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Michael Tolland cerró los ojos y escuchó el zumbido del motor a reacción del G4. Había desistido en su intento de seguir pensando en el meteorito hasta que llegaran a Washington. Los cóndrulos, según Corky, eran concluyentes. La roca hallada en la Plataforma de Hielo Milne solamente podía ser un meteorito. Rachel había tenido la esperanza de disponer de una respuesta definitiva que poder dar a William Pickering cuando aterrizaran, pero sus experimentos con diversas teorías habían llegado a un callejón sin salida con los cóndrulos. Por muy sospechosa que resultara la evidencia del meteorito, éste parecía ser auténtico.
«Que así sea entonces».
Obviamente, Rachel estaba realmente afectada por el trauma que había sufrido en el océano. Tolland, sin embargo, se hallaba asombrado ante su capacidad de resistencia. Rachel se encontraba ahora concentrada en el tema que los ocupaba: intentar descubrir la forma de desestimar o autentificar el meteorito y descubrir quién había intentado matarlos.
Durante la mayor parte del viaje, había ocupado el asiento contiguo al de Tolland. Michael había disfrutado de su conversación, a pesar de lo difíciles que resultaban las circunstancias. Hacía unos minutos que ella había ido al servicio, situado en la parte posterior del avión, y ahora Tolland se sorprendió echándola de menos a su lado. Se preguntó cuánto tiempo había pasado desde la última vez que había echado de menos la presencia de una mujer... una mujer que no fuera Celia.
—¿Señor Tolland?
Tolland levantó los ojos.
El piloto asomó la cabeza.
—Me ha pedido que le avise cuando entráramos en el campo telefónico de su barco. Puedo conseguirle esa conexión, si lo desea.
—Gracias —respondió Tolland, avanzando hacia la cabina por el pasillo.
Una vez dentro, Tolland hizo una llamada a su tripulación. Quería hacerles saber que no estaría de regreso hasta dentro de uno o dos días. Naturalmente, no tenía la menor intención de contarles el lío en el que estaba metido.
El teléfono sonó varias veces y Tolland se sorprendió cuando fue el sistema de comunicaciones SHINCOM 2100 el que cogió la llamada. El mensaje saliente no era el saludo profesional habitual, sino la voz alborotada de uno de los miembros de su tripulación, el bromista de a bordo.
—Hurra, hurra, esto es el Goya —anunció la voz—. ¡Lamentamos no poder atender su llamada, pero hemos sido abducidos por un enorme piojo! De hecho, nos hemos tomado unas horas libres en tierra para celebrar la gran noche de Mike. ¡Dios, estamos orgullosísimos! Puede dejar su nombre y su número y quizá le devolvamos la llamada mañana cuando estemos sobrios. ¡Ciao! ¡Viva ET!
Tolland se puso a reír, echando ya de menos a su tripulación. Obviamente habían visto la rueda de prensa. Le alegró que hubieran desembarcado; los había abandonado de forma bastante brusca al recibir la llamada del Presidente, y era una tontería que se quedaran allí, en alta mar, sin hacer nada. Aunque el mensaje decía que todos se habían ido a tierra, dio por hecho que no habían dejado el barco desatendido, sobre todo teniendo en cuenta la zona de fuertes corrientes donde estaba anclado.
Pulsó el código numérico que permitía oír los mensajes de voz internos que le habían dejado. La línea soltó un solo pitido. Un mensaje. La voz pertenecía al mismo bromista y miembro de la tripulación.
—Hola, Mike, ¡menudo programa! Si estás oyendo esto, probablemente estarás comprobando tus mensajes desde alguna elegante fiesta en la Casa Blanca y te preguntarás dónde demonios estamos. Sentimos abandonar el barco, amigo, pero no pensábamos quedarnos sin celebrarlo. No te preocupes, lo hemos dejado muy bien anclado y la luz del porche se queda encendida. ¡En realidad tenemos la secreta esperanza de que sea abordado por piratas para que dejes de una vez que la NBC te compre ese barco nuevo! Es broma, hombre.
