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A doscientos cuarenta kilómetros del Goya, Gabrielle Ashe tenía la mirada fija en la pantalla del ordenador del senador Sexton, muda de asombro. Sus sospechas no habían hecho sino confirmarse.
Aunque jamás hubiera imaginado hasta qué punto.
Tenía ante sus ojos copias escaneadas de docenas de cheques bancarios que Sexton había recibido de compañías espaciales privadas y que había depositado en cuentas secretas en las Islas Caimán. El cheque de menor cantidad que Gabrielle veía era por una cantidad de quince mil dólares. Había varios que superaban los quinientos mil.
«Nimiedades», le había dicho Sexton. «Ninguno de los donativos supera los dos mil dólares».
Sin duda Sexton había estado mintiendo desde el principio. Gabrielle tenía ante sus ojos pruebas concluyentes de una actividad a gran escala de financiación de campaña ilegal. Se vio presa de un fuerte sentimiento de traición y de desilusión. «Me ha mentido».
Se sentía estúpida. También sucia. Pero sobre todo estaba furiosa.
Se quedó sentada sola en la oscuridad, consciente en ese momento de que no tenía la menor idea de lo que iba a hacer a continuación.