– XXI –

La siguiente elección es mucho más riesgosa. Hasta ahora, las víctimas no formaron parte de los afectos de Santana, pero ya no tiene más opción que empezar a abordarlos. En su mente, Pablo armó tres categorías con dos personas cada una. El primer grupo, el más distante a los sentimientos del asesino, lo formaban Sofía y José. Al segundo lo denominó padres, y es de un contenido emocional fuerte, pero manejable, y el tercero apunta al alma misma de Dante y, por ende, sabe que será el más difícil de tocar. Ya transitó por el primero, el que representaba menos peligro, y es momento de pasar al siguiente. Pero ¿por cuál de las dos figuras paternas convendría comenzar?

—¿Cómo seguimos, licenciado? —le pregunta Santana, como si estuviera leyendo su mente.

A Rouviot siempre le extrañó la capacidad de ciertas psiquis perturbadas para captar las emociones ajenas. Algunos sostienen que se trata de un don. Él piensa que, si así fuera, sería un consuelo muy pobre a cambio de tanto dolor.

En ese ámbito lúgubre, Dante lo observa fijamente sin soltar el arma y él, dudoso, retoma la palabra intentando afectar una seguridad que no tiene.

—¿Qué te parece si nos ocupamos de Cipriano Santana?

—Como quiera. Lo escucho.

—La más inocente de tus víctimas. Un peón de campo cuyo único pecado fue perder lo poco que tenía cuando su mujer, tu madre, murió al dar a luz. Es seguro que, al sentirse solo y desesperado, no encontró una solución mejor que dejarte en un hogar, pensando que allí ibas a tener más posibilidades de ser feliz. Nunca pudiste perdonarlo, y me parece que fuiste injusto con él. Después de todo, ¿no hubiera sido un acto de egoísmo de su parte quedarse con vos? Pongámonos por un segundo en sus zapatos. ¿Qué tenía para ofrecerte más que una vida de privaciones en un pobre rancho de barro? Estoy convencido de que la idea de criarte en medio de la nada le pareció cruel y, al tener que trabajar de sol a sol sin contar con nadie que te cuidara, sintió que no le quedaba más opción que internarte en un colegio. Tal vez allí, la educación podría darte las herramientas necesarias para cambiar tu destino. Claro, él no podía imaginar el infierno que te esperaba. —Lo mira—. Igualmente, vos y yo sabemos que no fue su abandono el que le costó la vida. Había algo más que jamás ibas a perdonarle. ¿Me equivoco?

El arma tiembla en las manos de Santana.

—¿A qué se refiere?

—No —responde en tono relajado—. De eso hablaremos más adelante. Ahora es tiempo de que me des la tercera bala.

Dante duda e intenta recuperar su ventaja.

—¿Y por qué cree que no lo maté antes?

—Porque no hace mucho que averiguaste quién era tu padre.

—Y, según usted, ¿cuándo lo supe?

Pablo se tensa. Tiene alguna idea, pero ninguna certeza acerca de eso.

—Bueno, esa consulta es demasiado precisa. Deberías darme al menos un pequeño margen de error, digamos unos seis meses. En una vida de treinta y tres años no me parece un pedido excesivo.

El joven lo observa con cierta admiración.

—¿Cómo supo mi edad exacta?

—También de eso hablaremos después.

—Está bien. Acepto. Le doy esos seis meses de gracia, pero ni un día más. —Dicho lo cual apunta el arma directo a su cabeza.

Pablo siente miedo, pero debe seguir interpretando su papel.

—Entonces, diría que no hace más de dos años que lo averiguaste.

Rouviot cierra los ojos, pero el disparo no llega. En cambio, Santana se muerde los labios y asiente.

—Usted me asombra. Creo que, de habernos conocido en otras circunstancias, hubiéramos hecho un buen equipo. ¿Cómo dedujo ese dato?

—Me extraña, Dante. Deberías saber que los magos jamás explican sus trucos. Además, sos demasiado inteligente y calculo que podés intuir a partir de qué cosas fui sacando mis deducciones.

—Puede ser —contesta—. Aunque no sé… —Se toma la cabeza.

—¿Qué no sabés? —lo cuestiona, sorprendido.

—Nada… no sé… me siento confundido.

