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La vista aérea transmitida a la Delta Forcé por el microrobot que circulaba dentro del habisferio era comparable a la posible película vencedora de un festival de cine de vanguardia: la escasa iluminación, el reluciente foso de extracción y el elegante asiático tumbado en el suelo con el abrigo de pelo de camello desparramado a su alrededor como un par de alas enormes. Obviamente estaba intentando extraer una muestra de agua.
—Tenemos que detenerle —dijo Delta-Tres. Delta-Uno se mostró de acuerdo. La Plataforma de Hielo Milne ocultaba secretos que su equipo estaba autorizado a proteger con el uso de la fuerza.
—¿Cómo lo detenemos? —planteó Delta-Dos, todavía sin soltar la palanca de mando—. Estos micro robots no están equipados.
Delta-Uno lo miró, ceñudo. El microrobot que en ese momento revoloteaba en el interior del habisferio era un modelo de reconocimiento, simplificado al máximo para disponer de un vuelo más prolongado. Era tan mortal como una mosca.
—Deberíamos llamar al controlador —declaró Delta-Tres. Delta-Uno miró fijamente la imagen del solitario Wailee Ming, asomado precariamente al borde del foso de extracción. No tenía a nadie cerca, y el agua helada tenía la habilidad de amortiguar la capacidad de gritar del ser humano. —Dame los controles.
—¿Qué haces? —preguntó el soldado que manejaba la palanca de mando.
—Aquello para lo que nos han adiestrado —replicó Delta-Uno, asumiendo el mando—. Improvisar.