70
Diseñada según una estructura similar ubicada en los Bell Laboratories, la «cámara muerta» del Charlotte era lo que formalmente se conocía como cámara anecóica: un espacio acústicamente limpio que no contenía superficies paralelas ni reflectantes y que absorbía el sonido con una eficacia del 99,4 por ciento. Gracias a la naturaleza acústicamente conductiva del metal y del agua, las conversaciones que tenían lugar a bordo de un submarino eran siempre vulnerables a la intercepción por escuchas cercanas o por micrófonos de succión parásita pegados al casco externo. La cámara muerta o insonorizada era un espacio diminuto situado dentro del submarino desde el que no podía escapar el menor sonido. Todas las conversaciones celebradas en el interior de esa caja aislada estaban totalmente protegidas.
La cámara tenía todo el aspecto de un vestidor cuyo techo, paredes y suelo hubieran sido completamente cubiertos por espiras de espuma que sobresalían hacia dentro desde todas direcciones. A Rachel le recordó a una sofocante cueva submarina en la que las estalagmitas hubieran enloquecido, formándose en cada una de sus superficies. Sin embargo, lo más inquietante era la aparente falta de suelo.
El suelo era una parrilla de hilo de alambre tenso y entrelazado colocado horizontalmente de una pared a otra de la cámara como una red de pescar, provocando en sus ocupantes la sensación de estar suspendidos a media altura de la pared. Cuando Rachel bajó los ojos y miró entre aquel enredado tapiz, se sintió como si estuviera cruzando un puente de cuerdas suspendido sobre un paisaje fragmentado. A un metro y medio por debajo de ella, un bosque de agujas de espuma apuntaban amenazadoras hacia arriba.
En cuanto entró en la cámara, sintió la desorientadora falta de vida en el aire, como si cada pequeña muestra de energía hubiera sido succionada de la habitación. Tenía la sensación de que le habían llenado los oídos de algodón. Sólo su propio aliento resultaba audible en su cabeza. Gritó y el efecto fue exacto al de hablarle a una almohada. Las paredes absorbían toda reverberación, de modo que las únicas vibraciones perceptibles eran las que notaba en la cabeza.
El capitán se marchó, cerrando al salir la puerta forrada. Rachel, Corky y Tolland estaban sentados en el centro de la habitación a una pequeña mesa en forma de U apoyada sobre unos largos soportes metálicos que descendían entre el entramado del suelo. Sobre la mesa había sujetos varios micrófonos curvos, auriculares y una videoconsola con una pequeña cámara encima. Parecía un mini simposio de las Naciones Unidas.
Debido a su trabajo en la comunidad de inteligencia de Estados Unidos, el primer fabricante mundial de micrófonos láser, escuchas parabólicas submarinas y otros dispositivos de escucha hipersensibles, Rachel era perfectamente consciente de que había muy pocos lugares en la Tierra donde fuera posible mantener una conversación realmente protegida. La cámara insonorizada era uno de ellos. Los micrófonos y los auriculares que había encima de la mesa permitían una «conferencia» cara a cara en la que cualquiera pudiera hablar libremente, sabiendo que las vibraciones de sus palabras no podían salir de la habitación. En cuanto sus voces penetraban en los micrófonos quedaban profusamente encriptadas antes de emprender su largo viaje a través del éter.
—Comprobando nivel.
La voz se materializó repentinamente dentro de los auriculares, haciendo dar un respingo a Rachel, Tolland y Corky.
—¿Me escucha, señorita Sexton?
Rachel se inclinó sobre el micrófono.
—Sí. Gracias.
«Quienquiera que sea».
—Tengo al director Pickering en la línea esperando a hablar con usted. Acepta la AV. Voy a desconectarme. Dispondrá usted de su emisión de datos enseguida.
Rachel oyó que la línea quedaba en silencio. Se oyó un lejano ronroneo de electricidad estática y luego una rápida serie de pitidos y de chasquidos en los auriculares. Con sorprendente claridad, la pantalla de vídeo que tenían delante se encendió y Rachel vio al director Pickering en la sala de conferencias de la ONR. Estaba solo. Levantó la cabeza de golpe y miró a Rachel a los ojos.
Rachel se sintió extrañamente aliviada al verle.
—Señorita Sexton —dijo el director con una expresión perpleja y preocupada—. ¿Qué diantre está ocurriendo?
—El meteorito, señor —dijo Rachel—. Me parece que tenemos un grave problema.