27
El hielo del centro del habisferio de la NASA estaba dominado por un armazón trípode de unos nueve metros de andamiaje compuesto, a medio camino entre un pozo de petróleo y un extraño modelo de la Torre Eiffel. Rachel estudió el artilugio, incapaz de imaginar cómo podía utilizarse para extraer ese enorme meteorito.
Bajo la torre había varios tornos sujetos a unas planchas de acero, unidas a su vez al hielo con gruesos pernos. Entrelazados a los tornos, unos cables de hierro se inclinaban hacia arriba hasta una serie de poleas situadas en lo alto de la torre. Desde ahí, los cables caían verticalmente hacia abajo, introduciéndose en el interior de estrechos agujeros taladrados en el hielo. Varios de los corpulentos hombres de la NASA hacían turnos tensando los tornos. Con cada nuevo tensado, los cables se deslizaban unos centímetros hacia arriba por los agujeros, como si estuvieran levando un ancla.
«Está claro que hay algo que se me escapa», pensó Rachel mientras ella y los demás se acercaban al lugar de la extracción. Los hombres parecían estar elevando el meteorito directamente a través del hielo.
—¡TENSIÓN NIVELADA! ¡MALDITA SEA! —gritó la voz de una mujer cerca de donde se encontraban con la elegancia de una sierra mecánica.
Rachel vio a una mujer menuda que llevaba puesto un anorak manchado de grasa. Aunque estaba de espaldas a ella, no le costó el menor esfuerzo adivinar que estaba al mando de la operación. La mujer tomaba notas en una carpeta y andaba de un lado a otro como un capataz de taladradores.
—¡No me digan que están cansadas, señoritas! Oye, Norah, deja de mangonear a esos pobres chicos de la NASA y ven un ratito conmigo —gritó Corky.
La mujer ni siquiera se volvió.
—¿Eres tú, Marlinson? Reconocería esa vocecilla en cualquier Parte. Vuelve cuando hayas alcanzado la pubertad.
Corky se giró hacia Rachel. —Norah nos da calor con su encanto.
—Te he oído, niñato del espacio —contraatacó la doctora Mangor sin dejar de tomar notas—. Y si me estás mirando el culo, estos pantalones aislantes del frío le suman quince kilos.
—No hay por qué preocuparse —gritó Corky—. No es tu enorme culo de mamut lo que me vuelve loco, sino tu irresistible personalidad.
—Olvídame.
Corky volvió a reírse.
—Tengo fantásticas noticias, Norah. Al parecer no eres la única mujer que el Presidente ha reclutado.
—Menuda novedad. Te ha reclutado a ti.
Tolland intervino.
—¿Norah? ¿Tienes un minuto para conocer a alguien?
Al oír el sonido de la voz de Tolland, Norah dejó inmediatamente lo que estaba haciendo y se volvió. Su expresión endurecida se disolvió al instante.
—¡Mike! —Norah corrió hacia él, resplandeciente—. Hace horas que no te veía.
—He estado montando el documental.
—¿Cómo ha quedado mi segmento?
—Estás brillante y encantadora.
—Ha utilizado efectos especiales —dijo Corky.
Norah hizo caso omiso del comentario y miró a Rachel con una sonrisa cortés aunque distante. Volvió a mirar a Tolland. —Espero que no me estés engañando con ella, Mike.
El rostro curtido de Tolland se sonrojó ligeramente mientras hacía las presentaciones.
—Norah, quiero presentarte a Rachel Sexton. La señorita Sexton trabaja en la comunidad de inteligencia y está aquí por deseo expreso del Presidente. Su padre es el senador Sedgewick Sexton. La presentación provocó una mueca de confusión en el rostro de Norah.
—No pienso siquiera fingir que lo entiendo. —Norah no se quitó los guantes cuando estrechó la mano de Rachel con un apretón poco entusiasta—. Bienvenida a la cima del mundo.
Rachel sonrió.
—Gracias.
A Rachel le sorprendió que Norah Mangor, a pesar de la rudeza de su voz, tuviera un rostro agradable y pícaro. Llevaba un corte de pelo estilo duendecillo, castaño con mechones grises, y tenía unos ojos vivos y penetrantes como dos cristales de hielo. Había en ella una seguridad que a Rachel le gustó.
