– XII –
En el pasillo del hospital, Helena acaricia el pelo de Candela que se ha dormido apoyada en su falda. Es increíble cuánto ha llegado a querer a esa andaluza a la que hasta hace una semana ni siquiera conocía. Sabe que sufrió mucho y, desde lo más hondo de su ser, desea que todo esto se termine para que, de una vez por todas, pueda disfrutar de la vida con el Gitano.
En ese mismo instante, la profesora Sofía Ortiz de la Serna está comenzando la última de las clases que debe dar en el día. No es ajena al deseo que despierta en sus alumnos, muchos de los cuales son mayores que ella y, lejos de sentirse molesta, lo disfruta. Pero no se trata de un disfrute histérico, sino de la satisfacción de saberse atractiva. Y sabe que, en este momento, debe estarlo más que nunca, pues todo el erotismo le recorre el cuerpo de solo pensar que en unas pocas horas volverá a tenerlo desnudo a su lado. Absorta en estos pensamientos, no repara en que, en uno de los bancos del fondo, a su izquierda, alguien la observa con una firme determinación.
Mientras tanto, en un departamento de la calle El Salvador, una joven de ojos azules recorre el que fuera el hogar de su hermano y decide que ya es hora de irse a vivir sola, y sonríe al pensar que no hay mejor lugar para hacerlo que ese. Sin dudas, será uno de los primeros temas que abordará en el análisis que piensa iniciar ni bien pueda.
Lejos de allí, un hombre agotado desciende de su viejo Peugeot 504 negro. Y no es para menos. Acaba de llegar después de manejar casi ochocientos kilómetros para nada. Al menos, es lo que él cree.
La mujer que entra corriendo lo sobresalta. Hace tiempo dejó de hacer guardias y se ha desacostumbrado a que lo despierten de ese modo. Con la jefatura del departamento de neurocirugía, no solo le llegó un aumento insignificante de sueldo, sino, por sobre todas las cosas, la posibilidad de dormir en su casa todas las noches.
Pero los últimos días han sido diferentes. Uno de sus exalumnos agoniza como producto de un disparo en la cabeza, y se ha tomado el caso como algo personal. Por eso está ahí, abriendo los ojos de golpe e intentando reaccionar al llamado de la enfermera. Sabe que no lo molestaría si no se tratara de algo que requiriera de su presencia inmediata. Y, sin preguntar siquiera, se incorpora con rapidez y la sigue rumbo al box en el que se encuentra José Heredia.
A esa misma hora, en Barrio Parque, la puerta se abre y un clima tenso se adueña del ambiente. El matrimonio lo mira con recelo, pero no le importa. Ya siente en la piel esa mezcla de euforia y angustia que lo invade cuando sabe que ha llegado a la verdad.