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Rachel Sexton sintió un creciente escalofrío mientras descendía por la plataforma de hielo e iba sumergiéndose en la noche cerrada. En su mente se arremolinaban inquietantes imágenes: el meteorito, el plancton fosforescente, las implicaciones que podían resultar si Norah Mangor había cometido un error con las pruebas de hielo.

«Una matriz sólida de agua dulce», había argumentado Norah, recordándoles que había extraído muestras en toda la zona, además de las que había tomado directamente sobre el meteorito. Si el glaciar contenía intersticios de agua salada llenos de plancton, ella los habría visto. ¿O no? No obstante, la intuición de Rachel no dejaba de volver a la solución más simple.

«Hay plancton congelado en el glaciar».

Diez minutos y cuatro bengalas más tarde, Rachel y los demás estaban aproximadamente a doscientos cincuenta metros del habisferio. Sin previo aviso, Norah se detuvo de golpe.

—Aquí —dijo con voz de adivina buscadora de agua que hubiera intuido místicamente el lugar idóneo para perforar un pozo.

Rachel se giró a mirar la leve cuesta que se alzaba tras ellos. Hacía rato que el habisferio había desaparecido en la noche oscura iluminada por la luz de la luna, pero la línea de bengalas era claramente visible. La más alejada parpadeaba tranquilizadoramente como una estrella lejana. Las bengalas dibujaban una línea recta perfecta, como una rampa cuidadosamente calculada. Rachel estaba impresionada con las habilidades de Norah.

—Otra razón por la que dejamos que el trineo vaya por delante gritó Norah cuando vio a Rachel mirando la línea de bengalas—. Las cuchillas son rectas. Si dejamos que la gravedad conduzca el trineo y no interferimos, tenemos garantizado avanzar en línea recta.

—Buen truco —gritó Tolland—. Ojalá hubiera algo así para poderlo utilizar en alta mar.

«Esto es mar abierto», pensó Rachel, imaginando el océano que tenían debajo. Durante una décima de segundo, la llama más distante captó su atención. Había desaparecido, como si la luz hubiera quedado bloqueada por una figura que acabara de pasar por delante. Sin embargo, un instante después, volvió a aparecer. Rachel fue presa de una repentina inquietud.

—Norah —gritó por encima del viento—, ¿has dicho que por aquí hay osos polares?

La glacióloga estaba preparando una última bengala y, o bien no la oyó, o bien simplemente la ignoró.

—Los osos polares comen focas —gritó Tolland. Sólo atacan a los humanos cuando éstos invaden su espacio.

—Pero estamos en zona de osos polares, ¿no? —preguntó Rachel, que nunca se acordaba de cuál era el polo en el que vivían los osos y cuál el de los pingüinos.

—Sí —gritó Tolland—. De hecho, los osos polares son los que dan su nombre al Ártico. Artkos es oso en griego.

«Genial». Rachel miró nerviosa a la oscuridad.

—No hay osos polares en la Antártida —dijo Tolland—. Por eso recibió el nombre de Anti-arktos.

—Gracias, Mike —gritó Rachel—. Basta de hablar de osos polares.

Tolland se rió.

—De acuerdo. Lo siento.

Norah hincó una última bengala en la nieve. Como había sucedido anteriormente, los cuatro quedaron envueltos en un resplandor rojizo, hinchados dentro de sus trajes negros impermeables. Más allá del círculo de luz que manaba de la bengala, el resto del mundo se volvió totalmente invisible, transformado ahora en un velo circular de oscuridad a su alrededor.

Mientras Rachel y los demás la miraban, Norah plantó los pies y empezó a tirar del trineo varios metros cuesta arriba hasta donde estaba situado el grupo. Luego, manteniendo la cuerda tensa, se agachó y activó manualmente los frenos del trineo: cuatro púas angulares que se clavaban en el hielo para inmovilizarlo. Una vez realizada la operación, se incorporó y se aflojó la cuerda que le rodeaba la cintura.

—Muy bien —gritó—. Hora de ponerse manos a la obra.

La glacióloga rodeó el trineo hasta llegar al extremo situado a favor del viento y empezó a soltar los ojetes de mariposa que sostenían la lona protectora sobre el equipo. Rachel, que tenía la sensación de haber sido un poco dura con Norah, se acercó para ayudar a desatar la parte trasera de la lona.

—¡No, por Dios! —gritó Norah, levantando bruscamente la cabeza—. Ni se le ocurra hacer eso.

