– XVI –
Hace unos segundos que Helena terminó de hablar con el doctor Uzarrizaga y ya le ha contado lo sucedido a Candela, quien llora en sus brazos mientras ella intenta en vano comunicarse con Pablo.
—Rubio, la puta madre. Atendeme, carajo. ¿Dónde estás?
En la Chacarita, el tiempo parece haberse detenido y los minutos se le hacen eternos. ¿Cuánto hace que Rouviot entró a la bóveda de los Hidalgo? No puede calcularlo. Solo siente la necesidad de sacar el arma, arrastrarse hasta la puerta, asegurar el tiro y volarle la tapa de los sesos a Dante Santana. Pero no va a hacerlo. Debe confiar en Pablo. Sin embargo, casi sin darse cuenta, se va acercando lentamente ocultándose tras los panteones procurando no hacer ruido. No sabe qué pasa allí adentro, pero sea lo que fuere, debe estar preparado.
Mientras tanto, en su casa de Barrio Parque, Raúl y Laura hablan con Rocío. La charla con el psicólogo fue movilizante y, a la luz de las novedades que podrían producirse, decidieron que era hora de que su hija supiera toda la verdad. Ella los escucha incrédula con los ojos enrojecidos por el llanto, y sus padres son incapaces de leer si, en esa mirada, habita el odio o el perdón.