Pablo advierte un temblor en su voz y se tensa. ¿Por qué ahora, cuando todo parecía estar tranquilo para Santana? Todavía no es momento de que se quiebre. Tiene que devolverle algo de estabilidad y, para eso, decide llevarlo a una instancia en la que tuvo el control de la situación.

—Sacame una duda, Dante. ¿Le dijiste quién eras?

—No hizo falta, me reconoció enseguida. Dijo que yo era igual a mi mamá. Pero igual no hubo gestos de afecto entre nosotros. Él comprendió de inmediato que no estaba ahí buscando un reencuentro. —Se detiene.

—¿Qué pasa?

—Pensaba.

Se equivoca. No está pensando, está sintiendo. Seguramente, el recuerdo lo ha movilizado, pero es mejor que crea que piensa. La razón es mucho más fácil de manejar que la pasión. Rouviot sabe que es el camino que debe seguir.

—¿Y en qué pensabas?

—En su actitud. Se comportó como un hombre. Pensé que tendría que obligarlo, que iba a rogar, pero no. Ni se mosqueó cuando le até la soga al cuello. Simplemente, cedió.

—Quizás porque la vida ya no era algo que le importara demasiado.

—Puede ser. Después de todo, era un pobre tipo sin sueños ni esperanzas. —Hace una pausa.

—Seguí, por favor.

—Fue raro, porque no solo se entregó cuando supo que iba a matarlo… también me pidió perdón.

—A lo mejor, al ver en qué te habías convertido, comprendió que la decisión de abandonarte fue un error.

Santana lo mira de modo serio.

—¿Y en qué me he convertido?

Pablo inhala profundo intentando controlar su ritmo cardíaco. Sabía que en algún momento debía pisar terreno resbaladizo, y ese momento ha llegado. De aquí en más, cada uno de sus pasos debe tener una precisión milimétrica.

—En un asesino. Aunque, dada tu inteligencia, uno muy particular.

—¿Qué quiere decir con eso?

—Que matar a alguien es fácil. El ser humano es una especie muy frágil, por eso, hasta las personas más insignificantes pueden cometer un crimen. Sin embargo, vos hiciste de ese acto ruin una verdadera obra de arte. Tuviste en cuenta todo: el lugar, el enmascaramiento, la firma. Concebiste cada uno de tus casos con una lógica perfecta, y eso sí que no es algo que cualquiera pueda hacer. Hace falta una mente genial como la tuya para lograrlo. Chapeau. —Golpea las palmas con suavidad tres veces a modo de aplauso.

Segundos después, sin mediar palabra, el joven le arroja una bala más y Sofía se relaja, Pablo no. Sabe que, con este juego, va ganando tiempo y posibilidades, pero es consciente de que lo más difícil recién está por empezar.

—Licenciado, si no capté mal su estrategia, ahora es el momento del viejo Pancho. ¿Me equivoco?

Dante parece recompuesto, y no solo eso. También adivinó cuál era su plan, y no vale la pena negarlo.

—No, no te equivocás. Aunque, no sé… —Finge dudar.

—¿Qué es lo que no sabe?

Rouviot adopta un tono comprensivo.

—Dante, ambos sabemos que lo que voy a decir es muy íntimo, y no me parece bien exponerte tanto delante de Sofía. Como te dijo José, vos también tenés derecho a tu intimidad, y no estás obligado a compartirla con nadie. ¿Qué te parece si la dejás salir? Todavía me tendrías a mí, y te aseguro que soy muy importante para ella. No va a arriesgar mi vida haciendo una tontería.

Por un instante, da la impresión de que Santana está evaluando la posibilidad de acceder a su pedido, sin embargo, su respuesta es una pequeña carcajada.

—Buen intento, Pablo, pero no. Es posible que esta belleza no hiciera ninguna movida estúpida si la dejara salir, pero no es menos cierto que lo único que impide que usted la haga es su presencia. Por lo que veo, también Sofía es importante para usted. ¡Qué cosa! —Reflexiona—. Nunca dejo de asombrarme.

—¿Con qué?

—Con la verdad de lo que dijo el poeta. Para las almas nobles, la vida vale menos que el amor. Pero mejor sigamos jugando, y quédese tranquilo. Estoy preparado para sonrojarme delante de ella, y mucho más sabiendo que uno de los dos no va a salir con vida de acá.