No te preocupes, Xavia accedió a quedarse a bordo para vigilar el fuerte. Dijo que prefería disfrutar de un rato sola que salir de fiesta con un hatajo de pescadores borrachos. ¿Qué te parece?
Tolland soltó una carcajada, aliviado al oír que había alguien a bordo cuidando del barco. Xavia era muy responsable; decididamente no era la clase de mujer a la que le gustaban las fiestas. Respetada geóloga marina, era famosa por decir lo que pensaba con cáustica sinceridad.
—En cualquier caso, Mike —seguía el mensaje—, esta noche ha sido increíble. La verdad es que noches así te hacen sentir orgulloso de ser científico, ¿no te parece? Todo el mundo habla de lo bien que pinta esto para la NASA. ¡A tomar por saco la NASA! ¡Esto tiene aún mejor pinta para nosotros! Los índices de audiencia de Mares Asombrosos deben de haberse disparado unos cuantos millones de puntos esta noche. Eres una estrella. Una estrella de verdad. Felicidades. Un trabajo excelente.
Se oyó entonces una conversación sofocada en la línea y volvió la voz.
—Ah, sí. Hablando de Xavia, y sólo para que no se te suban mucho los humos. Quiere pegarte la bronca por algo. Aquí la tengo.
La voz afilada de Xavia se oyó en la máquina.
—Mike, soy Xavia. Eres un dios y todo eso. Y porque te quiero como te quiero, he accedido a hacer de canguro de este trasto antediluviano tuyo. Francamente, será un placer librarme de estos gorilas a los que llamas científicos. En cualquier caso, y además de hacer de canguro del barco, la tripulación me ha pedido, en mi papel de bruja de a bordo, que haga todo lo que esté en mi poder por evitar que te conviertas en un jodido cabrón, lo cual, después de esta noche, soy consciente de que va a ser difícil. Sin embargo, tenía que ser la primera en decirte que has cometido un error en tu documental. Sí, ya me has oído. Uno de esos extrañísimos pedos mentales de Michael Tolland. No te preocupes, sólo hay unas tres personas en el planeta que se habrán dado cuenta, y son todos unos quisquillosos geólogos marinos sin el menor sentido del humor. Muy parecidos a mí. Pero ya sabes lo que dicen de nosotros los geólogos: ¡siempre buscando fallos! —exclamó, echándose a reír—. En fin, no es nada, un punto minúsculo sobre petrología de meteoritos. Sólo lo menciono para estropearte la noche. Puede que recibas una o dos llamadas al respecto, de modo que se me ha ocurrido ponerte al corriente para que no termines pareciendo el imbécil que realmente eres —dijo, volviendo a reírse—. De todos modos no me van mucho las fiestas, así que me quedo a bordo. No te molestes en llamarme. He tenido que conectar el contestador porque la maldita prensa lleva toda la noche llamando. Esta noche eres una verdadera estrella, a pesar de tu metedura de pata. De todos modos, te pondré al corriente de ello cuando vuelvas. Ciao.
La línea quedó en silencio.
Michael Tolland frunció el ceño.
«¿Un error en mi documental?»
Rachel Sexton estaba de pie en el servicio del G4 y se miraba al espejo. Se vio pálida y más frágil de lo que había imaginado. El susto de la noche la había afectado mucho. Se preguntó cuánto tiempo tardaría en dejar de temblar o en volver a acercarse a un océano. Se quitó la gorra del U.S.S. Charlotte y se dejó el pelo suelto. «Mejor», pensó, sintiéndose más ella misma.
Al mirarse a los ojos, percibió en ellos una profunda fatiga. Sin embargo, por debajo de ese cansancio apreció su determinación. Sabía que aquél era el regalo de su madre. «Nadie te dice lo que puedes o no puedes hacer». Rachel se preguntó si su madre había visto lo ocurrido esa noche. «Alguien ha intentado matarme, mamá. Alguien ha intentado matarnos a todos...»
La mente de Rachel, como llevaba ya haciendo desde hacía varias horas, repasó la lista de nombres.
