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En aquel momento, el senador Sexton sentía un destello de esperanza mientras acompañaba a su inesperada visita al ascensor. Al final había resultado que el director de la FFE no había ido a verle para castigarle, sino para darle ánimos y decirle que la batalla todavía no estaba perdida.

«Una posible grieta en la armadura de la NASA». La cinta de vídeo con la extraña rueda de prensa de la NASA le había convencido de que el anciano tenía razón: Chris Harper, el director de la misión EDOP, mentía. «Pero ¿por qué? Y si la NASA nunca había reparado el software del EDOP, ¿cómo había podido encontrar el meteorito?»

Mientras se dirigían al ascensor, el anciano dijo: —A veces, lo único que hace falta para desvelar algo es un simple hilo. Quizá podamos encontrar la forma de minar la victoria de la NASA desde dentro. Sembrar una sombra de desconfianza. ¿Quién sabe a dónde nos puede llevar? —añadió el anciano, clavando sus ojos en Sexton—. No estoy dispuesto a tirar la toalla, senador. Y creo que usted tampoco.

—Por supuesto que no —dijo Sexton, reuniendo decisión en su voz—. Hemos llegado demasiado lejos.

—Chris Harper mintió sobre la reparación del EDOP —dijo el hombre al entrar en el ascensor—. Y tenemos que saber por qué.

—Conseguiré esa información lo antes que pueda —respondió Sexton. «Tengo a la persona adecuada para ello».

—Bien. Su futuro depende de eso.


Cuando Sexton regresaba a su apartamento, notaba su paso más ligero y la cabeza un poco más clara. «La NASA mintió acerca del EDOP». La única cuestión era ahora cómo probarlo.

Su mente se había concentrado ya en Gabrielle Ashe. Donde quiera que estuviera en ese instante, a buen seguro se sentía despreciable. Sin duda, Gabrielle había visto la rueda de prensa y estaba en la cornisa de algún edificio de la ciudad, a punto de lanzarse al vacío. Su propuesta de convertir la NASA en el asunto central de la campaña de Sexton había resultado el peor error de su carrera. «Está en deuda conmigo», pensó Sexton. «Y lo sabe». Gabrielle ya había demostrado que tenía un don para obtener los secretos de la NASA. «Tiene algún contacto», pensó Sexton. «Lleva semanas sacando información gracias a la ayuda de algún elemento interno de la Casa Blanca». Gabrielle tenía contactos que no compartía con él, contactos que podía utilizar para obtener información sobre el EDOP. Además, esa noche estaría motivada. Tenía una deuda que pagar, y Sexton sospechaba que haría cualquier cosa por recuperar su favor.

Cuando regresó a la puerta de su apartamento, su guardaespaldas le saludó con una inclinación de cabeza.

—Buenas noches, senador. Espero haber actuado correctamente dejando entrar a Gabrielle. Insistía en que era de vital importancia que hablara con usted.

Sexton se detuvo. —¿Cómo dice?

—La señorita Ashe. Hace un rato ha venido con información importantísima para usted. Por eso la he dejado entrar.

Sexton sintió que el cuerpo se le tensaba. Miró la puerta del apartamento. «¿De qué demonios está hablando este tipo?»

La cara del guardaespaldas era de perplejidad y preocupación. —Senador, ¿está usted bien? Se acuerda, ¿verdad? Gabrielle ha venido durante la reunión. Ha hablado con usted, ¿verdad? Tiene que haber hablado con ella. Ha estado bastante rato dentro.

Sexton siguió con la mirada clavada en el guardaespaldas durante un largo instante, notando que el pulso se le aceleraba a la velocidad del rayo. «¿Que este imbécil ha dejado entrar a Gabrielle en mi apartamento durante una reunión con la FFE?» ¿Y Gabrielle se había quedado dentro un buen rato para luego marcharse sin decir una palabra? Sexton apenas se atrevía a imaginar lo que podía haber oído. Se tragó la rabia y dedicó al guarda una sonrisa forzada.

—¡Ah, sí! Lo siento. Estoy agotado. Y además llevo un par de copas encima. La señorita Ashe y yo hemos hablado, sin duda. Ha hecho usted muy bien.

El guarda pareció aliviado.

—¿Ha dicho a dónde iba al marcharse?

El guarda negó con la cabeza.

—Tenía mucha prisa.

—De acuerdo, gracias.


Sexton entró al apartamento echando chispas. «¿Tan complicadas eran mis malditas órdenes? ¡Nada de visitas!» Tenía que dar por hecho que si Gabrielle había estado dentro durante un tiempo determinado para salir después a escondidas sin decir una sola palabra, a buen seguro había oído cosas que no tendría que haber oído. «Y tenía que ser justo esta noche».

El senador Sexton sabía ante todo que no podía permitirse perder la confianza de Gabrielle Ashe. Las mujeres podían volverse vengativas y estúpidas cuando se sentían decepcionadas. Necesitaba recuperarla. Esa noche, más que nunca, la necesitaba en su campo.