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La cuarta planta del cuartel general de la NASA era menos impresionante que el vestíbulo del edificio: largos pasillos estériles con puertas de oficinas separadas por el mismo espacio en las paredes. El pasillo estaba desierto. Unos letreros apuntaban en todas direcciones.


<- LANDSAT 7

TERRA ->

<- ACRIMSAT

<- JASÓN 1

AQUA ->

EDOP ->


Gabrielle siguió los que llevaban al EDOP. Serpenteando por una serie de largos pasillos e intersecciones, llegó a un par de pesadas puertas de acero. La placa rezaba:


ESCÁNER DE DENSIDAD ORBITAL POLAR (EDOP)

Chris Harper, Director de Sección


Estaban cerradas, y su acceso controlado por una tarjeta de admisión y un sistema de acceso por marcación de número PIN. Gabrielle pegó la oreja al frío metal de la puerta. Durante un instante le pareció oír hablar a alguien. Una discusión. Quizá no. Se preguntó si simplemente debía llamar a la puerta hasta que alguien le abriera desde dentro. Desgraciadamente, su plan para vérselas con Chris Harper requería un poco más de sutileza que golpear las puertas. Miró a su alrededor en busca de otra entrada, pero no vio ninguna. Había un pequeño cuarto junto a la puerta. Entró en él, examinando el lugar mal iluminado en busca del llavero o de la tarjeta de algún cuidador. Nada. Sólo escobas y fregonas.

Regresó a la puerta y volvió a pegar la oreja al metal. Esta vez oyó claramente unas voces. Cada vez más fuertes. Y pasos. El picaporte se abrió desde dentro.

No tuvo tiempo de esconderse y las puertas metálicas se abrieron de golpe. Saltó a un lado, pegándose a la pared situada detrás de la puerta, al tiempo que un grupo de gente pasaba a toda prisa, hablando a viva voz. Parecían enfadados.

—¿Qué demonios le ocurre a Harper? ¡Y yo que creía que estaría dando saltos de alegría!

—¿Quiere estar solo en una noche como ésta? —dijo otro mientras el grupo pasaba junto a Gabrielle—. ¡Debería estar celebrándolo!


A medida que el grupo se alejaba, la pesada puerta empezó a cerrarse, pivotando sobre sus bisagras neumáticas y dejando a la vista su ubicación. Gabrielle se mantuvo rígida mientras los hombres seguían alejándose por el pasillo. Después de esperar todo lo que pudo, hasta que la puerta estuvo a sólo unos centímetros de cerrarse, se lanzó hacia delante y agarró el picaporte por pocos centímetros. Se quedó quieta mientras los hombres doblaban la esquina del pasillo, demasiado concentrados en su conversación para mirar atrás.

Con el corazón latiéndole con fuerza, abrió la puerta de un tirón y entró en la zona iluminada del otro lado. La cerro con absoluta discreción.

El espacio era un área de trabajo abierta que le recordó a un laboratorio de física universitario: ordenadores, isletas de trabajo, material electrónico. A medida que sus ojos se iban adaptando a la oscuridad, Gabrielle pudo ver cianotipos y hojas de cálculo repartidas por doquier. Toda la zona estaba a oscuras, excepto un despacho situado en el extremo más alejado del laboratorio en el que brillaba una luz por debajo de la puerta. Se dirigió hacia allí en silencio. La puerta estaba cerrada, pero por la ventana vio a un hombre sentado delante de un ordenador. Lo reconoció de la rueda de prensa de la NASA. La placa de la puerta rezaba:


Chris Harper

Director de Sección, EDOP


De pronto, después de haber llegado tan lejos, sintió una punzada de aprensión, preguntándose si de verdad podría llevar a cabo lo que pretendía. Se recordó entonces lo seguro que Sexton estaba de que Chris Harper había mentido. «Apostaría mi campaña a que tengo razón», había dicho el senador. Al parecer había otros que opinaban lo mismo, otros que esperaban que Gabrielle descubriera la verdad para poder cercar a la NASA en un intento por lograr aunque fuera una diminuta victoria tras los espantosos acontecimientos de esa noche. Después de cómo Tench y la administración Herney la habían engañado esa tarde, Gabrielle estaba ansiosa por ayudar.

Alzó la mano para llamar a la puerta, pero se detuvo al oír la voz de Yolanda resonando en su cabeza: «Si Chris Harper mintió al mundo sobre el EDOP, ¿qué te hace pensar que a ti te dirá la verdad?»

«El miedo», se dijo Gabrielle, después de haber estado a punto de ser víctima de él. Tenía un plan. Incluía una táctica que había visto utilizar al senador para atemorizar y sacar información de sus rivales políticos. Había aprendido mucho bajo la tutela de Sexton, y no todo lo que había asimilado era ético o agradable. Sin embargo, esa noche necesitaba toda la ventaja que le fuera posible aunar. Si podía convencer a Chris Harper para que admitiera que había mentido, por la razón que fuera, abriría una pequeña puerta de oportunidad para la campaña del senador. Más allá de eso, Sexton era un hombre que, en cuanto disponía de un centímetro de maniobra, era capaz de escapar con gran maña de cualquier apuro.