Rachel retrocedió, confusa.

—¡Nunca desate la parte colocada contra el viento! —dijo Norah—. ¡Creará una bolsa de viento! El trineo habría despegado como un paraguas en un túnel de viento!

Rachel se retiró.

—Lo siento. Yo...

Norah le clavó una mirada glacial.

—Ni el niñato espacial ni usted tendrían que estar aquí.

«Ninguno de los cuatro tendría que estar aquí», pensó Rachel.

«Aficionados», bufó por lo bajo Norah, maldiciendo la insistencia del director por enviar a Corky y a Sexton con ellos. «Estos payasos van a conseguir que alguien muera aquí fuera». Lo último que Norah deseaba en ese momento era tener que hacer de niñera.

—Mike —dijo—. Necesito ayuda para descargar el RPT.

Tolland la ayudó a desembalar el Radar de Penetración en Tierra y a colocarlo sobre el hielo. El instrumento era semejante a tres cuchillas quitanieves en miniatura que hubieran sido colocadas en paralelo a un marco de aluminio. El dispositivo no tenía más de un metro de longitud y estaba conectado por cables a un atenuador de corriente y a una batería situados en el trineo.

—¿Eso es un radar? —preguntó Corky, gritando por encima del viento.

Norah asintió en silencio. El Radar de Penetración en Tierra estaba mucho mejor equipado para captar el hielo salado que el EDOP. El transmisor del RPT enviaba pulsaciones de energía electromagnética a través del hielo, y las pulsaciones rebotaban de forma diferente desde las sustancias de distinta estructura de cristal. El agua dulce pura se congela formando un entramado plano y pedregoso. El agua salada, sin embargo, se congela formando un entramado más horquillado o engranado debido a su contenido en sodio, lo que a su vez provoca que las pulsaciones del RPT reboten erráticamente, disminuyendo considerablemente el número de pulsaciones.

Norah puso en marcha la máquina.

—Voy a tomar una especie de imagen del corte transversal por ecos de la lámina de hielo que rodea la fosa de extracción —gritó—. El software interno de la máquina nos dará un corte transversal del glaciar y luego lo imprimirá. Cualquier fragmento de hielo marino quedará registrado como una sombra.

—¿Lo imprimirá? —preguntó Tolland, sorprendido—. ¿Se puede imprimir aquí fuera?

Norah señaló un cable que salía del RPT hacia un aparato todavía protegido bajo la lona.

—Es la única alternativa. Las pantallas de ordenador gastan demasiada batería, que en estos casos es un bien demasiado valioso, de modo que los glaciólogos de campo imprimen los datos en impresoras por transferencia de calor. Los colores no aparecen brillantes, pero el toner de una impresora láser se apelmaza por debajo de veinte grados bajo cero. Lo aprendí en Alaska.

Norah les pidió a todos que se colocaran en la cara descendente del RPT mientras ella lo preparaba todo para alinear el transmisor de modo que explorara el área del agujero del meteorito, a casi tres campos de fútbol de distancia. Sin embargo, cuando miró hacia atrás a través de la oscuridad de la noche en dirección al lugar de donde habían llegado, no pudo ver nada.

—Mike, necesito alinear el transmisor del RPT con el punto de extracción del meteorito, pero esta bengala me ciega. Voy a subir por la pendiente hasta salir del radio de luz. Mantendré los brazos en línea con las bengalas y tú ajustarás la alineación con el RPT.

Tolland asintió, arrodillándose junto al dispositivo del radar.

Norah clavó los crampones en el hielo y se inclinó hacia delante contra el viento mientras subía por la pendiente hacia el habisferio. El katabático soplaba con mucha más fuerza de lo que había imaginado, y adivinó que se aproximaba una tormenta. No importaba. Habría terminado en cuestión de minutos. «Comprobarán que estoy en lo cierto». Avanzó veinte metros en dirección hacia el habisferio. Alcanzó el borde de la oscuridad justo cuando la cuerda de seguridad se tensó.

Volvió la mirada hacia lo alto del glaciar. A medida que sus ojos se adaptaban a la oscuridad, la línea de bengalas apareció lentamente a la vista a unos cuantos grados hacia su izquierda. Modificó su posición hasta quedar perfectamente alineada con ellas. Luego levantó los brazos como un compás, girando el cuerpo e indicando así el vector exacto.

—¡Ahora estoy en línea con ellas! —gritó.

Tolland ajustó el dispositivo del RPT y agitó los brazos.