Pablo asiente. Se imaginó que él no aceptaría su propuesta, pero fue lo único que se le ocurrió para que sintiera que seguía siendo el director de la obra. Necesitaba restituirlo en ese sitio antes de dar el siguiente paso. La voz de Santana se impone en el silencio.

—¿Entonces?

—Entonces, hablemos de Francisco Mansilla, el verdadero demonio de esta historia, el perverso que arruinó tu vida. Lo conociste a los tres años, y desde entonces se adueñó de vos. Él me lo confesó.

—¿Qué le confesó?

—Que te vio tan chiquito, tan indefenso… que entendió que nada podía evitar que fueras suyo. Era un pedófilo que vio en aquel niño el germen de un adolescente hermoso, un Adonis, para citar a tus amigos, los griegos. Y desde el primer día te crio, como él dijo, con un esmero especial, casi como quien prepara durante mucho tiempo un plato que va a saborear más tarde. Es probable que al principio eso te hiciera sentir protegido, pero estoy convencido de que en algún momento percibiste lo que te esperaba. ¿A qué edad fue eso? No lo sé, depende del grado de locura de Mansilla. Y no quiero saberlo tampoco. ¿Sabés? Vi muchas cosas en mi práctica clínica, pero jamás trabajé con un abusador. No quiero escucharlos. Me indigna, me lastima y enfurece solo pensar que podrían contarme las cosas que son capaces de hacer. Por eso, te juro que entiendo lo que pasaste, y lo lamento mucho, no fue justo. Es más, cuando te imagino temblando de miedo en aquellos fines de semana solitarios, temiendo la llegada de ese padre siniestro que venía a verte para tocarte y obligarte a complacer sus fantasías sexuales, comprendo por qué lo mataste. Es más, deberías haberlo hecho hace mucho tiempo.

—¿Y por qué cree que no lo hice?

—Porque quisiste darte una oportunidad. Todo tu mundo había sido ese hogar en el que fuiste violado y humillado durante toda tu infancia. Imagino que pensaste que, tal vez, el destino tenía preparado algo mejor para vos, un pequeño reconocimiento después de tanto sacrificio. El alivio que esperaba hallar Odiseo luego de diez años de lucha y diez de travesía hasta llegar a su hogar. Sin embargo, al igual que él, lo que encontraste no hizo más que aumentar tu sensación de vacío y soledad. Además, hubo otra cosa que mantuvo vivo a Mansilla todos estos años.

—¿Qué cosa?

—Información. Él tenía los datos de tu familia biológica, algo muy importante para vos, y los dos sabemos por qué, ¿no? —El rostro de Dante palidece, Rouviot comprende que ha ingresado al camino sin retorno, y su tono se vuelve incisivo—. Por eso volviste a General Lemos, en busca de respuestas que Francisco, asustado, te dio. Y podrías haberlo matado en esa ocasión, ya no tenía nada más que pudiera interesarte. Sin embargo, todavía tenías esperanzas, y no quisiste hipotecar tu vida hasta no haber jugado la última carta. Aun así, no iba a escapar de su castigo. Recuerdo tu respuesta cuando José te preguntó si estabas enojado con tu padre. Contestaste que sí, y que algún día se iba a arrepentir de todo lo que te hizo sufrir. ¿Estoy en lo cierto? —Santana no responde. Pablo aguarda unos segundos—. Dante, sabés que lo que dije es verdad, y tenemos un trato, así que dame una bala más.

El joven ha empezado a temblar y él apela a toda su experiencia para intentar detener la crisis que se avecina. Sabe que la ambivalencia de amor y odio es inevitable entre padres e hijos, y para bien o para mal, desde un punto de vista simbólico, Mansilla había sido su padre. Quizás fuera eso lo que lo llevó a darle una oportunidad que el pobre Cipriano no tuvo. Imagina la lucha que se libra en su interior y, a partir de lo escuchado en las sesiones, teme a su reacción e intenta detenerla.

—No fue tu culpa, Dante. Vos no merecías pasar por todo eso, así que no te castigues por lo que le hiciste. Ese hombre se ganó todo lo malo que pudiera pasarle y mucho más. Además, sabemos que no fuiste su única víctima en esta historia, así que no pienses más en él. Ya está, capítulo cerrado. Sigamos jugando, si te parece. —Al no obtener respuesta se apresura e insiste—. Dale, ¿por qué no me das la bala y hablamos del génesis de toda esta tragedia?

