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Gabrielle Ashe había echado a correr lo más rápido que podía cuando entró en la sala de producción de la tercera planta del edificio de la ABC News. Aún así, se movía más despacio que todo el personal de la sala. La intensidad que remaba en el departamento de producción era febril las veinticuatro horas del día, pero en ese preciso instante en las cabinas que tenía delante se vivía una agitación parecida a una sesión de bolsa bajo los efectos del speed. Los enloquecidos directores de montaje se gritaban por encima de los tabiques de sus compartimentos, reporteros que no dejaban de agitar faxes iban de cabina en cabina comparando notas y los frenéticos subalternos engullían Snickers y Mountain Dew entre recado y recado.

Gabrielle había ido a la ABC a ver a Yolanda Colé.

Normalmente podía encontrarse a Yolanda en las altas cumbres: los despachos privados con paredes de cristal reservados a los altos cargos que, de hecho, necesitaban un poco de tranquilidad para poder pensar. Esa noche, sin embargo, Yolanda estaba en la zona común, metida hasta las cejas en lo que allí se cocía. Cuando vio a Gabrielle, soltó su grito de alegría habitual.

—¡Gabs!

Llevaba puesto un vestido de una pieza de batik y gafas de concha. Como de costumbre, del cuello le colgaban unos cuantos kilos de llamativa bisutería como oropel. Se acercó hacia ella con paso torpe, saludándola con la mano.

—¡Un abrazo!

Yolanda Colé llevaba dieciséis años como editora de contenidos de la ABC en Washington. Era una polaca de rostro pecoso, fornida y un poco calva a la que todos llamaban cariñosamente «mamá». Su aspecto de matrona y su buen humor ocultaban una implacabilidad innata a la hora de conseguir una historia. Gabrielle había conocido a Yolanda en un seminario de asesoramiento sobre mujeres en la política al que había asistido poco después de su llegada a Washington.

Habían empezado a hablar sobre su currículo, los retos que representaba ser mujer en el D.C. y terminado con Elvis Presley, una pasión que, sorprendentemente, ambas compartían. Yolanda acogió a Gabrielle bajo el ala y la ayudó a hacer contactos. Ella todavía pasaba a saludarla todos los meses.

Gabrielle le dio un gran abrazo, un poco más animada ante el entusiasmo que su amiga había mostrado al verla.

Yolanda dio un paso atrás y la miró detenidamente.

—¡Pareces haber envejecido cien años, niña! ¿Qué te ha pasado?

Gabrielle bajó la voz.

—Estoy metida en un lío, Yolanda.

—Pues no se me ocurre por qué. Por lo visto, a tu hombre le va muy bien.

—¿Hay algún lugar donde podamos hablar en privado?

—Qué inoportuna, cariño. El Presidente va a dar una rueda de prensa dentro de media hora y todavía no tenemos ni idea de lo que va a anunciar. Tengo que reunir a algunos comentaristas expertos en el tema y estoy dando palos de ciego.

—Yo sé cuál es el motivo de esta rueda de prensa.

Yolanda se bajó las gafas, en un gesto escéptico.

—Gabrielle, nuestro corresponsal en la Casa Blanca no tiene ni idea de qué va esto. ¿Vas a decirme que Sexton juega con información privilegiada?

—No. Lo que digo es que soy yo la que tiene información privilegiada. Dame cinco minutos. Te lo contaré todo.

Yolanda echó una mirada al sobre rojo de la Casa Blanca que Gabrielle tenía en la mano.

—Eso es un sobre de correo interno de la Casa Blanca. ¿De dónde lo has sacado?

—De una reunión privada que he tenido esta tarde con Marjorie Tench.

Yolanda la miró durante un largo instante.

—Sígueme.

En la privacidad de la cabina de paredes de cristal de Yolanda, Gabrielle se sinceró con su amiga, confesándole el affair de una noche que había tenido con Sexton y el hecho de que Tench disponía de fotografías.

Yolanda esbozó una amplia sonrisa y sacudió la cabeza, riéndose. Al parecer llevaba tanto tiempo en el periodismo de Washington que ya nada la sorprendía.

—Oh, Gabs, tenía la corazonada de que quizá Sexton y tú os hubierais enrollado. No me sorprende. Sexton tiene su reputación y tú eres una chica muy guapa. Es una pena lo de las fotos, aunque yo no me preocuparía por eso.

