– IX –
Por el ventanal la vista es tan hermosa como siempre. Los árboles y el lago permanecen ajenos a los acontecimientos. Pablo se deja caer en el sillón y apoya la laptop sobre la mesa de vidrio. Solo entonces parece calmarse.
Ni bien entró al consultorio de su amigo la vio, plateada y reluciente sobre el escritorio. En un segundo decidió que iba a llevársela y, casi como por instinto, le arrojó el abrigo encima para taparla rogando que Bermúdez no la hubiera visto. Lo hizo sin pensarlo, sin considerar que estaba llevándose una prueba importante de la escena de un hecho policial. Necesitaba algún lugar por donde empezar a armar este rompecabezas. En una décima de segundo desechó la idea de pedir autorización al subcomisario y, por sus comentarios posteriores, sabe que había hecho lo correcto. Confía en ese hombre de aspecto rústico y ojos claros. Es una buena persona, un gran profesional, y justamente por eso no iba a acceder a su demanda.
Camina hasta la cava que tiene en la cocina y saca una botella de Syrah. La abre y se sirve un poco. Luego se dirige hacia el balcón y, antes de salir, se detiene frente al único adorno que tiene en el living. Se trata de la foto de una ola. Simple y soberbia, fuerte y solitaria, como era su padre, como él mismo.
Bebe un sorbo y el gusto amable del vino le devuelve una sensación de placer que parecía lejana. Sale al balcón y vacía el contenido de la copa.
—No puede ser —dice en voz alta para sí mismo.
Todo esto parece una locura, una pesadilla de la que espera despertar pronto, pero sabe que no lo es. Es real, y tiene que aceptarlo por mucho que le duela. Respira profundo, vuelve a entrar, coloca la laptop sobre la mesa y se sienta frente a ella. La abre y se detiene. Sabe que está a punto de dar un paso trascendental, va a profanar la intimidad de José y, si bien es su mejor amigo y se trata de una situación muy especial, siente que está mal. Pablo odia eso. Para él, curiosear en un celular o en una agenda es un acto violatorio y, sin embargo, está decidido a hacerlo.
—Perdoname, hermano —murmura en el silencio de la noche y aprieta el botón de encendido.