El plan de Gabrielle para tratar con Harper era lo que Sexton llamaba «disparar a bocajarro», una técnica de interrogatorio inventada en la antigua Roma para sacar confesiones de aquellos criminales que, según sospechaban, mentían. El método era decepcionantemente simple:

Afirmar la información que deseaban oír confesada.

Luego alegar algo mucho peor.

El objetivo era dar al oponente una oportunidad para que escogiera el menor de dos males: en este caso, la verdad.

El truco consistía en rezumar seguridad, cosa que Gabrielle no sentía en ese momento. Soltó un profundo suspiro y volvió a repasar el guión que tenía escrito en la cabeza. Finalmente llamó a la puerta del despacho.

—¡Ya os he dicho que estoy ocupado! —gritó Harper, cuyo acento inglés le sonó familiar.

Gabrielle volvió a llamar. Esta vez más fuerte.

—¡Os repito que no tengo la menor intención de bajar! Esta vez, Gabrielle golpeó la puerta con el puño. Chris Harper fue hacia la puerta y la abrió de golpe. —Maldita sea, ¿es que...? —Se calló de golpe, claramente sorprendido de verla.

—Doctor Harper —dijo ella en tono decidido.

—¿Cómo ha subido hasta aquí?

Gabrielle se impuso con una mirada ceñuda. —¿Sabe quién soy?

—Por supuesto. Su jefe lleva meses machacando mi proyecto. ¿Cómo ha entrado?

—Me envía el senador Sexton.

Los ojos de Harper escrutaron el laboratorio que Gabrielle tenía a sus espaldas.

—¿Dónde está el vigilante que debía acompañarla?

—Eso no es de su incumbencia. El senador tiene contactos influyentes.

—¿En este edificio? —Harper parecía poco convencido.

—Ha sido usted poco sincero, doctor Harper. Y me temo que el senador ha convocado una comisión especial de justicia en el Senado para estudiar sus mentiras.

Un velo de palidez cruzó la cara de Harper. —¿De qué me está hablando?

—Una persona tan inteligente como usted no puede permitirse el lujo de fingirse estúpida, doctor Harper. Está metido en un lío y el senador me ha enviado para que le ofrezca un trato. Esta noche la campaña del senador ha sufrido una gran golpe. Ya no tiene nada que perder y está dispuesto a hundirle con él si es necesario.

—¿De qué demonios está hablando? Gabrielle soltó un profundo suspiro y jugó sus cartas.

Mintió usted en su rueda de prensa sobre el software de detección de anomalías del EDOP. Lo sabemos. Mucha gente lo sabe. Pero no es eso lo que nos concierne —anunció. Antes de que Harper pudiera abrir la boca para responder, Gabrielle siguió lanzada hacia delante—. El senador podría dejar al descubierto sus mentiras en este preciso instante, pero eso no le interesa. Lo que quiere es la historia en mayúsculas. Creo que sabe de lo que hablo...

—No. Yo...

—La oferta del senador es la siguiente. Mantendrá la boca cerrada sobre las mentiras de su software si le da el nombre del más alto ejecutivo de la NASA con el que está usted malversando fondos.

Los ojos de Chris Harper parecieron bizquear durante un breve instante.

—¿Cómo? Yo no estoy malversando fondos.

—Le sugiero que mida sus palabras, señor. La comisión del Senado lleva dos meses reuniendo información sobre el caso. ¿De verdad creían ustedes que iban a pasar inadvertidos? ¿Falsificando la documentación del EDOP y desviando fondos asignados de la NASA a cuentas privadas? La mentira y la malversación puede llevarle a la cárcel, doctor Harper.

—¡No he hecho tal cosa!

—¿Está diciendo que no mintió sobre el EDOP?

—No. ¡Lo que estoy diciendo es que en ningún momento he malversado dinero!

—Entonces está diciendo que sí mintió sobre el EDOP.

Harper clavó la mirada en ella, claramente falto de palabras.

—Olvidemos que mintió —dijo Gabrielle, desestimándolo con un simple ademán—. Al senador Sexton no le interesa si ha mentido o no en una rueda de prensa. Ya estamos acostumbrados. Han encontrado un meteorito y a nadie le importa cómo lo han hecho. Lo que al senador de verdad le importa es el asunto de la malversación. Necesita cazar a algún alto cargo de la NASA. Simplemente dígale con quién trabaja y él desviará el interés de la investigación de usted. Puede facilitarnos las cosas y decirnos quién es la otra persona, o el senador se lo pondrá feo y empezará a hablar del software de detección de anomalías y de falsas chapuzas.

—Se está marcando un farol. No existe tal malversación de fondos.

—Miente usted muy mal, doctor Harper. He visto toda la documentación. Su nombre figura en toda la documentación incriminatoria. Y varias veces.

—¡Juro que no sé nada de ninguna malversación!

Gabrielle soltó un suspiro de decepción.