—¡Preparado!

Norah miró por última vez la pendiente, agradecida al ver el sendero iluminado que llevaba al habisferio. Sin embargo, al mirar ocurrió algo extraño. Durante un instante, una de las bengalas más próximas desapareció por completo de su vista. Antes de que pudiera pensar que se estaba extinguiendo, la bengala reapareció. En otras circunstancias Norah habría creído que algo había pasado entre la bengala y ella. Obviamente, ahí fuera no había nadie más... a menos, por supuesto, que el director hubiera empezado a sentirse culpable y hubiera enviado a un equipo de la NASA tras ellos. Pero Norah lo dudaba. Decidió que probablemente no había sido nada. Una ráfaga de viento que había apagado la llama momentáneamente.

Regresó al RPT.

—¿Lo alineaste?

Tolland se encogió de hombros.

—Eso creo.

Norah fue hasta el dispositivo de control que seguía sobre el trineo y pulsó un botón. El RPT emitió un afilado zumbido que no tardó en extinguirse.

—Muy bien— dijo—. Ya está.

—¿Ya está? —dijo Corky.

Todo el trabajo está a punto. La toma en sí sólo tarda un segundo.

A bordo del trineo, la impresora por transferencia de calor ya habla empezado a zumbar y a chasquear. Estaba metida en una carcasa de plástico transparente y expulsaba lentamente un papel grueso y enrollado. Norah esperó a que el aparato terminara de imprimir, metió la mano en el plástico y cogió la copia impresa. «Ahora verán», pensaba mientras la acercaba a la bengala para que todos pudieran verla. «No habrá ni rastro de agua salada».

Todos se congregaron a su alrededor mientras Norah se quedó de pie junto a la bengala, agarrando firmemente la copia impresa con los guantes. Dio un profundo suspiro y desenrolló el papel para examinar los datos. Dio un paso atrás, horrorizada, en cuanto vio la imagen impresa en él.

—¡Oh, Dios! —exclamó sin apartar la mirada del papel, incapaz de creer lo que estaba viendo. Como era de esperar, la copia impresa revelaba un claro corte transversal de la fosa llena de agua que había contenido el meteorito. Pero lo que Norah jamás había esperado ver era el perfil difuso y grisáceo de una forma humanoide flotando en mitad de la fosa. La sangre se le heló—. Oh, Dios... hay un cuerpo en la fosa de extracción.

Todos se la quedaron mirando en silencio y perplejos.

El fantasmagórico cuerpo flotaba cabeza abajo en la estrecha fosa. Alrededor del cadáver se apreciaba una especie de capa ondulante como una espantosa aura parecida a un velo. Norah no tardó en descubrir lo que era aquel aura. El RPT había capturado un ligero trazo del pesado abrigo de la víctima, que sólo podía ser de un largo y tupido pelo de camello.

—Es... Ming —dijo en un susurro—. Debe de haber resbalado...

Norah Mangor nunca habría imaginado que ver el cuerpo de Ming en la fosa de extracción podía constituir la menor de las dos conmociones que la copia impresa iba a revelar, pero cuando sus ojos fueron descendiendo por la fosa, vio otra cosa.

«El hielo bajo la fosa de extracción...»

Clavó la mirada en la copia impresa. Lo primero que pensó fue que algo había fallado en la exploración. Luego, al estudiar la imagen más detenidamente, poco a poco, como la tormenta que se cernía sobre ellos, una inquietante verdad empezó a tomar forma en su cabeza. Los bordes del papel aleteaban enloquecidamente al viento cuando la glacióloga se giró y miró la copia impresa con mayor atención.

«Pero... ¡no es posible!»

De pronto, la verdad le cayó encima como un obús. Lo que acababa de ver parecía estar a punto de enterrarla. Se olvidó de Ming por completo.

Ahora lo entendía. «¡El agua salada de la fosa!» Cayó de rodillas en la nieve junto a la bengala. Apenas podía respirar. Con el papel agarrado entre las manos, empezó a temblar.

«Dios mío... ni siquiera se me había ocurrido».

Entonces, presa de una repentina erupción de rabia, giró la cabeza en dirección al habisferio de la NASA.

—¡Cabrones! —gritó al tiempo que su voz se perdía en el viento—, ¡Malditos cabrones!

En la oscuridad, a sólo cincuenta metros del grupo, Delta-Uno se llevó el dispositivo CrypTalk a la boca y sólo pronunció dos palabras a su controlador.

—Lo saben. .