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Una infrecuente sensación de soledad embargaba a William Pickering mientras conducía su sedán por Leesburg Highway. Ya eran casi las dos de la madrugada y la carretera estaba vacía. Hacía años que no conducía a esas horas.
La voz rasposa de Marjorie Tench todavía le arañaba la mente. «Nos encontraremos en el monumento a FDR».
Pickering intentó recordar cuándo había sido la última vez que había visto cara a cara a Marjorie Tench. Nunca había sido una experiencia agradable. Hacía dos meses. En la Casa Blanca. Tench estaba sentada frente a él a una larga mesa de roble rodeada por miembros del Consejo de Seguridad Nacional, Jefes de ambas Cámaras, la CIA, el presidente Herney y el director de la NASA.
—Caballeros —había dicho el director de la CIA, mirando directamente a Marjorie Tench—. Una vez más, estoy ante ustedes para apremiar a esta administración a que haga frente a la permanente crisis de seguridad de la NASA.
La declaración no cogió a nadie por sorpresa. Los infortunios referentes a la seguridad de la NASA se habían convertido en una cuestión cansina para la comunidad de inteligencia. Dos días antes, más de trescientas fotografías de alta resolución tomadas por uno de los satélites de observación de la Tierra de la NASA habían sido robadas por unos hackers de una base de datos de la NASA. Las fotos, que sorprendentemente revelaban una base secreta de entrenamiento militar de Estados Unidos en el norte de África, habían aparecido en el mercado negro, donde las habían adquirido agencias de inteligencia hostiles del Cercano Oriente.
—A pesar de las mejores intenciones —dijo el director de la CIA con voz agotada—, la NASA sigue siendo una amenaza para la seguridad nacional. Simplificando, nuestra agencia espacial no está equipada para proteger los datos y las tecnologías que desarrolla.
—Sé muy bien que ha habido indiscreciones —respondió el Presidente—. Filtraciones realmente perjudiciales. Y eso es algo que me inquieta de verdad —añadió, dirigiendo un gesto hacia el otro extremo de la mesa, donde estaba sentado Lawrence Ekstrom, el director de la NASA—. Sin embargo, estamos buscando nuevas formas de mejorar la seguridad.
—Con todos mis respetos —dijo el director de la CIA—, todo cambio en la seguridad desarrollado por la NASA será de nula eficacia mientras las operaciones de la agencia espacial sigan fuera del paraguas de la comunidad de inteligencia de Estados Unidos.
La declaración provocó una incómoda agitación entre los reunidos. Todos sabían a dónde llevaba esa afirmación.
—Como ustedes saben —siguió el director de la CIA con un tono cada vez más afilado—, todas las entidades de Estados Unidos que tratan con información sensible dentro del ámbito de la inteligencia están gobernadas por estrictas reglas secretas (el Ejército, la CIA, la ONR, la Agencia de Seguridad Nacional). Todas deben atenerse a leyes muy estrictas en lo que concierne a la protección de los datos que recogen y a las tecnologías que desarrollan. Una vez más, vuelvo a preguntarles por qué la NASA, la agencia que actualmente desarrolla la mayor parte de tecnologías aerospaciales —imagen, vuelo, software, reconocimiento y telecomunicaciones de última generación utilizadas por la comunidad militar y de inteligencia— sigue manteniéndose al margen de este paraguas de discreción.
El Presidente soltó un suspiro de cansancio. La propuesta estaba clara. «Reestructurar la NASA para que pasara a formar parte de la comunidad de inteligencia del Ejército de Estados Unidos.» Aunque otras agencias habían experimentado reestructuraciones similares en el pasado, Herney se negaba a considerar la posibilidad de colocar a la NASA bajo los auspicios del Pentágono, la CIA, la ONR o cualquier otra directiva militar. El Consejo de Seguridad Nacional estaba empezando a dividirse sobre la cuestión. Muchos de sus miembros estaban haciendo frente común con la comunidad de inteligencia.
Lawrence Ekstrom nunca parecía satisfecho en esas reuniones y aquella no era ninguna excepción. Lanzó una mirada mordaz al director de la CIA.
—Aún a riesgo de repetirme, señor, las tecnologías que desarrolla la NASA son para aplicaciones científicas no militares. Si la comunidad de inteligencia desea hacer girar uno de nuestros telescopios espaciales para ver qué pasa en China, es su decisión.
El director de la CIA parecía a punto de estallar.
Pickering y Ekstrom cruzaron miradas y el primero intervino.
—Larry —dijo, teniendo mucho cuidado en mantener un tono comedido—. Todos los años la NASA se arrodilla ante el Congreso para pedirle dinero. Están ustedes llevando a cabo operaciones con muy poca financiación y están pagando el precio que eso supone en fracasos. Si incorporamos a la NASA a la comunidad de inteligencia, ya no necesitará pedir ayuda al Congreso. Serán ustedes financiados por el presupuesto secreto a niveles significativamente más altos. Todos saldremos ganando. La NASA dispondrá de todo el dinero que necesita para operar adecuadamente y la comunidad de inteligencia se quedará tranquila al asegurarse que las tecnologías de la NASA están protegidas.
Ekstrom negó con la cabeza.
—Por principio, no puedo permitir que la NASA adquiera un cariz como el que me propone. La NASA se ocupa únicamente de la ciencia espacial. No tenemos nada que ver con la seguridad nacional.
El director de la CIA se puso en pie, cosa que jamás se hacía cuando el Presidente estaba sentado. Nadie le detuvo. Dedicó una mirada glacial al director de la NASA.
