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Rachel Sexton aún estaba furiosa mientras conducía su Integra blanco por Leesburg Highway. Los arces sin hojas de las colinas de Falls Church se elevaban desnudos contra un claro cielo de marzo, aunque la pacífica escena poco hizo por calmar su ira. La reciente ventaja de su padre en los sondeos de intención de voto le había dotado de una pizca de confiada elegancia y, sin embargo, parecía alimentar sólo su presunción.

El fraude de aquel hombre resultaba doblemente doloroso porque Sexton era el único familiar cercano que le quedaba a Rachel. Su madre había muerto hacía tres años. Su pérdida había sido devastadora y las cicatrices emocionales que había dejado en ella todavía le laceraban el corazón. El único consuelo que le quedaba era saber que la muerte de su madre, con irónica compasión, la había liberado de una profunda desesperación causada por su desgraciado matrimonio con el senador.

El busca de Rachel sonó otra vez y volvió a concentrarse en la carretera que se extendía ante ella. El mensaje entrante era el mismo.


«PRST DIRONRINMEDTTE»


«Preséntese ante el director de la ONR inmediatamente». Rachel suspiró. «Ya voy, por el amor de Dios».

Presa de una creciente ansiedad, se dirigió a su salida habitual, giró hasta desembocar en la carretera de acceso privado y se detuvo ante la garita del centinela, que estaba armado hasta los dientes. Se encontraba a las puertas de Leesburg Highway 14.225, una de las direcciones más inaccesibles del país.

Mientras el guardia comprobaba que no hubiera micrófonos en el coche, Rachel miró el mastodóntico edificio que se elevaba en la distancia. El complejo ocupaba casi cien mil metros cuadrados y se elevaba majestuoso sobre unas veintiocho hectáreas de bosque en pleno Fairfax, Virginia, justo a las afueras de Washington D. C. La fachada del edificio era un bastión de cristal en el que se reflejaba toda una amalgama de antenas de satélites, parabólicas y transmisores de

radio enclavados en los terrenos adyacentes, doblando así su asombroso número.

Dos minutos más tarde, había aparcado y cruzaba el pulcro jardín que llevaba a la entrada principal, donde una placa de granito labrada rezaba:

OFICINA NACIONAL DE RECONOCIMIENTO (ONR)


Los dos Marines armados que flanqueaban la puerta giratoria blindada mantuvieron la vista al frente mientras Rachel pasaba entre ellos. Tuvo la misma sensación de congoja que siempre sentía cuando franqueaba esas puertas... la de estar metiéndose en la panza de un gigante dormido.

Dentro del vestíbulo abovedado, percibió los leves ecos de conversaciones amortiguadas a su alrededor, como si las palabras fueran filtrándose desde las oficinas situadas sobre su cabeza. Un enorme mosaico de baldosines proclamaba la directriz de la ONR:

CONTRIBUIR A LA SUPERIORIDAD DE INFORMACIÓN GLOBAL DE ESTADOS UNIDOS EN LA PAZ Y EN LA GUERRA


Las paredes estaban forradas de enormes fotografías: lanzamientos de cohetes, submarinos recién botados, instalaciones de intercepción... destacados logros que sólo podían celebrarse dentro de esos muros.

Como siempre, Rachel sentía que los problemas del mundo exterior iban desdibujándose tras ella. Estaba entrando en el mundo de las sombras, un mundo en el que los problemas irrumpían entre estallidos como trenes de carga y en el que las soluciones se encontraban con apenas un susurro.

A medida que se aproximaba al último punto de control, Rachel se preguntaba qué tipo de problema habría provocado que el busca le hubiera sonado dos veces en los últimos treinta minutos.

—Buenos días, señorita Sexton.

El guarda sonrió al verla acercarse al marco de acero.

Rachel le sonrió a su vez mientras él le tendía una diminuta muestra de algodón.

—Ya conoce las instrucciones.