—Norah —dijo Tolland—. ¿Tienes un minuto para compartir con Rachel lo que estás haciendo?
Norah arqueó las cejas.
—¿Así que ya os tuteáis? Vaya, vaya.
Corky soltó un gemido.
—Te lo he dicho, Mike.
Norah Mangor le mostró a Rachel la base de la torre mientras Tolland y los demás las seguían, hablando entre sí.
—¿Ve esos agujeros taladrados en el hielo debajo del trípode? —preguntó Nora señalando, al tiempo que su tono de fastidio inicial se suavizaba hasta transformarse en un profundo fervor por su trabajo.
Rachel asintió, mirando los agujeros abiertos en el hielo. Cada uno de ellos tenía un diámetro aproximado de medio metro y un cable de acero insertado en el centro.
—Esos agujeros son los que quedaron cuando perforamos las muestras de núcleo y sometimos al meteorito a un análisis de rayos X. Ahora los utilizamos como puntos de entrada para hacer bajar armellas de gran carga por los huecos vacíos y atornillarlas al meteorito. Después de eso, soltamos unos sesenta metros de cable trenzado por cada agujero, sujetamos las armellas con ganchos industriales, y ahora simplemente lo estamos levantando. A estas chicas les está llevando varias horas sacarlo a la superficie, pero ya sale.
—No estoy segura de haberlo comprendido —dijo Rachel—. El meteorito está bajo miles de toneladas de hielo. ¿Cómo lo está elevando?
Norah señaló a lo alto del andamio, donde un fino rayo de Prístina luz roja caía en vertical hacia el hielo que había debajo del trípode. Rachel lo había visto antes y había dado por hecho que simplemente se trataba de algún indicador visual... un marcador que especificaba el lugar donde el objeto estaba enterrado.
—Eso es un láser semiconductor de arseniuro y galio —dijo Norah.
Rachel miró más atentamente el rayo de luz y entonces vio que, en efecto, había fundido un diminuto agujero en el hielo y que se había abierto paso hacia las profundidades.
—Un rayo de temperatura muy elevada —dijo Norah—. Estamos calentando el meteorito a medida que lo elevamos.
Cuando Rachel entendió la sencilla brillantez del plan de la mujer, quedó impresionada. Norah se había limitado a apuntar el rayo del láser hacia abajo, atravesando con él el hielo hasta que el rayo alcanzó el meteorito. La piedra, demasiado densa para fundirla con un láser, estaba absorbiendo el calor de éste y calentándose lo suficiente para fundir el hielo que la envolvía. Mientras los hombres de la NASA tiraban del meteorito, la roca caliente, en combinación con la presión ascendente, fundía el hielo que la envolvía, abriendo un hueco por el que elevarla a la superficie. El agua que se acumulaba sobre el meteorito simplemente volvía al fondo por los bordes de la roca para rellenar de nuevo el hueco.
«Como un cuchillo caliente cortando una barra congelada de mantequilla».
Norah señaló a los hombres de la NASA encargados de los tornos.
—Los generadores no soportan tanta tensión, así que estoy utilizando mano de obra para izar la piedra.
—¡Mentira! —la interrumpió uno de los trabajadores—. ¡Utiliza mano de obra porque disfruta viéndonos sudar!
—Relájate —contraatacó Norah—. Lleváis dos días quejándoos de que tenéis frío, nenas. Yo os he ayudado a entrar en calor. Y ahora seguid tirando.
Los obreros se echaron a reír.
—¿Para qué son los postes? —preguntó Rachel, señalando varios conos naranjas de autopista posicionados alrededor de la torre en lo que parecían ser puntos elegidos al azar. Rachel había visto conos similares dispersos alrededor de la cúpula.