«¿Que no me preocupe por eso?»

Gabrielle le explicó que Tench había acusado a Sexton de aceptar sobornos ilegales de compañías espaciales y que acababa de ser testigo de una reunión secreta de la Fundación para las Fronteras Espaciales que confirmaba tales sospechas. De nuevo la expresión de Yolanda mostró escasa sorpresa o preocupación... hasta que Gabrielle le dijo lo que pensaba hacer al respecto. Yolanda pareció preocuparse.

—Gabrielle, si quieres entregar un documento legal diciendo que te has acostado con un senador de Estados Unidos y que te mantuviste al margen cuando él mintió al respecto, es asunto tuyo. Pero no lo olvides: es un error. Deberías pensar detenidamente en lo que puede significar para ti.

—No me estás escuchando. ¡No dispongo de ese tiempo! —Claro que te estoy escuchando. Mira, cariño, tanto si el tiempo se acaba como si no, hay ciertas cosas que simplemente no se hacen. No se abandona a un senador de Estados Unidos por un escándalo sexual. Es un suicidio. Escúchame bien, niña, si traicionas a un candidato presidencial, ya puedes subirte al coche y alejarte del D.C. lo más deprisa que puedas. Serás una mujer marcada. Hay mucha gente que gasta grandes sumas de dinero en llevar a sus candidatos a lo más alto. Aquí hay en juego altas finanzas y poder... la clase de poder por la que la gente mata.

Gabrielle se había quedado callada.

—Personalmente —dijo Yolanda—, creo que Tench ha intentado presionarte con la esperanza de que hagas alguna estupidez, de que te asustes y así confieses el affair —añadió Yolanda señalando al sobre rojo que Gabrielle tenía entre las manos—. Esas fotos de Sexton y tú no significan nada a menos que uno de los dos admita que son auténticas. La Casa Blanca sabe que si filtra esas fotos, Sexton alegará que son fraudulentas y se las tirará al Presidente a la cara.

—Ya lo había pensado, aunque el asunto de los sobornos para la financiación de la campaña me parece...

—Piénsalo bien, cariño. Si la Casa Blanca no ha hecho públicas las alegaciones por soborno, probablemente es que no tiene intención de hacerlo. El Presidente se toma muy en serio lo de no caer en una campaña negativa. Yo creo que simplemente decidió ahorrarse un escándalo de la industria aeroespacial y envió a Tench a por ti con un farol con la esperanza de poder asustarte para que confesaras el rollo sexual. Es decir, para que apuñalaras a tu candidato por la espalda.

Gabrielle lo meditó. Lo que decía Yolanda tenía sentido y, sin embargo, había algo que todavía no acababa de encajar. Gabrielle señaló a través del cristal a la bulliciosa sala de noticias.

—Yolanda, os estáis preparando para una importante rueda de prensa presidencial. Si el Presidente no piensa hacer pública ninguna cuestión relacionada con sobornos ni con sexo, ¿para qué ha convocado la conferencia?

Yolanda parecía perpleja.

—Espera un minuto. ¿Acaso crees que esta rueda de prensa se ha convocado para hablar de Sexton y de ti?

—O de los sobornos. O de ambas cosas. Tench me ha dicho que tenía hasta las ocho de esta noche para firmar una confesión. De lo contrario, el Presidente anunciaría que...

La risa de Yolanda sacudió por completo la cabina de cristal.

—¡Por favor! ¡Un minuto! ¡No puedo creer lo que estoy oyendo!

Gabrielle no estaba de humor para bromas. -¿Qué?

Escucha, Gabs —logró por fin decir Yolanda entre risas—. créeme. Llevo dieciséis años tratando con la Casa Blanca y te aseguro que no hay ninguna posibilidad de que Zach Herney haya convocado a los medios de comunicación del mundo entero para anunciar que sospecha que el senador Sexton está aceptando financiación de dudosa procedencia para su campaña o que está acostándose contigo. Ese es el tipo de información que tú filtrarías. Los presidentes no ganan popularidad interrumpiendo la programación regular de los medios de comunicación para arengar sobre sexo o sobre supuestas infracciones de difusas leyes sobre la financiación de campañas.

—¿Difusas? —replicó Gabrielle—. ¡Vender descaradamente tu decisión sobre el proyecto de ley espacial por millones de dólares para publicidad difícilmente puede considerarse un asunto difuso!