—Póngase en mi lugar, doctor Harper. Sólo me cabe sacar dos conclusiones. O bien me miente usted del mismo modo que mintió en esa rueda de prensa, o me está diciendo la verdad y hay alguien poderoso en la agencia que le está utilizando como tapadera para sus propios chanchullos.

La propuesta pareció calmar a Harper.

Gabrielle miró su reloj.

—El trato que le ofrece el senador estará vigente durante una hora. Puede usted salvarse dándole el nombre del ejecutivo de la NASA con el que está malversando el dinero procedente de los impuestos de los ciudadanos de este país. El senador no está interesado en usted. Quiere al pez gordo. Obviamente, el individuo en cuestión cuenta con cierto poder aquí, en la NASA. Él o ella se las ha ingeniado para mantener su identidad totalmente fuera de la documentación, dejando que sea su nombre el que aparezca.

Harper negó con la cabeza.

—Miente.

—¿Le gustaría decirle eso a un tribunal?

—Por supuesto. Lo negaré todo.

—¿Bajo juramento? —Gabrielle soltó un gruñido asqueado—. Supongamos que también niega haber mentido sobre la reparación del software del EDOP —El corazón le latía con fuerza mientras miraba a aquel hombre directamente a los ojos—. Piense bien en cuáles son sus opciones, doctor Harper. Las prisiones norteamericanas pueden ser realmente desagradables.

Harper le dedicó una mirada glacial y Gabrielle deseó verlo ceder. Durante un instante creyó ver un destello de entrega, pero cuando le habló, su voz sonó como el acero.

—Señorita Ashe —declaró, al tiempo que la rabia bullía en sus ojos—. usted no tiene nada. Los dos sabemos que no se ha producido tal malversación de fondos en la NASA. La única mentirosa que hay en esta sala es usted.

Gabrielle sintió que los músculos se le ponían rígidos. La mirada que el científico le dedicó era afilada e indignada. Quiso echara correr. «Has intentado colarle un farol a un científico espacial.

¿Qué demonios esperabas?» Se obligó a mantener la cabeza alta.

—Lo único de lo que puedo dar fe —dijo, fingiendo una absoluta seguridad e indiferencia ante la posición de Harper— son los documentos incriminatorios que he visto: pruebas fehacientes de que usted y otra persona están malversando fondos de la NASA. El senador simplemente me pidió que viniera esta noche y le ofreciera la opción de entregarle a su compañero en vez de tener que enfrentarse sólo a la investigación. Le diré al senador que prefiere vérselas con un juez. Puede contarle a un tribunal lo que acaba de contarme a mí, que no está malversando fondos y que tampoco mintió sobre el software del EDOP —dijo, con una taciturna sonrisa—. Pero, tras la poco convincente rueda de prensa que dio hace dos semanas, lo dudo mucho —concluyó, y girando sobre sus talones echó a andar a paso decidido por el oscuro laboratorio del EDOP. Se preguntó en ese momento si no sería ella, y no Harper, quien iba a ver el interior de una prisión.


Mantuvo la cabeza alta mientras se alejaba, a la espera de que Harper la llamara. Silencio. Abrió de un empujón las puertas metálicas y las atravesó, saliendo al vestíbulo con la esperanza de que no hiciera falta tarjeta de acceso para entrar en los ascensores, como ocurría en el vestíbulo principal del edificio. Había perdido. A pesar de sus mejores esfuerzos, Harper no había picado. «Quizás estuviera diciendo la verdad sobre la rueda de prensa del EDOP», pensó Gabrielle.

Entonces, al fondo del vestíbulo resonó un estallido en cuanto las puertas metálicas que Gabrielle tenía a su espalda se abrieron de golpe.

—¡Señorita Ashe! —gritó la voz de Harper—. Le juro que no sé nada de ninguna malversación. ¡Soy un hombre honrado!

Gabrielle sintió que el corazón le daba un vuelco. Se obligó a seguir caminando. Respondió a la reacción de Harper con un informal encogimiento de hombros y gritándole:

—Y, aún así, mintió en su rueda de prensa.

—¡Espere un momento! —gritó Harper mientras se acercaba trotando hasta ella con el rostro pálido—. En cuanto a lo de la malversación de fondos... —dijo, bajando la voz—. Creo que sé quien me ha metido en esto.

Gabrielle se detuvo en seco, preguntándose si le había oído correctamente. Dio media vuelta, lo más despacio y despreocupadamente que pudo.

—¿Espera que crea que alguien le ha metido en esto?

Harper suspiró.

—Le juro que no sé nada de ninguna malversación de fondos. Aunque si hay pruebas contra mí...

—Montones.

Harper suspiró de nuevo.

—Entonces, todo ha sido perfectamente planeado. Para desacreditarme en caso de que fuera necesario. Y sólo hay una persona que puede haber hecho una cosa así.

—¿Quién?

Harper la miró a los ojos.

—Lawrence Ekstrom me odia.

Gabrielle se quedó de piedra.

—¿El director de la NASA?

Harper respondió con una solemne inclinación de cabeza.

—Fue él quien me obligó a mentir en esa rueda de prensa.