Adrede ha usado esa palabra, génesis. Ahora conoce por qué Santana eligió La Biblia y no Los mitos griegos para sellar su último acto con Cipriano y sabe que hizo una buena elección pues, por más que la imagen de Zeus matando a su padre devorador pareciera más propicia, en su mente, el verdadero dolor no tenía que ver con su abandono, sino con algo mucho más fuerte para él.

—¿Y, seguimos o no?

Dante mira el arma y de modo torpe retira otro proyectil. Se lo extiende con mano temblorosa y Pablo sabe que en ese preciso instante ha comenzado el desenlace de un drama cuyo final todavía no fue escrito.

La voz ausente
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
TOC.xhtml
dedicatoria.xhtml
cita.xhtml
Parte_01.xhtml
Capitulo_1_01.xhtml
Capitulo_1_02.xhtml
Capitulo_1_03.xhtml
Capitulo_1_04.xhtml
Capitulo_1_05.xhtml
Capitulo_1_06.xhtml
Capitulo_1_07.xhtml
Capitulo_1_08.xhtml
Capitulo_1_09.xhtml
Capitulo_1_10.xhtml
Capitulo_1_11.xhtml
Capitulo_1_12.xhtml
Capitulo_1_13.xhtml
Capitulo_1_14.xhtml
Capitulo_1_15.xhtml
Parte_02.xhtml
Capitulo_2_01.xhtml
Capitulo_2_02.xhtml
Capitulo_2_03.xhtml
Capitulo_2_04.xhtml
Capitulo_2_05.xhtml
Capitulo_2_06.xhtml
Capitulo_2_07.xhtml
Capitulo_2_08.xhtml
Capitulo_2_09.xhtml
Capitulo_2_10.xhtml
Capitulo_2_11.xhtml
Capitulo_2_12.xhtml
Capitulo_2_13.xhtml
Capitulo_2_14.xhtml
Capitulo_2_15.xhtml
Capitulo_2_16.xhtml
Capitulo_2_17.xhtml
Capitulo_2_18.xhtml
Capitulo_2_19.xhtml
Parte_03.xhtml
Capitulo_3_01.xhtml
Capitulo_3_02.xhtml
Capitulo_3_03.xhtml
Capitulo_3_04.xhtml
Capitulo_3_05.xhtml
Capitulo_3_06.xhtml
Capitulo_3_07.xhtml
Capitulo_3_08.xhtml
Capitulo_3_09.xhtml
Capitulo_3_10.xhtml
Capitulo_3_11.xhtml
Capitulo_3_12.xhtml
Capitulo_3_13.xhtml
Capitulo_3_14.xhtml
Parte_04.xhtml
Capitulo_4_01.xhtml
Capitulo_4_02.xhtml
Capitulo_4_03.xhtml
Capitulo_4_04.xhtml
Capitulo_4_05.xhtml
Capitulo_4_06.xhtml
Capitulo_4_07.xhtml
Capitulo_4_08.xhtml
Capitulo_4_09.xhtml
Capitulo_4_10.xhtml
Capitulo_4_11.xhtml
Capitulo_4_12.xhtml
Capitulo_4_13.xhtml
Capitulo_4_14.xhtml
Capitulo_4_15.xhtml
Capitulo_4_16.xhtml
Parte_05.xhtml
Capitulo_5_01.xhtml
Capitulo_5_02.xhtml
Capitulo_5_03.xhtml
Capitulo_5_04.xhtml
Capitulo_5_05.xhtml
Capitulo_5_06.xhtml
Capitulo_5_07.xhtml
Capitulo_5_08.xhtml
Capitulo_5_09.xhtml
Capitulo_5_10.xhtml
Capitulo_5_11.xhtml
Capitulo_5_12.xhtml
Capitulo_5_13.xhtml
Capitulo_5_14.xhtml
Capitulo_5_15.xhtml
Capitulo_5_16.xhtml
Capitulo_5_17.xhtml
Capitulo_5_18.xhtml
Capitulo_5_19.xhtml
Capitulo_5_20.xhtml
Capitulo_5_21.xhtml
Capitulo_5_22.xhtml
Capitulo_5_23.xhtml
Capitulo_5_24.xhtml
Capitulo_5_25.xhtml
Capitulo_5_26.xhtml
Agradecimientos.xhtml
autor.xhtml