—¿Me está diciendo que la ciencia no tiene nada que ver con la seguridad nacional? ¡Por el amor de Dios, Larry! ¡Son sinónimas! Lo único que nos mantiene seguros es el avance tecnológico y científico del país, y, nos guste o no, la NASA desempeña un papel cada vez mayor en el desarrollo de esas tecnologías. Desgraciadamente, su agencia hace aguas por todas partes y ha demostrado una y otra vez que su seguridad es un riesgo.
La sala quedó en silencio.
Entonces fue el director de la NASA quien se levantó y clavó sus ojos en los de su atacante.
—Entonces, ¿sugiere que encerremos a veinte mil científicos de la NASA en herméticos laboratorios militares y que trabajen para ustedes? ¿De verdad cree que los nuevos telescopios espaciales de la NASA se habrían concebido de no haber sido por el deseo personal de nuestros científicos de profundizar en su visión del espacio? La NASA lleva a término increíbles descubrimientos únicamente por una razón: nuestros empleados quieren comprender el cosmos más a fondo. Son unos soñadores que han crecido observando los cielos estrellados y preguntándose qué hay ahí arriba. La pasión y la curiosidad, y no la promesa de una superioridad militar, es lo que lleva a la innovación de la NASA.
Pickering se aclaró la garganta y habló con suavidad, intentando calmar los ánimos alrededor de la mesa.
—Larry, estoy seguro de que el director no está hablando de reclutar a científicos de la NASA para construir satélites militares. Los principios de la misión de la NASA no cambiarían. La agencia seguiría funcionando como en la actualidad, excepto por el hecho de que disfrutaría de mayores fondos y de mayor seguridad —declaró. Se volvió entonces hacia el Presidente—. La seguridad es cara. Sin duda, todos los que estamos en esta sala somos conscientes de que los fallos de seguridad de la NASA son el resultado de una financiación insuficiente. La agencia espacial se ve obligada a asumir sus propias riendas, a aumentar las medidas de seguridad, a llevar adelante proyectos en colaboración con otros países para compartir costes con ellos. Lo que propongo es que la NASA siga siendo la misma entidad soberbia, científica y civil que es en la actualidad, pero con un presupuesto mayor y con cierta discreción.
Varios miembros del Consejo de Seguridad asintieron en silencioso acuerdo.
El presidente Herney se levantó despacio, mirando directamente a William Pickering. Obviamente, no le hacía ninguna gracia la forma en que éste se había hecho con el control de la situación.
—Bill, deje que le haga una pregunta: la NASA espera llegar a Marte durante la próxima década. ¿Cómo se sentirá la comunidad de inteligencia ante la idea de gastar buena parte del presupuesto secreto en una misión a dicho planeta... una misión que no supone inmediatos beneficios para la seguridad nacional?
—La NASA podrá hacer lo que le plazca.
—Y una mierda —respondió el Presidente sin más. Todos los presentes levantaron de golpe la mirada. Eran raras las ocasiones en que el presidente Herney hablaba así.
—Si hay algo que he aprendido siendo presidente —declaró Herney—, es que quien controla los dólares controla la dirección. Me niego a dejar las cuerdas que manejan el presupuesto de la NASA en manos de gente que no comparte los objetivos para los que la agencia fue fundada. Me cuesta imaginar qué volumen de ciencia pura se podrá llevar a cabo cuando sea el Ejército quien decida cuáles de las misiones de la NASA son viables y cuáles no.
Sus ojos escrutaron la sala. Despacio, con firme decisión, volvió a clavar su rígida mirada en William Pickering.
—Bill —suspiró Herney—, su malestar ante el hecho de que la NASA esté implicada en proyectos compartidos con otras agencias espaciales extranjeras resulta dolorosamente corto de miras. Al menos hay alguien que está colaborando con los chinos y con los rusos. La paz del planeta no se forjará a base de fuerza militar, sino gracias a los que aúnen sus esfuerzos a pesar de las diferencias de sus gobiernos. En mi opinión, las misiones compartidas de la NASA hacen más por promover la seguridad nacional que cualquier satélite espía de mil millones de dólares, y con muchísima más esperanza de futuro.
Pickering sentía que la rabia le bullía en lo más profundo de su ser. «¿Cómo osa un político usar ese tono conmigo?» El idealismo del que Herney hacía gala era óptimo para una sala de juntas, pero en el mundo real, provocaba muertes.
—Bill —interrumpió Marjorie Tench, como si percibiera que Pickering estaba a punto de estallar—. Sabemos que perdió a una hija y que para usted esto es una cuestión personal.
Pickering sólo percibió superioridad en el tono de voz de Tench.
—Pero le ruego que recuerde —dijo Tench— que actualmente la Casa Blanca está conteniendo un aluvión de inversores que pretenden que abramos el espacio al sector privado. Por si le interesa, le diré que, a pesar de todos sus errores, la NASA ha sido una muy buena amiga para la comunidad de inteligencia. Quizás harían bien en valorar los innumerables beneficios que les reporta.
El zumbido de una franja sonora que corría paralela al arcén de la autopista devolvió de súbito a Pickering al presente. El desvío estaba próximo. Al acercarse a la salida del D.C., pasó junto a un ciervo ensangrentado y muerto que estaba tumbado a un lado de la carretera. Sintió una extraña vacilación... pero siguió adelante. Tenía una cita a la que no podía faltar.