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El tiempo estaba cambiando.

Como el lúgubre presagio de un inminente conflicto, el viento katabático soltó un quejumbroso aullido y azotó con fuerza el refugio de la Delta Forcé. Delta-Uno terminó de recolocar los protectores antitormenta y volvió dentro, a resguardarse en compañía de sus dos compañeros. Ya había pasado antes por algo parecido. Pronto cesaría.

Delta-Dos observaba las imágenes en directo que transmitía el microrobot.

—Será mejor que veáis esto —dijo.

Delta-Uno se acercó. El interior del habisferio estaba totalmente a oscuras, salvo por la brillante iluminación procedente de la cara norte de la cúpula, no muy lejos del escenario. El resto aparecía simplemente como un perfil apenas visible.

—No es nada —dijo—. Están probando las luces de las televisiones para esta noche.

—El problema no es la iluminación —dijo Delta-Dos señalando a la masa informe y oscura que se veía en mitad del hielo: el agujero lleno de agua del que había sido extraído el meteorito—. Ése es el problema.

Delta-Uno miró el agujero. Seguía rodeado de postes y la superficie del agua parecía en calma.

—No veo nada.

—Fíjate bien.

Delta-Dos maniobró la palanca de mando y el microrobot descendió dibujando una espiral hacia la superficie del agujero.

Mientras Delta-Uno estudiaba el pozo oscuro de agua fundida con mayor detenimiento, vio algo que le hizo retroceder, conmocionado.

—¿Qué demonios...?

Delta-Tres se acercó a mirar. También él parecía perplejo.

—Dios mío. ¿Ésa es la fosa de extracción? ¿Y se supone que el agua debe hacer eso?

—No —dijo Delta-Uno—. Puedes estar seguro de que no.