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Michael Tolland sintió que la empata le iluminaba el rostro al tiempo que Rachel Sexton miraba, boquiabierta y en silencio, el meteorito fosilizado que tenía en la mano. La refinada belleza del rostro de la mujer parecía disolverse en su expresión de inocente perplejidad: una chiquilla que acababa de ver a Papá Noel por primera vez.

«Sé exactamente cómo se siente», pensó.

Tolland se había sentido igualmente perplejo hacía sólo cuarenta y ocho horas. También él se había quedado sin habla. Incluso ahora, las implicaciones científicas y filosóficas del meteorito le dejaban de piedra, obligándole a reconsiderar todo aquello que siempre había creído sobre la naturaleza.

Aunque los descubrimientos oceanográficos de Tolland incluían varias especies submarinas desconocidas hasta el momento, aquel «bicho del espacio» suponía un nivel totalmente distinto de descubrimiento. A pesar de la propensión por parte de Hollywood a representar a los extraterrestres como hombrecillos verdes, tanto los astro biólogos como los entusiastas científicos coincidían en que, dada la inmensa cantidad y capacidad de adaptación de los insectos de la Tierra, la vida extraterrestre probablemente sería muy semejante a alguna forma de insecto si algún día llegaba a descubrirse.

Los insectos pertenecían al género de los phylum Arthropoda, criaturas con esqueletos externos duros y patas articuladas. Con más de 1,25 millones de especies conocidas y unas quinientas mil todavía por clasificar, los «insectos» terrestres superaban en número al resto de animales juntos. Constituían el noventa y cinco por ciento de las especies del planeta y un increíble cuarenta por ciento de su biomasa.

Lo que impresionaba no era tanto la abundancia de insectos, sino su resistencia. Desde el escarabajo del hielo del Antártico al escorpión del Valle de la Muerte, los insectos habitan felizmente a niveles mortales de temperatura, de sequía e incluso de presión. También han logrado dominar la exposición a la fuerza más mortal que se conoce en el universo: la radiación. Cuando, tras una prueba nuclear llevada a cabo en 1945, los oficiales de las fuerzas aéreas se enfundaron sus trajes antirradiación y examinaron el nivel de suelo cero, encontraron escarabajos y hormigas que seguían felizmente con sus vidas como si nada hubiera ocurrido. Los astrónomos se dieron cuenta de que el exoesqueleto protector de un artrópodo lo convertía en el candidato perfecto para habitar los innumerables planetas saturados de radiación en los que nada más podía vivir.

«Al parecer, los astro biólogos estaban en lo cierto», pensó Tolland. «ET es un insecto».

Rachel sintió que le fallaban las piernas,

—No puedo... creerlo —dijo, haciendo girar el fósil en las manos—. Jamás creí...

—Tómese su tiempo para poder asimilarlo —dijo Tolland con una amplia sonrisa—. Yo he tardado veinticuatro horas en recuperarme.

—Veo que tenemos entre nosotros a una recién llegada —dijo un hombre de raza asiática sorprendentemente alto que se acercaba para reunirse con ellos.

Corky y Tolland parecieron desinflarse al instante con su llegada. Al parecer, el instante de magia se había hecho añicos.

—Soy el doctor Wailee Ming —se presentó el hombre—. Decano de paleontología de UCLA.

El hombre mostraba al andar la pomposa rigidez de la aristocracia del Renacimiento y no dejaba de toquetearse continuamente la estrafalaria pajarita que llevaba bajo el abrigo de pelo de camello que le caía hasta las rodillas. Estaba claro que Wailee Ming no era de los que permitía que nada interfiriera con su atildada apariencia, ni siquiera en aquel lugar tan remoto.

—Soy Rachel Sexton.

La mano de Rachel todavía temblaba cuando estrechó la suave palma de Ming, que era sin duda otro de los reclutas civiles del Presidente.

—Sería para mí un placer, señorita Sexton —dijo el paleontólogo—explicarle todo lo que usted quiera saber sobre estos fósiles.

—Y muchas de las cosas que seguramente no querrá saber —gruñó Corky.

Ming se llevó la mano a la pajarita.

—Mi especialidad paleontológica son los Arthropoda y los Mygalomorphae extinguidos. Sin duda, la característica más impresionante de este organismo es...

—¡...que procede de otro maldito planeta! —le interrumpió Corky.

Ming le miró ceñudo y se aclaró la garganta.

—La característica más impresionante de este organismo es que encaja a la perfección con nuestro sistema darwiniano de taxonomía y de clasificación terrestres.

Rachel levantó la mirada. «¿Es posible clasificar esta cosa?»

—¿Se refiere usted a la clase de reino, de phylum, a la especie... ese tipo de cosas?

—Exacto —dijo Ming—. Esta especie, si hubiera sido hallada en la Tierra, sería clasificada dentro de la categoría de los isópodos y entraría dentro de la clase a la que pertenecen unas dos mil especies de piojo.

—¿Piojo? —dijo Rachel—. Pero si es enorme.

—La taxonomía no es específica con respecto al tamaño. Los gatos domésticos y los tigres están emparentados. La clasificación parte de la fisiología. Esta especie es claramente un piojo: tiene un cuerpo aplastado, siete pares de patas y una bolsa reproductora cuya estructura es idéntica a la de la cochinilla, el escarabajo pelotero, los saltamontes de playa, la cochinilla de la cerda y las limnoria. Los demás fósiles revelan...

