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Marjorie Tench sonreía mientras bajaba hacia la Oficina de Comunicaciones de la Casa Blanca, la instalación de transmisiones computerizadas que difundía las notas de prensa redactadas en el piso superior, en el Cuarto de Comunicaciones. La reunión con Gabrielle Ashe había ido bien. No tenía la certeza de que ésta estuviera lo suficientemente asustada para entregar una declaración firmada en la que admitiera el affair, pero sin duda había valido la pena.

«Gabrielle haría bien abandonándole», pensó Tench. «Esa pobre chica no tiene ni idea de lo dura que iba a ser la caída para Sexton».

En cuestión de horas, la meteórica rueda de prensa del Presidente iba a dejar a Sexton con el culo al aire. Eso estaba claro. Si cooperaba, Gabrielle Ashe se convertiría en el golpe de gracia que dejaría fuera de juego a Sexton. Por la mañana, Tench podría entregar la declaración jurada de Gabrielle a la prensa junto con las imágenes de Sexton negándolo todo.

Un golpe perfecto.

Al fin y al cabo, la política no consistía sólo en ganar unas elecciones, sino en hacerlo de forma contundente: mostrar el ímpetu para llevar adelante la propia visión. Históricamente, cualquier presidente que hubiera llegado a la presidencia por un escaso margen lograba mucho menos; tomaba posesión de su cargo debilitado y el Congreso nunca le permitía que lo olvidara.

Lo ideal era que la destrucción de la campaña del senador fuera completa: un ataque a dos bandas que terminara a la vez con su política y con su ética. Esa estrategia, conocida en Washington como el «alto-bajo», procedía del arte de la guerra. «Forzar al enemigo a que luche en dos frentes». Cuando un candidato poseía información comprometedora sobre su oponente, a menudo esperaba a tener una segunda información y hacía públicas ambas a la vez. Un ataque a dos bandas era siempre mucho más efectivo que un solo disparo, sobre todo cuando el ataque dual incorporaba aspectos separados de su campaña: el primero contra su política, el segundo contra su carácter. El rechazo de un ataque político requería lógica, mientras que el rechazo de un ataque contra el carácter requería pasión. Disputar ambos a la vez era un acto de equilibrio casi imposible.

Esa noche, el senador Sexton se encontraría intentando denodadamente abstraerse de la pesadilla política que suponía para él un increíble triunfo de la NASA; sin embargo, su situación empeoraría considerablemente en caso de verse obligado a defender su postura respecto a la NASA mientras era acusado de mentiroso por un destacado miembro femenino de su propio equipo.

Llegando ya a la puerta de la Oficina de Comunicaciones, Tench se sintió viva con el entusiasmo que provocaba en ella la lucha. La política era la guerra. Dio un profundo suspiro y consultó su reloj. Eran las 18:15. El primer disparo estaba a punto.

Marjorie Tench entró.

La Oficina de Comunicaciones era una sala de reducidas dimensiones, aunque no por falta de espacio, sino de necesidad. Era una de las instalaciones de comunicaciones más eficaces del mundo y daba empleo a un equipo de sólo cinco personas. En ese momento, los cinco empleados estaban de pie sobre sus paneles de dispositivos electrónicos, como nadadores a la espera del disparo de salida.

«Están preparados», fue lo que vio Tench en sus miradas ansiosas.

Siempre le maravillaba que esa diminuta oficina, a la que se había avisado con sólo dos horas de antelación, pudiera ponerse en contacto con más de un tercio de la población civilizada del mundo. Con conexiones electrónicas a literalmente miles de fuentes de noticias globales —desde los mayores gigantes televisivos a los periódicos de las poblaciones más insignificantes— la Oficina de Comunicaciones de la Casa Blanca podía, con sólo pulsar unos cuantos botones, alargar la mano y tocar el mundo.

Los ordenadores programados para el envío de faxes hacían llegar comunicados de prensa hasta las bandejas de recepción de las redacciones de radios, televisiones, prensa escrita e Internet de Maine a Moscú. Los programas de envío masivo de e-mails invadían las redacciones de noticias en línea. Los automarcadores telefónicos llamaban a miles de directores de los medios de comunicación con anuncios de voz grabados. Una página web con las últimas noticias proporcionaba constantes actualizaciones y contenido preformateado. Las fuentes de noticias «con capacidad para la recepción en directo» como la CNN, la NBC, ABC, la CBS y las cadenas extranjeras, serían asaltadas desde todos los ángulos y se les prometería emisiones televisivas en directo. Independientemente de lo que esas cadenas estuvieran emitiendo, todo quedaría bruscamente interrumpido para dar paso a una intervención presidencial de emergencia.

«Penetración total».

Como un general pasando revista a sus tropas, Tench se paseó en silencio hasta el centro de impresión y cogió la copia impresa del «comunicado de última hora» que vio cargado en todos los dispositivos de transmisión como los cartuchos de una ametralladora.

Cuando lo leyó, no pudo evitar reírse entre dientes. Lo habitual era que la nota que iba a darse a los medios de comunicación estuviera escrita sin muchos miramientos: era más una advertencia que un anuncio. Sin embargo, el Presidente había ordenado a la Oficina de Comunicaciones que se deshiciera de todo elemento superfluo. Y así se había hecho. El texto era perfecto: gramaticalmente profuso y ligero en contenido. Una combinación mortal. Incluso los receptores de noticias que utilizaban programas «keyword-sniffer» para seleccionar el correo entrante verían múltiples señales en éste:


De: La Oficina de Comunicaciones de la Casa Blanca

Asunto: Comunicado Presidencial Urgente.

El presidente de Estados Unidos ofrecerá una rueda de prensa urgente a las 20:00 horas (EST) desde la Sala de Comunicados de la Casa Blanca. El tema del comunicado es en este momento secreto. Se facilitará material audiovisual disponible a través de los canales habituales.