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«Pickering podía ser un problema», había dicho Tench.
El director Ekstrom estaba demasiado preocupado por esa nueva información para darse cuenta de que la tormenta que azotaba el exterior del habisferio caía ahora con mayor fuerza. El aullido de los cables era más agudo y el equipo de la NASA charlaba y se apiñaba en vez de acostarse. La mente de Ekstrom estaba perdida en una tormenta distinta: en la tempestad explosiva que se preparaba en Washington. En las últimas horas había tenido que lidiar con innumerables problemas. Sin embargo, ahora sólo uno cobraba muchísima más importancia que todos los demás juntos.
«Pickering podía ser un problema».
No había nadie en este mundo con quien Ekstrom deseara enfrentarse menos que con William Pickering. Pickering llevaba años acosando a la NASA y acosándole a él, intentando controlar la política de privacidad, ejerciendo presiones sobre la prioridad de distintas misiones y arengando contra el nivel cada vez más alto de fracasos de la agencia espacial.
Ekstrom sabía perfectamente que la animadversión que Pickering sentía hacia la NASA iba más allá de la reciente pérdida del SI-GINT, el satélite de la ONR, con un coste de mil millones de dólares, cuando explotó una plataforma de lanzamiento de la NASA, de los fallos de seguridad de la agencia espacial o de la batalla por el reclutamiento de personal aerospacial clave. Las quejas de Pickering contra la NASA eran un interminable drama de desilusión y de resentimiento.
El avión espacial X-33 de la NASA, que supuestamente debía ser el sustituto de la lanzadera, llevaba un retraso de cinco años, lo que significaba que docenas de programas de mantenimiento y de lanzamiento de los satélites de la ONR se habían relegado a una situación de espera o simplemente se habían descartado. Recientemente, la rabia de Pickering contra el X-33 había alcanzado cotas significativas cuando descubrió que la NASA había cancelado totalmente el proyecto, tragándose una pérdida estimada de novecientos millones de dólares.
Ekstrom llegó a su despacho, apartó la cortina y entró. Se sentó a la mesa y se llevó la cabeza a las manos. Tenía que tomar algunas decisiones. Lo que había empezado como un día maravilloso se estaba convirtiendo en una pesadilla que ahora se desenmarañaba a su alrededor. Intentó pensar como lo haría William Pickering. ¿Cuál sería su siguiente paso? Alguien con la inteligencia de Pickering tenía que darse cuenta de la importancia del descubrimiento de la NASA. Tenía que perdonar ciertas decisiones hechas en un estado de desesperación y ser capaz de ver el daño irreparable que resultaría de contaminar ese instante de triunfo.
¿Qué haría Pickering con la información que tenía? ¿Decidiría pasarla por alto o haría pagar a la NASA por sus faltas?
Ekstrom frunció el ceño. Tenía pocas dudas sobre lo que decidiría.
Después de todo, William Pickering tenía contenciosos más profundos con la NASA... una antigua animadversión personal que iba más allá de la política.