— Son una herramienta glaciológica crítica —dijo Norah—. Los llamamos PAYTT, es decir, «pisa aquí y tuércete el tobillo». —Cogió uno de los postes y dejó a la vista un agujero de perforación circular que se hundía como un pozo sin fondo en las profundidades del glaciar—. Mal sitio en el que pisar —añadió, volviendo a colocar el poste en su lugar—. Hemos perforado agujeros alrededor del glaciar para efectuar pruebas de continuidad estructural. Como ocurre en la arqueología, el número de años que un objeto lleva enterrado viene indicado por la distancia registrada entre el objeto enterrado y la superficie. Cuanto más abajo sea descubierto, más tiempo lleva ahí, de modo que cuando un objeto es descubierto bajo el hielo, podemos fechar la llegada del mismo calculando la cantidad de hielo que se ha acumulado encima. Para asegurarnos de que nuestros cálculos de medición de la fecha del núcleo son precisos, examinamos múltiples áreas de la placa de hielo para confirmar que el área es un bloque sólido y que no ha sido alterada por ningún terremoto, fisura, avalancha o cualquier otro fenómeno natural.
—¿Y en qué estado está este glaciar?
—Perfecto —dijo Norah—. Es un bloque sólido y perfecto. No aparecen en él líneas de falla ni signos de rotación glacial. Este meteorito es lo que llamamos una «caída estática». Lleva intacto e inalterado en el hielo desde que aterrizó, en 1716.
Rachel no logró ocultar su sorpresa.
—¿Saben el año exacto en que cayó?
Norah pareció a su vez sorprendida por la pregunta.
—Demonios, claro. Para eso me llamaron. Yo leo el hielo. —Señaló un montón de tubos cilíndricos de hielo próximos. Cada uno de ellos parecía un poste de teléfono traslúcido y estaba marcado con una brillante etiqueta naranja—. Esos núcleos de hielo son un registro geológico congelado —explicó, llevando a Rachel hasta los tubos—. Si los mira con atención, verá las distintas capas individuales que conforman el hielo.
Rachel se agachó y pudo ver claramente que el tubo estaba formado por lo que parecían ser innumerables estratos de hielo con sutiles diferencias de luminosidad y claridad. Las capas variaban entre las que eran finas como el papel y las que tenían un grosor de medio centímetro.
—Cada invierno trae consigo una fuerte nevada sobre la cornisa de hielo —dijo Norah—, y cada primavera viene acompañada de un deshielo parcial, de modo que vemos una nueva capa de compresión cada estación. Simplemente empezamos por arriba, es decir, por el invierno más reciente, y procedemos a la cuenta atrás.
—Como si contaran los anillos de un árbol.
—No es tan sencillo, señorita Sexton. Recuerde que estamos contando cientos de metros de capas. Necesitamos leer señalizadores meteorológicos a fin de establecer una cota de referencia para nuestro trabajo: registros de precipitaciones, contaminadores aéreos... ese tipo de cosas.
Tolland y los demás se unieron a ellas en ese momento. Tolland le sonrió a Rachel.
—Sabe mucho de hielo, ¿no le parece?
Rachel se sintió extrañamente contenta al verle.
—Sí, es increíble.
—Y ha de saber —añadió Tolland con un inclinación de cabeza—, que 1716, la fecha facilitada por la doctora Mangor, es exacta. La NASA dio con el mismo año de impacto mucho antes de que llegáramos aquí. La doctora Mangor extrajo sus propias muestras del núcleo, hizo sus propias pruebas y confirmó el resultado de la NASA.
Rachel estaba impresionada.
—Y, casualmente —dijo Norah—, 1716 es el año exacto en que unos exploradores afirmaron haber visto una brillante bola de fuego en el cielo sobre el norte de Canadá. El meteoro terminó siendo conocido como el Jungersol Fall, puesto que ése era el nombre de quien dirigía la expedición.
—Es decir —añadió Corky—, que el hecho de que las fechas del núcleo y el registro histórico concuerden es prácticamente una prueba irrefutable de que estamos ante un fragmento del mismo meteorito que Jungersol dijo haber visto en 1716.
—¡Doctora Mangor! —gritó uno de los trabajadores de la NASA—. ¡Están empezando a asomar los cierres de las guías!
—Se acabó el paseo, chicos —dijo Norah—. Ha llegado el momento de la verdad. —Cogió una silla plegable, se subió encima, y gritó con todas sus fuerzas—: ¡ Salida a la superficie en cinco minutos. Todos a sus puestos! Por toda la cúpula, como perros obedientes respondiendo al timbre de la cena, los científicos dejaron lo que estaban haciendo y se apresuraron hacia la zona de extracción.
Norah Mangor se llevó las manos a la cintura y supervisó sus dominios.
—Muy bien. ¡Saquemos el Titánic a la superficie!