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Como muchos de sus predecesores en el cargo, Zach Herney sobrevivía durmiendo cuatro o cinco horas cada noche. Durante las últimas semanas, sin embargo, había sobrevivido durmiendo aún mucho menos. A medida que la excitación causada por los acontecimientos de la noche empezó lentamente a menguar, Herney notó que sus extremidades acusaban lo avanzado de la hora.
Junto con los miembros de más alto rango de su equipo, en esos momentos disfrutaba en el Salón Roosevelt de una celebración a base de champán, viendo el interminable circuito de repeticiones de la rueda de prensa, los extractos del documental de Tolland y las sesudas recapitulaciones de la televisión por cable. En ese preciso instante, aparecía en pantalla de píe delante de la Casa Blanca y con un micrófono en la mano, una eufórica presentadora de la cadena.
«Más allá de las increíbles repercusiones para la humanidad como especie —anunció—, este descubrimiento de la NASA conlleva algunas claras repercusiones políticas aquí en Washington. El hallazgo de estos fósiles meteóricos no podría haber llegado en mejor momento para el acosado Presidente —y añadió con voz esta vez más sombría—: ni en peor para el senador Sexton».
La transmisión dejó paso de nuevo al infame debate celebrado en la CNN horas antes, ese mismo día.
«Después de treinta y cinco años —declaró Sexton—, creo que resulta más que obvio que no vamos a encontrar vida extraterrestre».
«¿Y si se equivoca?» —respondió Marjorie Tench.
Sexton puso los ojos en blanco.
«Oh, por el amor de Dios, señora Tench. Si me equivoco, me como el sombrero».
Todos los presentes en el Salón Roosevelt se rieron. Retrospectivamente, el acorralamiento al que Tench había sometido al senador podría haber resultado cruel y excesivo, y sin embargo el público no pareció darse cuenta. El tono altanero de la respuesta del senador era tan pagado de sí que Sexton parecía estar recibiendo exactamente lo que se merecía.
El Presidente recorrió el salón con la mirada en busca de Tench No la había visto desde la rueda de prensa y no estaba allí ahora. «Qué raro», pensó. «Esta celebración es tan suya como mía».
El informe televisivo tocaba ya a su fin, aunque volvió una vez más a subrayar el salto político hacia delante que había experimentado la Casa Blanca y el desastroso resbalón del senador Sexton.
«Hay qué ver lo que pueden cambiar las cosas en un día», pensó el Presidente. «En política, el mundo puede cambiar en un instante».
No tardaría ni siquiera unas horas en darse cuenta de lo ciertas que podían ser esas palabras.