que sólo permite un sí o un no como respuesta y que está diseñada para forzar a un oponente que juega a mantener un pie a cada lado de la valla a pronunciarse con claridad y a definir sin medias tintas su postura).
Instintivamente, Sexton intentó salirse por la tangente.
—No me cabe duda de que, con una gestión adecuada, la NASA puede explorar el espacio por mucho menos de lo que en estos momentos...
—Conteste a la pregunta, senador Sexton. Explorar el espacio es un asunto peligroso y costoso, comparable a construir un reactor de pasajeros. O se hace bien, o no se hace. Los riesgos son demasiado elevados. Mi pregunta sigue en pie: si llega usted a ser elegido presidente y debe escoger entre continuar financiando la NASA con su actual nivel de presupuesto o eliminar por completo el programa espacial de Estados Unidos, ¿por qué alternativa optaría?
«Mierda». Sexton levantó los ojos para mirar a Gabrielle por el cristal. En su expresión, Sexton vio reflejado lo que ya sabía. «Está usted comprometido. Sea directo. Nada de peroratas». Sexton mantuvo alta la barbilla.
—Sí. Transferiría el actual presupuesto de la NASA a nuestros sistemas escolares si tuviera que hacer frente a esa decisión. Votaría por nuestros hijos en detrimento del espacio.
La expresión del rostro de Marjorie Tench revelaba una total conmoción.
—Estoy perpleja. ¿Le he oído bien? En caso de que fuera Presidente, ¿aboliría usted el programa espacial de la nación?
Sexton sintió que estaba a punto de estallar. Ahora Tench estaba poniendo palabras en su boca que él no había dicho. Intentó contraatacar, pero Tench volvía a hablar.
—¿Está usted diciendo, senador, para que quede claro, que eliminaría a la agencia que llevó al hombre a la Luna?
—¡Lo que estoy diciendo es que la carrera espacial ha terminado! Los tiempos han cambiado. La NASA ya no desempeña un papel decisivo en las vidas de los norteamericanos de a pie y sin embargo seguimos financiándola como si lo hiciera.
—Entonces, ¿no cree que el futuro esté en el espacio?
—Sin duda, el futuro está en el espacio, ¡pero la NASA es un dinosaurio! Hay que dejar que el sector privado explore el espacio. El contribuyente no debería abrir su cartera cada vez que algún ingeniero de Washington quiere sacar una fotografía de Júpiter que nos cuesta mil millones de dólares. ¡Los norteamericanos están cansados de hipotecar el futuro de sus hijos a cambio de financiar una agencia anticuada que tan poco ofrece a cambio de sus desorbitados costes!
Tench suspiró teatralmente.
—¿Que tan poco ofrece? A excepción, quizá, del programa SETI, la NASA ha proporcionado enormes compensaciones.
Sexton apenas podía creer que la mención del SETI hubiera escapado de labios de Tench. Craso error. «Gracias por recordármelo». La Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre era el pozo más abisal de la NASA desde su creación. A pesar de que la NASA había intentado dar al proyecto un lavado de cara rebautizándolo con el nombre de «Orígenes» y modificando algunos de sus objetivos, seguía siendo la misma apuesta perdedora.
—Marjorie —dijo Sexton, aprovechando su oportunidad—. Me referiré al SETI sólo porque usted lo ha mencionado.
Extrañamente, Tench parecía casi ansiosa por oír sus palabras.
Sexton se aclaró la garganta.
—Mucha gente no está al corriente de que la NASA lleva treinta y cinco años buscando vida extraterrestre. Se trata de una cara búsqueda del tesoro: series de parabólicas para satélites, inmensos transreceptores, millones en los salarios de los científicos que siguen sentados sin haber descubierto nada. Es un vergonzoso despilfarro de recursos.
—¿Está diciendo que no hay nada ahí arriba?
—Estoy diciendo que si cualquier otra agencia gubernamental hubiera gastado cuarenta y cinco millones durante treinta y cinco años y no hubiera proporcionado el menor resultado, habría sido eliminada hace tiempo. —Sexton hizo una pausa para dejar que la gravedad de su declaración hiciera mella en la audiencia—. Después de treinta y cinco años, creo que resulta más que obvio que no vamos a encontrar vida extraterrestre.
—¿Y si se equivoca?
Sexton puso los ojos en blanco.
—Oh, por el amor de Dios, señora Tench. Si me equivoco me como el sombrero.
Marjorie Tench clavó sus macilentos ojos en el senador Sexton.
—Recordaré sus palabras, senador —dijo, sonriendo por primera vez —. Creo que todos las recordaremos.
A nueve kilómetros de allí, en el Despacho Oval, el presidente Zach Herney apagó la televisión y se sirvió una copa. Como Marjorie Tench había prometido, el senador Sexton había picado el anzuelo: el anzuelo, el hilo de pescar y el plomo.