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Gabrielle Ashe no sabía qué pensar de los documentos que ahora estaban esparcidos ante sus ojos sobre el escritorio de Marjorie Tench. Ese montón de papeles incluía cartas fotocopiadas, faxes, transcripciones de conversaciones telefónicas... y todos parecían corroborar que el senador Sexton mantenía conversaciones ocultas con empresas espaciales privadas.

Tench empujó hacia ella un par de fotografías mate en blanco y negro.

—¿He de suponer que para usted esto es una novedad?

Gabrielle miró las fotos. La primera de las candidas instantáneas mostraba al senador Sexton bajando de un taxi en una especie de garaje subterráneo. «Sexton nunca coge taxis». Gabrielle miró la segunda instantánea: una telefoto de Sexton subiendo a un monovolumen blanco aparcado. Un anciano parecía esperarle dentro.

—¿Quién es? —dijo Gabrielle, sospechando que las fotos podían ser falsas.

—Un pez gordo de la FFE.

Ella tenía sus reservas.

—¿La Fundación para las Fronteras Espaciales?

La FFE era una especie de «sindicato» de las compañías espaciales privadas. Representaba a los contratistas aeroespaciales, empresarios, capitalistas intrépidos... cualquier entidad privada que deseara subir al espacio. Tendían a mostrarse críticos con la NASA, argumentando que el programa espacial de Estados Unidos empleaba prácticas empresariales injustas para impedir que las compañías privadas enviaran misiones al espacio.

—La FFE —dijo Tench— representa en este momento a más de cien grandes corporaciones, algunas de ellas empresas muy ricas que esperan ansiosas ver ratificada el Acta de Promociones para la Comercialización del Espacio.

Gabrielle se paró a pensarlo. Por razones obvias, la FFE era un defensor ruidoso de la campaña de Sexton, aunque el senador se había preocupado de no acercarse demasiado a sus miembros debido a sus controvertidas tácticas de grupo. Recientemente, la FFE había publicado un discurso explosivo afirmando que la NASA era de hecho un «monopolio ilegal» cuya habilidad para operar generando pérdidas y seguir funcionando representaba una competencia desleal para las empresas privadas. Según la FFE, siempre que la AT&T necesitaba que se lanzara un satélite de telecomunicaciones, varias compañías espaciales privadas se ofrecían a llevar a cabo el trabajo por un precio razonable de cincuenta millones de dólares. Desgraciadamente, la NASA siempre intervenía y se ofrecía a lanzar los satélites de la AT&T por sólo quince millones, ¡incluso a pesar de que la NASA invertía en ello cinco veces más! Los abogados de la FFE denunciaban que «operar en régimen de pérdidas es uno de los métodos que emplea la NASA para seguir manteniendo el control del espacio. Y que los norteamericanos se ven obligados a pagar esa política con sus impuestos».

—Esta foto revela que su candidato mantiene reuniones secretas con una organización que representa a empresas espaciales privadas —dijo Tench, señalando otros documentos que había sobre la mesa—. También tenemos en nuestras manos memorandos internos de la FFE en los que se solicita que se reúnan grandes sumas de dinero que deberán ser aportadas por las empresas miembros de la FFE —en cantidades proporcionales a su valor neto— y transferidas a cuentas controladas por el senador Sexton. En efecto, estas agencias espaciales privadas están contribuyendo a llevar a Sexton a la Casa Blanca. No puedo sino suponer que el senador ha accedido a aprobar el proyecto de ley de comercialización y privatizar la NASA si es elegido.

Gabrielle miró el montón de papeles, recelosa.

—¿Espera que me crea que la Casa Blanca tiene pruebas que demuestran que su adversario está implicado en una financiación de campaña totalmente ilegal y que, por alguna razón, lo están manteniendo en secreto?

—¿Qué pensaría usted?

Gabrielle clavó en ella una mirada glacial.

—Francamente, y teniendo en cuenta sus dotes para la manipulación, me parece más lógico pensar que me acosa con documentos y fotos falsos creados por algún audaz funcionario de la Casa Blanca con su ordenador personal.

—Admito que es una posibilidad. Aunque no sea el caso.

—¿No? Entonces, ¿cómo han conseguido todos estos documentos internos de las corporaciones? Los recursos necesarios para robar todas estas pruebas de tantas compañías sin duda exceden las posibilidades de la Casa Blanca.

—Tiene usted razón. Esta información llegó hasta aquí como un regalo no solicitado.

Gabrielle estaba totalmente confundida.

—Oh, sí —dijo Tench—. Recibimos muchos regalos de este tipo. El Presidente tiene muchos y poderosos aliados políticos a los que les gustaría que siguiera ocupando su despacho. Recuerde que su candidato está sugiriendo recortes por doquier, y muchos de ellos aquí mismo, en Washington. Sin duda el senador Sexton no tiene muchos escrúpulos a la hora de citar el inflado presupuesto del FBI como ejemplo del gasto excesivo del gobierno. También ha lanzado unos cuantos ataques contra el IRS. Puede que alguien del FBI o del IRS se haya molestado un poco.

Gabrielle comprendió el mensaje implícito en las palabras de Tench. La gente del FBI y del IRS tenían formas de conseguir ese tipo de información. Podían luego enviarla a la Casa Blanca en calidad de favor no solicitado para ayudar a la elección del Presidente. Pero lo que ella no era capaz de creer era que el senador Sexton fuera capaz de implicarse en algún modo de financiación ilegal de la campaña.

