– XXIV –
Siente las palmadas en la cara y despierta con la esperanza de que todo haya sido una pesadilla, pero al ver el lugar en que se encuentra comprende que no es así.
—¿Está bien? —le pregunta el hombre a media voz.
—Creo que sí —responde y cae en la cuenta de lo extraño que resulta la presencia de alguien a esa hora en el cementerio—. ¿Quién es usted?
—Tranquilícese. Soy el subcomisario Bermúdez, amigo de Rouviot. Dígame cómo están las cosas ahí adentro.
—¿Qué puedo decirle? Todo esto me parece una locura.
—Y lo es. Pero, por favor, cuénteme qué está pasando.
Como puede, Sofía lo pone al tanto de los detalles de su secuestro, de cómo llegó hasta allí, de la oportuna aparición de Pablo en el momento preciso en que Santana estaba forzándola a elegir uno de los frascos, y del extraño desafío que se estaba llevando a cabo dentro de la bóveda.
—Comprendo. Venga. —La ayuda a pararse y la lleva detrás de una cripta cercana—. Espere aquí.
—¿Qué, va a dejarme sola?
—Mire, señorita, en este momento Rouviot me necesita más que usted. Y puede quedarse tranquila, le aseguro que ningún alma en pena va a lastimarla.
—Espere. —Lo detiene—. ¿Qué va a hacer?
—Acercarme hasta la puerta para ver si consigo un ángulo de tiro seguro. No se preocupe, soy un profesional y no voy a poner a Pablo en peligro. Además, tengo dos ventajas. La primera, es que Santana ignora que estoy aquí.
—¿Y la segunda?
—Que en mi revólver hay seis balas, y él solo tiene una.