—¿Los demás fósiles?

Ming miró a Corky y a Tolland.

—¿No lo sabe?

Tolland negó con la cabeza.

El rostro de Ming se iluminó al instante.

—Señorita Sexton, todavía no ha oído lo mejor.

—Hay más fósiles —intervino Corky, intentando arrebatarle el momento de éxito a Ming—. Muchos más. —Corky se escabulló hasta un sobre de pruebas y extrajo una hoja doblada de papel de gran tamaño. La extendió sobre el escritorio, delante de Rachel— Después de haber extraído varios núcleos, hicimos bajar una cámara de rayos X. Ésta es una traducción gráfica de la sección transversal.

Rachel miró la copia impresa de rayos X que estaba encima de la mesa e inmediatamente tuvo que sentarse. La sección transversal tridimensional del meteorito estaba abarrotada de docenas de esos insectos.

—Los registros paleolíticos —dijo Ming— suelen encontrarse en densas concentraciones. A menudo, los corrimientos de barro atrapan a los organismos en masse, cubriendo nidos o incluso comunidades enteras.

Corky sonrió.

—Creemos que la colección hallada en el meteorito representa un nido —anunció, señalando a uno de los insectos de la copia impresa—. Y ahí está mamá.

Rachel miró al espécimen en cuestión y se quedó literalmente boquiabierta. El insecto parecía medir casi un metro.

—Menudo piojo de culo gordo ¿eh? —dijo Corky.

Rachel asintió, perpleja, mientras se imaginaba piojos del tamaño de una barra de pan deambulando por ahí, en algún planeta lejano.

—En la Tierra —dijo Ming—, nuestros insectos son relativamente pequeños porque la gravedad los tiene controlados. No crecen más de lo que sus exoesqueletos pueden soportar. Sin embargo, en un planeta con gravedad reducida, los insectos podrían evolucionar hasta alcanzar dimensiones muy superiores.

—Imagínese aplastando mosquitos del tamaño de un cóndor —bromeó Corky, tomando la muestra del núcleo de manos de Rachel y metiéndosela en el bolsillo.

Ming frunció el ceño.

—¡Ni se le ocurra robar eso!

—Relájese —dijo Corky—. Tenemos ocho toneladas más en el lugar del que salió esto.

La mente analítica de Rachel barajaba los datos que tenía ante sí. Pero ¿cómo puede la vida en el espacio ser tan similar a la vida en la Tierra? Me refiero a que, ¿dicen ustedes que este insecto encaja en nuestra clasificación darwiniana?

—A la perfección —dijo Corky—. Y, lo crea o no, muchos astrónomos han predicho que la vida extraterrestre sería muy similar a la de la Tierra.

—Pero ¿por qué? —preguntó Rachel—. Esta especie procede de un entorno totalmente distinto.

—Panspermia —dijo Corky, esbozando una amplia sonrisa.

—¿Cómo dice?

—La panspermia es la teoría según la cual la vida fue plantada aquí desde otro planeta.

Rachel se levantó.

—Me pierdo.

Corky se giró hacia Tolland.

—Mike, tú eres aquí el experto en mares primordiales.

Tolland pareció feliz ante la perspectiva de tomar el relevo.

—La Tierra fue antaño un planeta sin vida, Rachel. De pronto, como de la noche a la mañana, la vida estalló. Muchos biólogos creen que la explosión de vida fue el resultado mágico de una mezcla ideal de elementos en los mares primordiales. Pero como nunca lo hemos podido reproducir en un laboratorio, los investigadores próximos a la Iglesia han hecho de ese fracaso una prueba de Dios, es decir, que la vida no podía existir a menos que Dios tocara los mares primordiales y les insuflara la vida.

—Pero nosotros, los astrónomos —declaró Corky—, encontramos otra explicación para la repentina explosión de la vida en la Tierra.

—La panspermia —dijo Rachel, que ahora comprendía de lo que estaban hablando. Había oído antes esta teoría, pero no sabía que recibía ese nombre—. La teoría según la cual un meteorito se estrelló en el caldo primordial, trayendo a la Tierra las primeras semillas de vida microbiótica.

—Bingo —dijo Corky—. Y allí se filtraron y brotaron a la vida.

—Y si eso es cierto —dijo Rachel—, los ancestros básicos de las formas de vida de la Tierra y de las formas de vida extraterrestres serían idénticas.

—Doble bingo.

«Panspermia», pensó Rachel, todavía incapaz de asimilar lo que eso implicaba.

—Entonces, el fósil no sólo confirma que existe vida en algún otro punto del universo, sino que prácticamente prueba la validez de la panspermia... que la vida en la Tierra fue plantada desde otro punto del universo.

—Triple bingo —dijo Corky, dedicándole una entusiasta inclinación de cabeza—. Técnicamente, puede que todos seamos extraterrestres —añadió, poniéndose los dedos encima de la cabeza a modo de antenas, bizqueando y sacando la lengua como un insecto.

Tolland miró a Rachel con una sonrisa patética.

—Y se supone que este individuo es el pináculo de nuestra evolución.