—¿Estás segura de que es eso lo que está haciendo? —El tono de voz de Yolanda era ahora más duro—. ¿Estás lo bastante segura como para anunciarlo en la televisión nacional? Piénsalo. Hacen falta muchas alianzas para conseguir llevar algo a cabo en los tiempos que corren, y la financiación de una campaña es un asunto muy complejo. Quizá la reunión de Sexton fuera perfectamente legal.

—Está incumpliendo la ley —dijo Gabrielle. «¿O no era así?»

—O eso es lo que quería Marjorie Tench que creyeras. Los candidatos aceptan donativos bajo mano constantemente de las grandes empresas. Quizá no parezca demasiado elegante, pero no es necesariamente ilegal. De hecho, la mayoría de asuntos legales no se centran en saber de dónde procede el dinero, sino en cómo decide gastarlo el candidato.

Gabrielle vaciló. Ahora se sentía insegura.

—Gabs, la Casa Blanca te ha engañado esta tarde. Ha intentado volverte en contra de tu candidato y por el momento te has tragado el farol. Si tuviera que decidir en quién confiar, creo que me quedaría con Sexton antes de saltar del barco y caer en manos de alguien como Marjorie Tench.

A Yolanda le sonó el teléfono. Respondió, asintiendo, soltando breves afirmaciones, tomando notas.

—Interesante —dijo por fin—. Estaré ahí enseguida. Gracias.

Yolanda colgó y se volvió con una ceja arqueada.

—Gabs, al parecer estabas equivocada. Tal como he predicho.

—¿Qué ocurre?

—Todavía no dispongo de los detalles, pero esto es lo que puedo decirte: la rueda de prensa del Presidente no tiene nada que ver con escándalos sexuales ni con financiación de campañas.

Gabrielle fue presa de un destello de esperanza y deseó creerla con todas sus fuerzas.

—¿Cómo lo sabes?

—Alguien acaba de filtrar la información desde dentro según la cual la rueda de prensa tiene que ver con la NASA.

Gabrielle se incorporó de golpe.

—¿Con la NASA?

Yolanda le respondió con un guiño.

—Ésta podría ser tu noche de suerte. Apuesto a que el presidente Herney está sintiendo tanta presión por parte del senador Sexton que ha decidido que la Casa Blanca no tiene más remedio que retirar su apoyo a la Estación Espacial Internacional. Eso explica la convocatoria ante los medios de comunicación.

«¿Una rueda de prensa para terminar con la Estación Espacial?» Gabrielle era incapaz de imaginarlo.

Yolanda se levantó.

—El ataque de Tench de esta tarde era probablemente un esfuerzo desesperado por comprometer a Sexton antes de que el Presidente tuviera que hacer pública la mala noticia. No hay nada como un escándalo sexual para desviar la atención de otro fracaso presidencial. En cualquier caso, Gabs, tengo trabajo. Mi consejo es que te tomes un café, te quedes aquí sentada, enciendas mi televisor y disfrutes de esto como el resto de nosotros. Faltan veinte minutos para la rueda de prensa y te repito que no hay la menor posibilidad de que el Presidente se dedique a echar mierda a nadie esta noche. Tiene al mundo entero mirándole. Lo que tenga que decir es algo de mucho peso —añadió con un guiño tranquilizador—. Y ahora dame el sobre.

-¿Qué?

Yolanda le tendió una mano exigente.

—Estas fotos se quedarán bajo llave en mi escritorio hasta que todo esto haya pasado. Quiero estar segura de que no harás ninguna estupidez.

A regañadientes, Gabrielle le dio el sobre.

Yolanda guardó cuidadosamente las fotos bajo llave en un cajón del escritorio y se metió las llaves en el bolsillo.

—Me lo agradecerás, Gabs, te lo juro —dijo, despeinando con la mano a Gabrielle en actitud cariñosa al salir—. Tranquila. Tengo la sensación de que vamos a tener buenas noticias.

Gabrielle se quedó sentada sola en el despacho e intentó dejar que la actitud segura de Yolanda le levantara el ánimo. Sin embargo, lo único en lo que podía pensar era en la sonrisa satisfecha que se había dibujado en el rostro de Marjorie Tench esa tarde. No podía ni imaginar lo que el Presidente estaba a punto de decirle al mundo, pero sin duda no iba a ser una buena noticia para el senador Sexton.