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La tempestad había amainado por fin en la Plataforma de Hielo Milne, y el habisferio estaba en calma. Aun así, el director de la NASA, Lawrence Ekstrom, ni siquiera había intentado conciliar el sueño. Había pasado las horas solo, recorriendo la cúpula, mirando el interior del pozo de extracción y pasando las manos por las estrías de la gigantesca roca chamuscada.
Por fin, se decidió.
Ahora estaba sentado frente al videófono en el tanque CSP y miraba a los cansados ojos del presidente de Estados Unidos. Zach Herney nevaba puesto un albornoz y no parecía en absoluto contento. Ekstrom sabía que lo estaría muchísimo menos en cuanto oyera lo que tenía que contarle.
Cuando Ekstrom terminó de hablar, el rostro de Herney mostraba una expresión incómoda, como sí pensara que todavía estaba demasiado dormido para haberle comprendido correctamente.
—Un momento —dijo Herney—. Debe de haber habido un fallo en la conexión. ¿Acaba usted de decirme que la NASA interceptó las coordenadas de ese meteorito de una transmisión radiofónica de emergencia... y que luego fingió que el EDOP había descubierto el meteorito?
Solo en la oscuridad, deseando que su cuerpo despertara de aquella pesadilla, Ekstrom guardó silencio.
Evidentemente, el silencio no era la respuesta que esperaba el Presidente.
—Por el amor de Dios, Larry. Dígame que esto no es verdad.
A Ekstrom se le secó la boca.
—El meteorito fue descubierto, Presidente. Eso es lo único que importa.
—¡Le he dicho que me diga que esto no es verdad!
El susurro fue convirtiéndose en un rugido apagado en los oídos de Ekstrom. «Tenía que decírselo», se dijo el director. «Las cosas van a empeorar mucho antes de poder solucionarse».
—Señor, el error sufrido por el EDOP le estaba hundiendo en los sondeos de intención de voto. Cuando interceptamos una transmisión radiofónica que mencionaba un gran meteorito alojado en el hielo, vimos la oportunidad de recuperar el terreno perdido.
Herney parecía atónito.
—¿Fingiendo un descubrimiento del EDOP?
—El EDOP iba a volver a estar a pleno rendimiento muy pronto, pero no lo suficiente para llegar a tiempo para las elecciones. Los sondeos se nos estaban yendo de las manos, y Sexton no hacía más que machacar a la NASA, así que...
—¿Es que ha perdido usted el juicio? ¡Me mintió, Larry!
—Teníamos la oportunidad al alcance de la mano, señor. Decidí aprovecharla. Interceptamos la transmisión radiofónica del canadiense que hizo el descubrimiento del meteorito y que murió en el curso de una tormenta. Nadie más estaba al corriente de la presencia del meteorito. El EDOP estaba orbitando en la zona. La NASA necesitaba una victoria. Teníamos las coordenadas.
—Y ¿por qué me cuenta esto ahora?
—Porque he creído que debía saberlo.
—¿Sabe usted lo que Sexton haría con esta información si llegara a enterarse?
Ekstrom prefirió no pensarlo.
—¡Le diría al mundo que la NASA y la Casa Blanca han mentido al pueblo norteamericano! ¿Y sabe una cosa? Tendría razón.
—Usted no ha mentido, señor. He sido yo. Y no dudaré en renunciar a mi cargo si...
—Larry, no se da cuenta de la gravedad del asunto. ¡He intentado gobernar esta presidencia manteniéndome fiel a la verdad y a la decencia! ¡Maldita sea! Lo de esta noche estaba limpio. Era algo digno. ¿Y ahora descubro que le he mentido al mundo?
—Es sólo una pequeña mentira, señor.
—No existe tal cosa, Larry —dijo Herney, echando humo.
Ekstrom sentía que la diminuta habitación lo aplastaba. Tenía mucho más que contarle al Presidente, pero comprendió que tendría que esperar hasta la mañana siguiente.
-Siento haberle despertado, seño, Simplemente he pensado que debía saberlo.
En el otro extremo de la ciudad, Sedgewick Sexton tomó otro sorbo de coñac y deambuló por su apartamento con creciente irritación «¿Donde demonios estará Gabrielle?»