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Norah Mangor seguía arrodillada en el hielo cuando un desconcertado Michael Tolland le quitó de sus temblorosas manos la copia impresa emitida por el Radar de Penetración en Tierra. Conmocionado después de haber visto el cuerpo flotando de Ming, intentó ordenar sus ideas y descifrar la imagen que tenía delante.
Vio el corte transversal de la fosa del meteorito descendiendo desde la superficie hasta una profundidad de sesenta metros en el hielo. Vio el cuerpo de Ming flotando. Entonces, los ojos de Tolland se desplazaron aún más abajo y notó que faltaba algo. Directamente debajo de la fosa de extracción, una oscura columna de hielo marino se extendía hacia abajo, hasta el océano abierto. El pilar vertical de agua salada era inmenso; tenía el mismo diámetro que la fosa.
—¡Dios mío! —gritó Rachel, mirando por encima del hombro de él—. ¡Es como si la fosa del meteorito atravesara toda la plataforma de hielo hasta salir al océano!
Tolland estaba paralizado. Su cerebro se negaba a admitir lo que, como ya sabía, era la única explicación lógica. Corky parecía igualmente alarmado.
—¡Alguien ha perforado la plataforma desde abajo! —gritó Norah con los ojos enloquecidos de rabia—. ¡Alguien ha colocado intencionadamente esa roca debajo del hielo!
Aunque el idealista que había en Tolland deseaba rechazar las palabras de Norah, el científico que llevaba dentro sabía que la glacióloga podía estar perfectamente en lo cierto. La Plataforma de Hielo Milne flotaba en el océano, dejando espacio suficiente para un sumergible. Y es que, como todo pesaba mucho menos bajo el agua, incluso un pequeño sumergible no mucho mayor que el Tritón monoplaza que Tolland utilizaba para sus investigaciones podría haber transportado fácilmente el meteorito en sus brazos de carga. El submarino podría haberse aproximado desde el océano, haberse sumergido bajo la plataforma de hielo y haber perforado después el hielo hacia la superficie. Luego podría haber utilizado un brazo de carga extensible o globos inflables para empujar el meteorito hasta la fosa. Una vez que el meteorito estuviera en su sitio, el agua oceánica que había subido a la fosa tras el meteorito empezaría a congelarse. Tan pronto como la fosa se hubiera cerrado lo bastante como para sostener el meteorito en su lugar, el submarino podría recoger el brazo y desaparecer, dejando que la Madre Naturaleza sellara el resto del túnel y borrara así todo rastro del engaño.
—Pero ¿por qué? —preguntó Rachel, quitándole la copia impresa a Tolland y estudiándola con atención—. ¿Por qué iba alguien a hacer algo así? ¿Está segura de que su RPT funciona correctamente?
—¡Por supuesto que estoy segura! ¡Y la copia impresa explica perfectamente la presencia de las bacterias fosforescentes en el agua!
Tolland no tenía más opción que admitir que la lógica de Norah era escalofriantemente razonable. Las dinoflageladas fosforescentes habrían seguido su instinto y habrían ascendido nadando hasta la fosa del meteorito, quedando atrapadas justo debajo del meteorito y congelándose con el hielo. Posteriormente, cuando Norah calentó el meteorito, el hielo que estaba directamente debajo se habría derretido, liberando el plancton. De nuevo el plancton habría vuelto a subir, esta vez alcanzando la superficie dentro del habisferio, donde terminaría muriendo por falta de agua salada.
—¡Esto es una locura! —gritó Corky—. La NASA tiene un meteorito que contiene fósiles extraterrestres. ¿Por qué iba a importarles dónde se ha encontrado? ¿Por qué iban a tomarse la molestia de enterrarlo bajo una plataforma de hielo?
—Quién sabe —contraatacó Norah—, pero las copias impresas del RPT no mienten. Nos han engañado. Ese meteorito no forma parte del Jungersol. Ha sido insertado en el hielo recientemente. ¡Durante este último año, o de lo contrario el plancton estaría ya muerto! añadió, empezando a cargar el equipo del RPT en el trineo y asegurándolo bien a la plataforma—. ¡Tenemos que volver y contárselo a alguien! El Presidente está a punto de hacer públicos un montón de datos erróneos! ¡La NASA le ha engañado!
—¡Espere un minuto! —gritó Rachel—. Deberíamos al menos llevar a cabo una segunda prospección para asegurarnos. Nada de esto tiene sentido. ¿Quién se lo va a creer?
—Todo el mundo —dijo Norah, preparando el trineo—. ¡En el momento en que entre en el habisferio y extraiga otra muestra del fondo de la fosa del meteorito y se compruebe que el hielo contiene agua salada, le garantizo que todo el mundo lo creerá!
Norah quitó los frenos del trineo que transportaba el equipo, lo redirigió hacia el habisferio y emprendió la marcha cuesta arriba, clavando los crampones en el hielo y tirando del trineo tras ella con sorprendente facilidad. Era una mujer con una misión.
—¡Vamos! —gritó Norah, tirando del grupo unido por cuerdas mientras se dirigía hacia el perímetro del círculo iluminado—. No sé qué es lo que la NASA está tramando aquí, pero desde luego no me hace ninguna gracia que me utilicen como peón para su...