«Lawrence Ekstrom... Marjorie Tench... presidente Zach Herney». Todos tenían sus motivos. Y, lo que resultaba aún más inquietante: todos tenían los medios. «El Presidente no está implicado», se dijo, aferrándose a su esperanza de que él, a quien respetaba mucho más que a su propio padre, fuera un mero espectador inocente en ese misterioso accidente.
«Todavía no sabemos nada».
«Ni quién... ni si... ni por qué».
Lamentaba no tener respuestas que ofrecer a William Pickering pero, hasta el momento, lo único que había conseguido era pensar en más preguntas.
Cuando salió del servicio, le sorprendió no encontrar a Michael Tolland en su sitio. Corky dormitaba en un asiento cercano, y al mirar a su alrededor, vio salir a Mike de la cabina del piloto mientras éste colgaba un radiófono. Tolland tenía los ojos abiertos como platos de pura preocupación.
—¿Qué ocurre? —preguntó Rachel.
Michael habló arrastrando la voz mientras la ponía al corriente del mensaje de voz.
«¿Un error en su presentación?» Rachel pensó que la reacción de Tolland era exagerada.
—Probablemente no sea nada. ¿No le ha dicho exactamente cuál era el error?
—Algo referente a la petrología del meteorito.
—¿A la estructura de la roca?
—Sí. Ha dicho que sólo se darán cuenta del error unos pocos geólogos. Suena como si, independientemente del error que haya cometido, estuviera relacionado con la composición del propio meteorito.
Rachel soltó un breve suspiro, comprendiendo.
—¿Los cóndrulos?
—No lo sé, aunque me parece demasiada coincidencia.
Rachel se mostró de acuerdo. Los cóndrulos eran el único vestigio de evidencia que apoyaba categóricamente la afirmación de la NASA según la cual aquello era efectivamente un meteorito.
Corky se acercó a ellos, frotándose los ojos.
—¿Qué pasa?
Tolland lo puso al corriente.
Corky frunció el ceño y negó con la cabeza.
—No se trata de ningún problema con los cóndrulos, Mike. Ni hablar. Todos tus datos procedían de la NASA. Y de mí. Eran perfectos.
—¿Qué otro error petrológico podría haber cometido?
—¿Quién sabe? Además, ¿qué saben sobre cóndrulos los geólogos marinos?
—No tengo ni idea, pero Xavia es muy lista.
—Teniendo en cuenta las circunstancias —dijo Rachel—, creo que deberíamos hablar con esa mujer antes de hablar con el director Pickering.
Tolland se encogió de hombros.
—La he llamado cuatro veces y me ha saltado el contestador. Probablemente esté en el hidrolaboratorio y no pueda oír nada. No oirá mis mensajes hasta mañana por la mañana como muy pronto —dijo Tolland antes de hacer una pausa y mirar su reloj—. Aunque...
—¿Aunque qué?
Tolland la miró intensamente.
—¿Cree usted que es muy importante que hablemos con Xavia antes de hacerlo con su jefe?
—Si tiene algo que decir acerca de los cóndrulos, creo que es de vital importancia —dijo Rachel—. En este momento, lo único que tenemos son un montón de datos contradictorios. William Pickering es un hombre acostumbrado a recibir respuestas claras. Cuando nos encontremos con él, me encantaría tener algo sustancial sobre lo que él pudiera actuar.
—Entonces tenemos que hacer una parada.
Rachel no ocultó su sorpresa.
—¿En su barco?
—Está anclado frente a la costa de Nueva Jersey, casi directamente de camino a Washington. Podemos hablar con Xavia y averiguar qué es lo que sabe. Corky todavía tiene la muestra del meteorito, y si Xavia quiere someterla a algunas pruebas geológicas el barco cuenta con un laboratorio bien equipado. No creo que nos lleve más de una hora obtener respuestas definitivas.
Rachel sintió un palpito de ansiedad. La idea de tener que volver a enfrentarse al océano tan pronto la inquietaba. «Respuestas definitivas», se dijo, tentada por la posibilidad. «Sin duda Pickering querrá respuestas».