Rachel cogió la muestra herméticamente cerrada y le quitó el envoltorio de plástico. Luego se la metió en la boca como si se tratara de un termómetro. La mantuvo debajo de la lengua durante dos segundos. A continuación, inclinándose hacia delante, permitió que el guarda se la quitara y la insertara en la ranura de una máquina que tenía a su espalda. La máquina tardó cuatro segundos en confirmar las secuencias del ADN de la saliva de Rachel. Luego un monitor parpadeó, mostrando la foto y la acreditación de seguridad de Rachel.

El guarda le guiñó el ojo.

—Al parecer sigue siendo usted. —Extrajo la muestra usada de la máquina y la dejó caer por una abertura, donde se incineró al instante—. Que tenga un buen día. —Pulsó un botón y las enormes puertas de acero se abrieron.

Mientras Rachel accedía al entramado de bulliciosos pasillos al otro lado de la puerta, le impresionó darse cuenta de que a pesar de los seis años que llevaba ya trabajando allí, todavía se sentía intimidada por el colosal alcance de aquella maquinaría. La agencia incluía otras seis instalaciones en Estados Unidos, daba trabajo a diez mil agentes y sus costes operativos superaban los diez mil millones de dólares anuales.

Bajo el más absoluto secreto, la ONR construía y mantenía un increíble arsenal de tecnologías de espionaje de última generación. Interceptores electrónicos mundiales, satélites espías, silenciosos chips repetidores incorporados a productos de telecomunicaciones, incluso una red global de reconocimiento naval conocida como Classic wizard, una red secreta de mil cuatrocientos cincuenta y seis hidrófonos instalados sobre fondos marinos por todo el mundo, capaces de controlar los movimientos de los barcos en cualquier punto del globo.

Las tecnologías de la ONR no sólo ayudaban a Estados Unidos a ganar cualquier conflicto militar, sino que proporcionaban una infinita fuente de datos en tiempos de paz a agencias como la CIA, la NASA y el Departamento de Defensa, ayudándoles así a combatir el terrorismo, a localizar delitos contra el medio ambiente y a dar a los políticos los datos necesarios para tomar las decisiones más oportunas sobre un enorme abanico de temas.

Rachel trabajaba allí en calidad de «resumidora». El «Gisting», o sistema de resumen de datos, consistía en analizar complejos informes y destilar su esencia o «gist» hasta reducirla a un conciso y breve informe de una sola página. Rachel había dado claras muestras de estar especialmente dotada para este trabajo. «Gracias a todos los años que he tenido que pasar interpretando las estupideces de mi padre», pensaba.

Ahora Rachel ocupaba un puesto de honor entre los «resumidores» de la ONR. Era el enlace entre la comunidad de inteligencia y la Casa Blanca: la responsable de repasar los informes diarios de inteligencia de la ONR y decidir qué historias eran relevantes para el Presidente, destilando dichos informes hasta reducirlos a breves notas de una sola página y enviando después el material resumido al Consejero de Seguridad Nacional del Presidente. En la jerga propia de la ONR, Rachel Sexton «manufacturaba un producto terminado y se encargaba de atender al cliente».

A pesar de que era un trabajo difícil y de que requería muchas horas, el puesto era para Rachel todo un honor, una forma de reafirmarse en su independencia con respecto a su padre. El senador Sexton se había ofrecido innumerables veces a mantener a Rachel si se decidía a dejar su empleo, pero ella no tenía la menor intención de quedar económicamente a expensas de un hombre como Sedgewick Sexton. Su madre había sido un ejemplo perfecto de lo que podía ocurrir cuando un individuo como aquel tenía demasiadas cartas en la mano.

El sonido del busca de Rachel resonó en el vestíbulo de mármol.

«¿Otra vez?» Ni siquiera se tomó la molestia de leer el mensaje.

Preguntándose qué demonios ocurría, entró en el ascensor, pasó de largo por su propia planta y subió directamente hasta la última.