—Si estos datos son exactos —la retó Gabrielle—, cosa que pongo en duda, ¿por qué no los han hecho públicos?

—¿Por qué cree usted?

—Porque han sido conseguidos de forma ilegal.

—En realidad no importa cómo los hayamos obtenido.

—Ya lo creo que importa. Resultaría inadmisible ante los tribunales.

—¿Qué tribunales? Simplemente nos limitaríamos a filtrar la noticia a un periódico, que la publicaría como una historia basada en fuentes creíbles con fotos y documentación. Sexton sería culpable hasta que probara su inocencia. Su proclamada postura anti-NASA constituiría una prueba más que definitiva de que está aceptando sobornos.

Gabrielle sabía que era cierto.

—Bien —dijo, retadora—. Entonces, ¿por qué no han filtrado la información?

—Porque es una maniobra negativa. El Presidente prometió no caer en maniobras negativas durante la campaña y quiere mantener esa promesa hasta que pueda.

«¡Ya, seguro!»

—¿Me está diciendo que el Presidente es tan honrado que se niega a hacer pública esta información porque podría ser considerada por la gente una maniobra negativa?

—Lo es para el país. Implica a docenas de empresas privadas, muchas de las cuales están formadas por gente honesta. Deshonra al Senado de Estados Unidos y es pernicioso para la moral del país. Los políticos fraudulentos perjudican a todos los políticos. Los norteamericanos necesitan confiar en sus líderes. Esto traería consigo una fea investigación y probablemente terminaría con un senador de Estados Unidos y numerosos ejecutivos prominentes del sector aeroespacial en la cárcel.

A pesar de que la lógica de Tench tenía sentido, Gabrielle seguía poniendo en duda sus alegaciones.

—¿Qué tiene esto que ver conmigo?

—Simplificando, señorita Ashe: si hacemos públicos estos documentos, su candidato será acusado de financiación de campaña ilegal, perderá su asiento en el Senado y pasará un tiempo entre rejas —declaró Tench, antes de hacer una breve pausa—. A menos que...

Gabrielle percibió un destello serpentino en los ojos de la asesora principal.

—¿A menos que...?

Tench le dio una larga calada al cigarrillo.

—A menos que decida ayudarnos a evitarlo.

Un ominoso silencio cayó sobre la sala.

Tench soltó una tos áspera.

—Escuche, Gabrielle. He decidido compartir con usted esta desafortunada información por tres razones. Primero, para demostrarle que Zach Herney es un hombre decente que antepone el buen estado del gobierno a su beneficio personal. Segundo, para informarle de que su candidato no es tan fiable como puede usted creer. Y tercero, para convencerla de que acepte la oferta que estoy a punto de hacerle.

—¿Y esa oferta es?

—Me gustaría ofrecerle la oportunidad de hacer lo correcto. De actuar como una buena patriota. Sea o no consciente de ello, goza usted de una posición única para ahorrar a Washington un desagradable escándalo. Si hace lo que estoy a punto de pedirle, quizá se haga acreedora a un puesto en el equipo del Presidente.

«¿Un puesto en el equipo del Presidente?» Gabrielle no daba crédito.

—Señora Tench, al margen de lo que tenga en mente, no llevo bien que me chantajeen, que me coaccionen ni que se dirijan a mí con condescendencia. Trabajo para la campaña del senador porque creo en su proyecto político. ¡Y si esto es una muestra de la manera en que Zach Herney ejerce su influencia, no tengo el menor interés en que me asocien con él! Si tiene usted algo contra el senador Sexton, le sugiero que lo filtre a la prensa. Francamente, todo esto me parece vergonzoso.

Tench soltó un suspiro aburrido.

—Gabrielle, la financiación ilegal de su candidato es un hecho. Lo siento. Sé que confía en él —añadió, bajando la voz—. Mire, se trata de lo siguiente: el Presidente y yo haremos público el asunto de la financiación si tenemos que hacerlo, pero se pondrá feo a gran escala. Este escándalo implica el incumplimiento de la ley por parte de algunas de las corporaciones más importantes de Estados Unidos. Muchos inocentes pagarán por ello. —Tench dio una larga calada al cigarrillo y soltó el humo—. Lo que el Presidente y yo esperábamos era... otra forma de desacreditar la ética del senador. Una forma más contenida... que no perjudique a las partes inocentes —añadió, apagando el cigarrillo y entrecruzando las manos—. En resumen, nos gustaría que admitiera públicamente haber tenido un affair con el senador.

El cuerpo de Gabrielle se puso rígido. Tench parecía totalmente segura de sí misma. «Imposible», se dijo. No había pruebas. El sexo había tenido lugar en una sola ocasión, tras las puertas bien cerradas en la oficina de Sexton. «Tench no tiene nada. Es un farol». Gabrielle se esforzó lo indecible por no variar su tono de voz.

—Supone usted mucho, señora Tench.

__¿A qué se refiere? ¿A qué ha tenido un affair o a que abandonaría a su candidato?

—A ambas cosas. . Tench esbozó una breve sonrisa y se levantó.

—Bueno, dejemos descansar uno de esos hechos por ahora, ¿le parece? —dijo, yendo de nuevo hasta la caja de fuerte empotrada en la pared y volviendo con un gran sobre rojo. Llevaba el sello de la Casa Blanca. Lo abrió, le dio la vuelta y esparció el contenido sobre el escritorio ante los ojos de Gabrielle.

En el momento en que docenas de fotografías se desparramaban sobre el escritorio, Gabrielle vio cómo toda su carrera se hacía añicos ante sus ojos.