El cuello de Norah Mangor se dobló hacia atrás como si una fuerza invisible acabara de golpearle en la frente. Soltó un jadeo gutural de dolor, vaciló y cayó de espaldas al hielo. Casi inmediatamente, Corky soltó un grito y giró sobre sí mismo como si algo hubiera impactado contra su hombro, empujándolo hacia atrás. Cayó sobre el hielo, retorciéndose de dolor.
En ese momento, Rachel se olvidó por completo de la copia impresa que tenía en la mano, de Ming, del meteorito y del extraño túnel excavado bajo el hielo. Acababa de notar cómo un pequeño proyectil le rozaba la oreja, casi clavándosele en la sien. Instintivamente, cayó de rodillas, tirando a Tolland al suelo junto a ella. —¿Qué ocurre? —gritó éste.
A Rachel sólo se le ocurría pensar en una granizada —bolas de hielo impulsadas por el viento desde el glaciar—, aunque, a juzgar por la fuerza con la que Norah y Corky acababan de ser golpeados sabía que el granizo tendría que haberse desplazado a cientos de kilómetros por hora. Misteriosamente, la repentina ráfaga de objetos del tamaño de una canica parecía ahora concentrarse en ella y en Tolland, cayendo a su alrededor y arrancando esquirlas de hielo al impactar contra el suelo. Rachel se tumbó boca abajo, clavó las púas delanteras de sus crampones en el hielo y se lanzó hacia el único refugio que tenía a mano. El trineo. Un instante después, Tolland gateaba y buscaba cobijo junto a ella.
Tolland miró a Norah y a Corky, que seguían totalmente desprotegidos sobre el hielo.
—¡Tire de ellos! —gritó, mientras cogía la cuerda e intentaba tirar de ella.
Pero la cuerda estaba enrollada alrededor del trineo.
Rachel se metió la copia impresa en el bolsillo de velero de su traje Mark IX y gateó hacia el trineo, intentando desenrollar la cuerda de las cuchillas del trineo. Tolland estaba junto a ella.
De repente las piedras de granizo cayeron en ráfaga sobre el trineo, como si la Madre Naturaleza hubiera abandonado a Corky y a Norah y apuntara directamente a ellos dos. Uno de los proyectiles se estampó contra la parte superior de la lona del trineo, encastándose parcialmente para luego salir rebotado y aterrizar en la manga del traje de Rachel.
Cuando Rachel lo vio, se quedó helada. En un solo instante, la perplejidad que había estado sintiendo se transformó en terror. Aquel «granizo» era de fabricación humana. La bola de hielo que ahora tenía en la manga era un esferoide de forma perfecta y del tamaño de una gran cereza. Su superficie estaba pulida y era de una suavidad sólo interrumpida por una costura lineal que rodeaba la circunferencia, como la bala de acero de un anticuado mosquete, fabricada a presión. Los proyectiles globulares eran, sin duda, de fabricación humana.
«Balas de hielo...»
Gracias a su acreditación militar, Rachel estaba al corriente del nuevo armamento experimental «MI»: fusiles de nieve que compactaban nieve, formando con ella balas de hielo; fusiles del desierto que derretían la arena hasta formar con ella proyectiles de cristal; armas de fuego que lanzaban pulsos de agua líquida con tanta fuerza que podían romper huesos. El armamento conocido como Municiones Improvisadas tenía una enorme ventaja sobre las armas convencionales porque utilizaba los recursos disponibles y permitía manufacturar literalmente municiones en el acto, proporcionando así a los soldados munición ilimitada sin la necesidad de tener que transportar las pesadas balas convencionales. Rachel sabía que las balas de hielo que ahora les lanzaban eran comprimidas a partir de nieve introducida en la culata del fusil.
Como era habitual en el ámbito de la inteligencia, cuanto más sabía uno, más espantosa se volvía una situación. Y aquel momento no era una excepción. Rachel habría preferido mantenerse en la felicidad de la ignorancia, pero sus conocimientos de armamento MI la llevaron de inmediato a una única y escalofriante conclusión: estaban siendo atacados por algún tipo de fuerzas de Operaciones Especiales de Estados Unidos, las únicas del país con permiso para utilizar esas armas MI en campaña.
La presencia de una unidad de operaciones militares oculta le reveló una segunda verdad aún más aterradora: la probabilidad de sobrevivir a ese ataque era casi nula.
La horrible idea fue interrumpida de golpe cuando una de las balas de hielo encontró un claro y atravesó chillando la pared del equipo técnico que reposaba sobre el trineo, impactando contra su estómago. Incluso a pesar del relleno de su traje Mark IX, Rachel sintió como si un boxeador profesional acabara de propinarle un buen gancho en el estómago. Se le nubló la vista y se inclinó hacia atrás, agarrándose al equipo del trineo para no perder el equilibrio. Michael Tolland soltó la cuerda que le unía a Norah y se lanzó a sujetar a Rachel, pero llegó demasiado tarde. Rachel se desplomó, llevándose con ella buena parte del equipo. Tolland y ella cayeron al hielo entre un montón de aparatos electrónicos.
—Son... balas... —jadeó Rachel, que momentáneamente se había quedado sin aire en los pulmones—.¡Corra!